Una “diosa” en el Olimpo de la ridiculez y el mal gusto.

Tengo que hilar fino con este comentario para que los fanáticos empedernidos de esta “diosa” de la ridiculez, de la chusmería, de la vulgaridad y del mal gusto cubanos, no me caigan encima acusándome de misoginia, de odiar la “belleza”, de no profesar empatía por nuestros “artistas” y hasta de sentir mucha envidia por quien con “talento” y un corazón muy grande, está triunfando en las arenas, en los circos de Miami, como un gladiador del solar del reverbero.

Debo confesar que hace mucho tiempo estoy por soltar este escrito, pasa que por diferentes razones no me había atrevido pues esperaba, con todas mis ansias, que la “cantante” de marras, la injustamente titulada Diosa de Cuba, reaccionara, recapacitara, depositara sus pies en la tierra y, si quiere cantar que cante, si quiere componer sus canciones que las componga y si quiere bailar que baile pero sin ofender a nadie, sin lastimar que aquí hay personas que se levantan a las cinco de la mañana para ir a trabajar, sin pretender pasarnos gato por liebre y sin creer que puede, así como así, incluirse en el cancionero popular cubano donde tantas, pero tantas verdaderas Diosas de Cuba, tienen copado hasta el último de los espacios.

Pero, no, la susodicha portadora de lo peor de mi tierra, continuó insistiendo en su afán por colarse en el circuito musical de los Estados Unidos, esfuerzo respetable pues no hay peor gestión que la que no se hace y donde la cobardía es prima hermana del fracaso y del ostracismo, cualidades que, hay que reconocerlo, no son valores básicos en esta mujer a la que le han hecho creer que puede triunfar si deja de decir malas palabras, si se comporta con decencia y respeto y si deja de ser tan vulgar, tan chusma y tan ordinaria pues, como siempre digo, recuerda que aquí hay niños.

Yo no quiero ser lapidario con esta “artista” del género… pues, como dice mi amiga la cínica, tenemos que ser un poquito benevolentes con quienes tratan de meter cabeza por cualquier rincón y abrirse paso en la vida con lo que hacen siempre y cuando no le roben a nadie, no engañen a nadie, no asesinen a nadie y no quieran hacer pasar por comemierda a nadie.

Y es en este punto donde quiero detenerme. Como dice el dicho aquí todo el mundo canta, ahora cualquiera puede ser artista con esa mala moda del reguetón y creo, considero yo, que esta mujer, influenciada sin pudor por las personas que le rodean, es decir, amigos íntimos, adulones sin escrúpulos y enemigos cercanos, creyó que cualquier simple mezcolanza de do, re, mi, fa, sol, puede producir una papaya de cuarenta libras y con ella “alimentar” espiritualmente a un pueblo entero, matarnos esta hambre fantasmagórica que tenemos la mayoría de los seres cubanos o, sencillamente, pasar inadvertida ante los ojos de a quienes todavía, gracias a Dios, nos queda un poquito de sentido común, nos queda algo de educación del tiempo de antes y tenemos memoria para recordar a las verdaderas Diosas de mi tierra.

Yo no voy a cuestionar si el ridículo de esta buena mujer fue más allá de lo impensado con ella cantando un tema consagrado en inglés, ese no es mi problema y defiendo el derecho humano y universal que tienen, para hacer lo que les venga en ganas, quienes no les importa generar burlas, cachondeos o risotadas hacia su persona, perro huevero aunque le quemen el hocico, pues aquí, en este terraplén que se van a tragar mis oídos, cada cual hace de su fondillo un tambor.

Con lo que sí no estoy de acuerdo, para nada, es que nosotros los cubanos, gran parte de nosotros, para no ofender, como público consumidor de cualquier cosa, seamos capaces de aplaudir a una persona que, para mi, insisto, es la representación gráfica y auditiva de, repito, lo peor de mi tierra, un ser que emana vulgaridad desde su porte y aspecto hasta cuando cierra su boca, una persona que no conoce el límite para agredir la decencia por la que tantos cubanos murieron y un ser que, con su voluptuosa marginalidad intenta, en cada segundo de su vulgar existencia, hacernos creer que si a la mona la visten de seda…

Al final este personaje no despierta otra cosa que una profunda lástima, una mujer atrapada en su propio laberinto arrabalero que por más que lo intente, por más que se esfuerce en parecer fina y educada, el monte siempre la persigue y le recuerda que, con padrino o sin padrino, perderá la emulación.

Ricardo Santiago.

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