Yo siempre he dicho que la indecencia se manifiesta de muchas maneras y que tiene, en su “pecado original”, diferentes y muy diversas fuentes de abastecimiento para generar tan desagradable, tan corrosiva y tan dañina conducta en los individuos y, por consiguiente, en cualquier sociedad cuando intenta ser moderna, cuando quiere ser civilizada o cuando aspira, por derecho propio y para el bien de todos, a ser desarrollada para sí y para quienes la rodean.
Porque la indecencia es en sí misma el peor enemigo que tiene una persona, o un grupo de ellas, para llevar a la práctica los más sencillos y elementales aspectos de la vida y de la conducta humana. La indecencia es el peor obstáculo que tienen la cordura, la calma y la risa, para crear los buenos entendimientos y la indecencia es, porque es su principal fuente de alimentación, el mayor proveedor de malas conductas que tienen los regímenes socialistas para imponerle su macabra ideología a los pueblos, a los hombres, a las mujeres y a los niños.
Por eso estoy convencido de que en Cuba, el 1 de Enero de 1959, la indecencia, también, bajó de la Sierra Maestra e hizo metástasis a lo largo de todo el país con la triste y desagradable caravana rebelde, en su diabólica procesión de Oriente a Occidente, llevando en sus entrañas la mala educación, el oportunismo, el nepotismo, el caudillismo, la violencia y, por supuesto, la muerte de la decencia, del honor y del decoro, para todos los cubanos.
Así fue como en Cuba, en un abrir y cerrar de ojos, la tan famosa honorabilidad y buena educación de los cubanos quedó relegada, se marchitó y se fue a bolina, en nombre de un supuesto nuevo orden social, a favor de una desconocida dictadura del proletariado, siguiendo los pasos de los catastróficos socialismos europeos y crucificando, hasta el sol de hoy y sin derecho al voto libre y democrático, a un pueblo que cambió al señor de los anillos por el asere de las esquinas, a la palabra por el bofetón, a la pulcritud citadina por los basureros en las calles, a el buen hablar por la mala palabra, a la cosquillita por el denigrar a quienes no piensan como nosotros, a entendernos, porque esto es una simple bobería, por las ganas de matar por cualquier cosa, a la extrema violencia por el simple susto y a los fantasmas, a las ánimas en pena que recorren el mundo, por la cultura del trabajo, por los deseos de prosperidad y por la necesidad de ser libres para alcanzar la abundancia y el crecimiento individuales.
Porque los cubanos, sin darnos cuenta y de a poquito, caímos en tamaño embuste de la izquierda internacional y fuimos cediendo nuestros grandes logros como sociedad y como nación, y cuando digo esto me refiero a todo, a absolutamente todo cuanto habíamos logrado perfeccionar como “raza”, pues entusiasmados por las promesas de un mesías sin detergente, sin jabón y sin maquinitas de afeitar, que nos arengaba a dejarlo todo, a sacrificarlo todo, a creerle en todo, incluso más que a Dios, a traicionarlo todo, a delatarlo todo y a pervertirlo todo porque, según este profeta del hambre y la miseria, él era un camino lleno de baches, él era la reencarnación de los apagones sin control y era, por sus santos cojones, los corre-corre detrás de los rascabuchadores y de la muerte, la verdadera muerte disfrazada de los muchos, de los muchísimos patria o muerte, que hemos gritado los seres cubanos, desgarrándonos las gargantas y la conciencia, para apoyar y defender a una revolución del picadillo, a un socialismo de alcantarillas y a un falso líder que por robarnos nos robó hasta el alma trémula y sola.
Ningún país avanza con semejante nivel de indecencia en su “corazón”. La indecencia de nosotros los cubanos está, estrechamente ligada, muy ligada, a la disparatada decisión que un día tomamos al aceptar, para nuestra Patria, el sistema socialista como modelo económico y convertirnos, por falta de patriotismo, por falta de civismo, de honor y de hombría, en los máximos responsables de la destrucción de una Cuba que, al decir muchos en este mundo, era una tacita de oro, fue un paraíso en medio del mar Caribe y fue un orgullo para quienes ofrendaron hasta sus vida para que esto fuera posible.
Triste pero hoy somos una vergüenza y unos traidores…
Ricardo Santiago.