El pueblo cubano: “Los condenados de la tierra”.

Yo, a veces, o muchas veces, siento pena, vergüenza y lástima, mucha lástima, de nosotros los cubanos, incluyéndome, por supuesto.

Este es en realidad un sentimiento un poco fuerte pues si usted se fija bien, de cerquita, de muy cerquita, a muchos de nosotros, a muchísimos, no nos falta un pedacito del cuerpo físico, todavía no nos hemos convertido en muertos vivientes, no actuamos como fantasmas de la cuarta dimensión o, aun, a pesar de las adversidades, de los rencores y de los odios injustificados, continuamos respirando ese cachito de aire fresco que, según mandato divino, nos corresponde a cada ser humano, y cubano, sin necesidad de presentar una libreta de abastecimiento, una filiación política al partido comunista o una exagerada guataconería a una dictadura totalitaria, asesina, criminal y ladrona.

Y también siento, pero esta vez un poquito más convencido, más seguro en mis creencias espirituales y terrenales, que a la inmensa mayoría de los seres cubanos, incluyéndome otra vez, nos falta un cachito de cerebro, un pedacito del alma trémula y sola, una tonelada de patriotismo y millones y millones de libras de civismo, pues no es posible que nuestro país se esté cayendo a pedazos, nuestros hijos se extingan como moscas ante una violencia incontrolada, la tiranía castro-comunista se robe desde el producto interno bruto hasta los tamalitos de Olga, los pollos sepan a pescado, que los “vivos” no quieran salir del cementerio y el ser cubano, nosotros, nos comportemos con total indiferencia ante esa “cosa” tan terrible que nos está matando.

Dice mi amiga la cínica que le puse el cascabel al gato, que le di en el centro a la problemática del “trópico” pues la esencia de nuestra propia destrucción, y del bochornoso apocalipsis cubano, se debe esencialmente a que a nosotros, a gran parte de este pueblo noble, trabajador y confiado, sobre todo a los que nacimos después del 1 de Enero de 1959, nos extirparon un poquito de materia gris, unas cuantas neuronas de pensar y alguna que otra vertebra del movimiento de circunvalación a la tierra, con tanto adoctrinamiento, con tanta amenaza de que los imperialistas nos querían tirar la bomba atómica, con tantos desfiles por el día del trabajador, con tanto mensajito de que todos somos iguales y la miseria se reparte equitativamente, con tantos mítines de repudio a quienes piensan diferente a ti y a mi, con tanta propaganda a favor de una ideología que no funciona y con tanto, pero tanto, pero tanto, amor por un sujeto que en la vida real fue el mayor retroceso, el peor “presidente”, en toda la historia de Cuba y del mundo.

Y al final esta ha sido nuestra mayor desgracia, nuestra más terrible condena, es decir, venerar a un dictador, a un asesino y a un corrupto, como si fuera un mesías, un salvador o un padre nuestro que estás en la tierra.

A un dictador porque el tipo acaparó a la fuerza todos los poderes y la toma de decisiones para dirigir a un país, a un asesino porque es el mayor responsable de la desaparición física, por uno o muchos motivos, de cientos de millones de seres humanos y cubanos y un corrupto porque en su afán de querer controlarlo todo, de querer abarcarlo todo, de querer decidirlo todo, creó fisuras en el correcto funcionamiento de las instituciones del Estado, generó deudas morales y de las otras con funcionarios y cómplices, fomentó una tremendísima burocracia y, lo más terrible, lo que más daño nos ha provocado como nación, obligó a los cubanos a robar como única forma de subsistencia en un país donde nada funciona, todo escasea y sálvese quien pueda.

Y el mayor ejemplo de que los cubanos somos los condenados de la tierra es la permanencia en el poder, tras más de sesenta y cinco larguísimos años, sin que se vislumbre una luz al final del túnel, de esa misma tiranía totalitaria en el poder campeando por su respeto, haciendo y deshaciendo a sus anchas, creando leyes absurdas y ridículas para jodernos la vida, robándose las riquezas nacionales y la razón de ser de los cubanos, pariendo ministerialmente al descerebrado hombre nuevo por carretillas y carretones, quitándonos hasta el derecho de pensar y decidir por nosotros mismos y deshonrando a cada segundo la imagen gloriosa de nuestra isla, de una Patria que, por derecho y por nacer en ella, nos pertenece a todos, a absolutamente, a todos los cubanos.

Ricardo Santiago.

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