Cuba y los cubanos somos la nueva Atlántida en la mitología del socialismo.

Sí señor, nos hemos ganado tal “honor” a pulso, nos hemos merecido tan alta “distinción” por nuestros excesos, por nuestros arrebatos y por nuestros exabruptos, nos hemos adjudicado para nosotros solitos tamaño lugar en la historia por tontos útiles, por devotos a morir de todo lo malo y nos hemos, como casi siempre nos ocurre, pasado de un extremo a otro del “arcoíris”, a toda velocidad, sin pasar por el centro o sin apreciar los muchos, los muchísimos matices, que tiene esta perra vida que nos ha tocado vivir.

Algunos dirán que yo exagero y que lo de nosotros los seres cubanos, es decir, nuestras actitudes y comportamientos son iguales a muchas otras comunidades del resto del mundo pero, yo que nos conozco bien, que nos he estudiado desde arribita hasta abajito, les puedo asegurar que lo nuestro es algo muy serio, que parece que estamos en una dimensión paralela que se mueve a diestra y siniestra como una loca obsesión y que de tanto ir de aquí para allá y de allá para acá con esa caca del comunismo y de la gusanera, hemos terminado, la mayoría de nosotros, medio trastornados y tomando pastillas de dextrosa para calmar la ansiedad, los miedos, las ganas de suicidarnos, para aparentar estar cuerdos y para sofocar el desespero, que tanto daño nos hace como pueblo y como nación, el para decir el lema compañeros, uno dos y tres…

Así de triste, así de complicado y doloroso es entender a una comunidad que se debate, casi todo el tiempo, entre un fantasma empedrado y el amor más puro, entre el hambre ulcerosa de todo un pueblo, las opíparas mesas de los dirigentes comunistas y una sed tremenda, entre el dolor, las enfermedades y el reflejo en la pared de una aspirina, entre unos versos sencillos y las diatribas más soeces de la mayoría de nuestros youtubers, entre la indigencia y la pobreza más extrema de nuestros corazones, entre el honor y la traición de mi mejor amigo, entre la mediocridad del régimen comunista y las santas palabras de los poetas y cantores y entre la resignación, el oportunismo, el orgullo, el patriotismo, la hidalguía y una fosa séptica reventada en medio de la vía pública.

Porque nosotros los cubanos somos una raza, toda mezclada, igualita al café de la “cuota”, viviendo al límite de nuestras fuerzas y de nuestras esperanzas, una comunidad que, desde el 1 de Enero de 1959, perdió sus anclas y hoy, tras sesenta y seis larguísimos años de rancio socialismo o muerte, de millones de patrias o muertes inservibles, en realidad más muertes por ese puto socialismo, se hunde irremediablemente en el mar asfixiada por el peso de una dictadura que nos utiliza, que nos ahoga, que nos pudre y que nos oprime.

De esa horrible tragedia muy pocos cubanos han logrado salvarse, han logrado salir intactos de entre tanta locura y de entre tanta angustia inyectadas mediante cada adoctrinamiento ideológico, de tantos sálvese quien pueda en una lucha cotidiana por la supervivencia, de tantos maltratos al cuerpo y a las neuronas de pensar y de tanta, pero tanta represión, tantas falsas gratuidades, tanta patraña, tantas promesas de un futuro mejor y de tantas guardarrayas conduciéndonos, de uno en fondo, hacia el más negro de los abismos, o sea, un lugar al lado de la Atlántida en el fondo del mar.

Porque justo somos eso, un país y un pueblo al que los dioses de la decencia, del honor y del patriotismo, nos enviaron una andanada de calamidades físicas y espirituales, cientos de miles de maremotos de odio y de violencia, millones de terremotos de la desgracia y un huracán, uno solo con apellido castro, tan intenso, de tal magnitud, que el reino utópico de la Atlántida, ese que se hundió profundamente en el océano para jamás ser encontrado, parece un niño de teta al lado nuestro.

Por eso muchos de los que hemos logrado escapar de ese maldito infierno socialista quedamos con taras, salimos a flote pero sin un cachito de cerebro y arrastramos con nosotros algunas de las pesadas cadenas que nos ataron a esa criminal y perversa tiranía del cuerpo y del alma.

Ay, cubanos míos, compatriotas de mi raza y de mi sangre, esa porquería profética de será mejor hundirnos en el mar que antes traicionar no sé qué se nos ha cumplido, está al doblar del basurero de cada esquina de mi barrio y resuena en los oídos de la Patria como una sentencia conclusa por nuestra apatía, por nuestra cobardía y por nuestras estupideces, vivir pa’ ver…

Ricardo Santiago.

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