Nosotros los cubanos, nosotros los seres cubanos, tenemos mucho que aprender de la democracia, de cómo comportarnos en y ante la vida, de a quién escuchar, ver y mirar, del respeto entre los seres humanos, de las buenas intenciones, de la transparencia, de lo productivo de una limpia sonrisa, de la sinceridad, de la fidelidad, de los valores, de la ética y de la estética, de no perder el tiempo en banalidades, de ser justos, de ser juiciosos, de aprender de nuestros errores, de comer con “cubiertos”, de “adorar” con cordura y sin excesos de telenovelas, de poner los pies en la tierra y hasta un poquito, o mucho, muchísimo, del verdadero patriotismo.
Yo digo que nosotros los cubanos, nosotros los seres cubanos, andamos un poco perdidos como comunidad, como grupo “étnico”, como nación, como exilio o como pueblo errante, escurridizo y ausente, que preferimos huir de la dictadura más brutal de la historia antes que enfrentar, con el pecho descubierto y las ideas del corazón, nuestra propia realidad objetiva, es decir, ante tamaña crueldad existencial antepusimos nuestra vida, y la de nuestras familias, al horror de morirnos en vida, de perecer crucificados por el hambre, la sed, la oscuridad y los patria o muerte, de ser aplastados por los derrumbes citadinos, de contagiarnos con enfermedades de “los tiempos del cólera” y de andar de rodillas mendigando desde el aire para respirar hasta un trocito de papel sanitario para limpiarnos el rastrojo de alma que nos dejaron.
Y es natural, seremos cualquier cosa pero no comemierdas al cien por ciento. La buena vida primero y el susto atrás, bien lejos de nuestros hijos y de nosotros mismos pues nadie quiere vivir en una sociedad que anuncia socialismo por los cuatro costados, que vocifera una igualdad muy desigual y que vive replicando un capitalismo extraño, brutal, ofensivo, mediocre, sin leyes de mercado, sin ofertas y con todas las imposiciones tiránicas que emanan de una junta dictatorial totalitaria que se traducen en hambre eterna, en miseria del cuerpo y del espíritu y en indigencia del cerebro y de la columna vertebral.
Algunos de nosotros, la minoría, desde un sofá calientico y cómodo aquí en el exilio o allá en nuestros rincones en otras tierras del mundo, amparados y protegidos por democracias donde todo se puede mientras no te pases de la raya, hemos decidido denunciar, acusar, incriminar o contar la verdad, nuestra verdad, sobre la criminal dictadura castro-comunista que por más de sesenta y cinco larguísimos años ha destrozado, paralizado, estrujado y descompuesto la vida en Cuba, mutilado indefinidamente la productividad, inmovilizado el orden y el progreso, descerebrado a un pueblo entero y prostituido las relaciones humanas al punto que los cubanos, los seres cubanos, nos delatamos los unos a los otros por una oscura prebenda o por una dolorosa patada en el culo.
Dice mi amiga la cínica que en esto de denunciar a la dictadura castro-comunista hay, desgraciadamente, dos bandos bien diferenciados, los que lo hacemos desinteresadamente y exponemos en las redes sociales, u otros espacios, los crímenes y la brutalidad de esos asesinos, y lo hacemos por honor y por empatía con nuestros hermanos en Cuba y quienes lo hacen, también, pero para obtener jugosos dividendos económicos traducidos en donaciones, Grants, “premios” e, incluso, uno que otro sobrecito pasado por debajo de la mesa para crearse la vida que nunca tuvieron y que, digo yo, no se merecen.
Desgraciadamente estas sanguijuelas de la libertad y del dolor, del sufrimiento y del llanto del pueblo cubano, del peatón cubano, son los que más gritan, los que más chillan y patalean como si fueran verdaderos guerreros de la virilidad anti-comunista, como si amaran a la Patria con todas sus fuerzas y como si sintieran dolor por todo cuanto están pasando nuestros hermanos allí, en ese pedazo de isla abrazada por el calor, la codicia, el apetito y los piojos.
Y estos parásitos descarados, chupa-chupas de “todo lo que se menea”, aunque usted no lo crea, son los que más almas en pena logran cautivar, mueven con magistral astucia las fibras nostálgicas de un público necesitado de otro líder y, como dice también la cínica, el cubano, el ser cubano, parece que no puede andar por la vida sin otro “pastor”, sin otro avispado que lo guie pues desde que éramos chiquiticos y de mamey, desde que abrimos las entendederas al mundo, nos adoctrinaron y nos metieron en vena que otro, otro cabroncito de la cultura, tiene que pensar y decidir por nosotros…, así de triste…
Ricardo Santiago.