Los cubanos, y esto que digo es una total afirmación de mi parte, somos el pueblo más indefenso, más desvalido y más desprotegido de este planeta, es decir, somos una masa de “revolucionarios” desvencijados que anda con el culo al aire por cualquier parte, y hacia todas partes voy, y en nuestra propia Patria también.
Los cubanos somos un pueblo que va a las guerras sin fusil, que no recibe apoyo ni es defendido por nadie salvo que representemos ganancias o dividendos para alguien.
Los cubanos somos un pueblo huérfano, nos tratan como a apestados, nos abusan y nos utilizan como moneda de cambio para que otros logren sus propósitos sin importarles que aquí hay niños, hay ancianos, hay hombres y mujeres que buscan en el mundo amparo, un lugar donde caerse muertos y en su propia tierra también.
Los cubanos vivimos en la más absurda indefensión, nos extorsionan por todas partes, nos explotan, nos discriminan y se aprovechan de nosotros porque saben que nada ni nadie nos protege, nos defiende o nos representa. Somos como almas en pena que van por el “camino de Santiago” pidiendo una pieza, una mínima pieza, donde descansar, donde labrarnos un futuro, donde ofrecerles una vida mejor a nuestros hijos pues en nuestro país, en nuestra propia tierra anegada en sangre, no encontramos más que represión, más que miserias humanas o divinas y más que a la mismísima muerte esgrimiendo una guadaña sin filo.
Los cubanos somos un pueblo que provoca vergüenza ajena, que el mundo civilizado no entiende cómo, hasta dónde ni hasta cuándo, podemos soportar tanto maltrato, tantos abusos y tanto atropello. Por eso nos miran con lástima, nos ven con pena pues no entienden porqué no nos hemos rebelado ante tantas injusticias, ante tanta revolución fallida y ante tanto socialismo de cloacas tupidas y fosas reventadas.
Pero toda esta desgracia nos viene, después del 1 de Enero de 1959, cuando casi unánimemente decidimos apoyar una maldita revolución de los “humildes” que se hizo con el poder y no lo ha soltado tras más de sesenta y cinco larguísimos años. Un tiempo demasiado largo en el que pudimos arreglar las poquitas, las poquísimas cosas malas que teníamos y convertirnos en el mejor país del mundo, en la mejor nación del planeta pues, por todos es sabido, que antes que soplara el huracán de nuestra desgracia, éramos uno de los mejores lugares del mundo para comer, para respirar y para que cualquiera encontrara la felicidad.
Y es que esa misma revolución de los humildes, revolución castro-comunista, no cubana, nunca cubana, desde el mismísimo principio nos abandonó, nos utilizó como conejillos experimentales para que otros lograran sus ambiciosos propósitos, para que otros se enriquecieran robándose hasta el papel higiénico del erario público nacional, convirtiendo a Cuba, la isla más hermosa de este Caribe luminoso y calentito, en un terraplén productor de hambre, de indigencia y de zombis ideológicos, relegándonos a ciudadanos de quinta categoría y renegando de nosotros, los que nos marchamos de allí, porque somos unos apátridas, unos traidores, unos enemigos de la revolución y no los queremos, no los necesitamos.
Por eso digo que el ser cubano anda solo por el mundo, no tenemos nada ni a nadie que nos defienda, como ciudadanos cubanos, quiero decir. Las instituciones castristas en el exterior se desentienden de nosotros y solo nos buscan para extorsionarnos, para sacarnos dinero con el trámite de este documento o de aquel otro y, aun así, aun siendo asaltados y robados con los elevados precios que nos exigen, nos maltratan, nos tratan con desprecio e intentan humillarnos porque no somos “revolucionarios”.
Y a los que aun viven en Cuba, por necesidad, por obligación, porque no les queda más remedio o por comemierdas, peor, mucho peor. La indefensión y el abandono que sufren son todavía mayores pues a la dictadura castro-comunista, al ser un Estado fallido y una tiranía despiadada, criminal, ladrona y asesina, no le interesa la vida de ningún ser cubano, no le importa las terribles condiciones en que sobrevive la inmensa mayoría de ese pueblo y no hace nada, absolutamente nada, por mejorar, aunque sea un tin, un tin a la marañín, la vida de quienes una vez, cierta vez, no muy lejana aun, se sacrificaron y dieron hasta la vida por ese absurdo ideológico, por ese disparate social o por esa transgresión de la lógica humana, que se hace llamar socialismo, patria o muerte y no sé cuántas mierdas más…
Ricardo Santiago.