Claro que sí, los cubanos vivos tenemos un terrible dilema, una desconcertante disyuntiva, una incómoda encrucijada pues, desde el mismísimo 1 de Enero de 1959, nos debatimos en una especie de to be or not to be tropical, de ser o no ser “revolucionario”, de ser o no ser “gusano”, que nos ha llevado a, desde perder rasgos distintivos de nuestra identidad histórica, hasta sentir vergüenza, rechazo y “olvido”, por esa Cuba que abandonamos, de la que desesperadamente escapamos y a la que todos, de una forma u otra, ayudamos a destruir y convertir en uno de los países más miserables del mundo.
Por supuesto que unos tienen más culpa que otros en esa abominable ruina de país que hoy tenemos, en esa “deforestada” isla casi carente de sentimientos humanos y divinos que flota a la “deriva” en pleno Mar Caribe, pues con nuestra incapacidad política sostenida, con una falta de patriotismo espiritual tremenda y con nuestra propensión a la superficialidad y al relajo, ayudamos a transformar una nación próspera y floreciente, antes de 1959, en una letrina oscura, pestilente e involutiva, en pleno Siglo XXI.
Hoy en Cuba casi todo el mundo se ahoga en su propio llanto, tropiezo en cada rincón de mi “cuarto” con las cosas menos sospechosas, me caigo para atrás con los cuentos del régimen castro-comunista de que avanzamos victoriosos y la culpa es del bloqueo imperialista o, sencillamente, me desespero porque no me llega la hora, la bendita hora, en que una estrella, cualquiera que sea, negra, blanca, corchea o supernova, se caiga del cielo, me rompa la cabeza en cuatro “mitades”, pero me ilumine el camino para poder largarme de este maldito infierno sin mirar atrás, sin soltar el más mínimo suspiro porque, entre muchas razones, entre millones de razones, no tengo nada que llevarme.
Y así andamos los seres cubanos por el mundo, arrastrando culpas y entonando suspiros desafinados, ambicionando vivir el sueño de otros, el ajeno, porque el nuestro nos lo arrancaron, nos lo mutilaron y nos lo convirtieron en miliciano, en guerrillero, en un condenado de la tierra porque, el hombre nuevo nuevecito, ese que otros quisieron que fuéramos, tenía que sacrificarse, tenía que entregárselo todo a la revolución de los apagones, tenía que ser un mártir por ese socialismo de alcantarillas y tenía que seguir a fidel castro aunque se manchara los pies con tanta mediocridad, con tantas estupideces y con tanta mierda.
Hoy los seres cubanos, la mayoría, para no absolutizar, nos perdemos en la vulgaridad, en la mediocridad y en lo superfluo, parece, es más, estoy convencido, que la tan peligrosa doctrina comunista que quisieron inocularnos en nuestros cerebros con las campañas de alfabetización, con los programas “educativos”, con la batalla de ideas, con los mítines de repudio y hasta con los planes de la calle, se fueron degradando, se fueron degenerando y se fueron pudriendo, en el alma de los “revolucionarios”, hasta convertirnos en esa masa amorfa de individuos que hoy somos y que, desafortunadamente, funciona al compás de que si tin tiene tin vale y si tin no tiene ni timbale, algo así como un trabalenguas vergonzoso.
La realidad en Cuba es más fuerte, mucho más fuerte, que la mismísima fantasía, cuando usted cree haberlo visto todo aparece un ladrón castrista, digo, un “dirigente” castrista, arengando con estúpidas mentiras y anodinos discursos, nos presentan absurdos culpables a problemas que ha creado esa maldita revolución socialista por totalitaria, por retrógrada y por ineficiente, insisten en que nos atragantemos con el mismo cuento de hace más de sesenta y cinco larguísimos años y quieren que nos tranquilicemos y nos conformemos con vivir a oscuras eternamente.
Por todo esto es que digo, que afirmo, que el ser cubano tiene un terrible dilema, una disyuntiva existencial que a muchos los lleva a perderse, a otros los ayuda a encontrarse y a la mayoría nos tiene viviendo en el limbo de lo sublime a lo ridículo donde no sabemos, no logramos discernir, si ser revolucionario es malo o ser gusano es peor.
La realidad es que tenemos un país agonizando, muriendo en vida y en muerte, mientras gastamos las pocas neuronas de pensar que nos quedan en cambiar las ropitas domingueras por ropa de marca, el transporte universal por autos más “veloces”, la sazón de la abuela de toda la vida por la tóxica comida rápida y en no saber si sentir dolor por Cuba o si lograr el sueño “americano”, así de terrible compatriotas…
Ricardo Santiago.