La muerte en Cuba es el estado más común de la vida. Esto a los ojos de una persona con una vida normal, es decir, una vida como Dios manda, con sus tres comidas al día, un trabajo remunerado que le permita acceso a lo básico y elemental, un techo con la bendición de la sombra y la protección física y espiritual necesarias, acceso a una salud sanitaria primaria y responsable, recibir una educación acorde a sus expectativas y una realidad política donde pueda disentir, expresarse, participar y sentirse ciudadano, pudiera parecer lo más normal del mundo, a la muerte, como estado más común de la vida, me refiero, pero pasa que en Cuba, tierra socialista y de fidel, esto adquiere otra connotación diferente pues la muerte, la muerte en vida, es la espada de Juan sin nada que pende sobre el alma de los cubanos, en cada milésima de segundo de nuestra mala vida, de nuestra malísimas y perra vida.
Perdón que repita tanto la palabra vida pero creo que es necesario.
Para los seres cubanos, para los cubanos de pueblo, para los cubanos que tienen que ir a pie a todas partes, la muerte/muerte está al doblar de cada esquina. El ser cubano, en Cuba, nunca estará vivo, al cien por ciento, mientras tenga que soportar las calamidades de ese socialismo de alcantarillas y de esa revolución de los apagones con tanta falta de lucidez, tanta miseria y tantos calzoncillos sin elásticos, tanto desabastecimiento y tantas hambrunas infinitas, tanta resequedad corporal y tanta sed eterna, el martirio de la devaluación constante de su moneda nacional, tanta tristeza, tanta desesperación y tanta locura, tantas ganas de emigrar hacia cualquier rincón del alma, tanta sensación constante de pérdida y tanta poca, tanta poquísima fe en cualquier tipo de futuro.
La dictadura castro-comunista, con total conocimiento de causa, convirtió a Cuba en el país más violento del mundo. Esta macabra acción, calculada, perfeccionada y refinada, a lo largo de más de sesenta y cinco larguísimos años de revolución tras revolución sin resultados positivos para el pueblo, ha devenido en que en Cuba, hoy por hoy, los cubanos nos matemos por cualquier cosa, los cubanos nos quitemos la vida los unos a los otros hasta sin motivo alguno y los seres cubanos, parece que cansados de tanta miseria, hartos de las crisis económicas “mundiales”, hastiados de la inseguridad ciudadana, atosigados por tantas leyes ridículas, absurdas y repugnados de tanta politiquería socialista hueca y vacía, hayamos convertido a nuestra otrora hermosa isla en el campo de batalla más extenso y más sangriento del universo, donde a nadie le importa la vida de nadie, el vecino es nuestro mayor enemigo y donde el que nos extiende la mano, y nos suelta una inocente sonrisita, lo vemos como a nuestro peor enemigo.
Por eso es que no deben extrañarnos las violentas trifulcas callejeras que hoy suceden en Cuba. En la vida real estas matazones han estado presentes a lo largo de toda nuestra historia revolucionaria, en cada época y en cada período de la vida de los cubanos, después del 1 de Enero de 1959, la violencia verbal, física y estomacal, han estado presentes en la diaria existencia de la mayoría de nosotros. Nadie debe olvidarse de los gritos que dábamos exigiendo paredón, paredón, paredón a quienes no pensaban como nosotros, el apoyo popular y entusiasta al robo de las propiedades ajenas por parte de esa maldita revolución del picadillo, las ofensas que proferimos contra todo aquel que pensara diferente, la delación, en nombre de fidel, a quienes no comulgaran con la línea del partido comunista y los mítines de repudio, el acto social más violento en la historia de Cuba, a quienes osaran pensar, solo pensar, que fidel castro era un asesino y raúl castro cherna.
Yo digo que se verá, en la misma proporción en que la degradación moral, espiritual y física, continúe escalando en esa mísera y destartalada isla, un aumento de la violencia ciudadana y de las ganas de matarnos entre tú y yo. El peligro es que esta tenebrosa actividad crece entre los jóvenes cubanos quienes, sin una perspectiva real de futuro, encuentran en asesinar el sentido lúdico de la existencia.
Las arenas del gran circo cubano, con sus gladiadores por la supervivencia matándose los unos a los otros, se están anegando en sangre y muchos, muchísimos, están pereciendo estúpidamente en esta triste batalla.
Ricardo Santiago.