Es triste, es doloroso, parte cualquier corazón al medio, pero es verdad, es una sentencia de la cual nunca podremos escapar por mucho que queramos correr hacia el “futuro”, por mucho que consideremos adelantarnos a esta gran tragedia colectiva, por mucho que amemos “mudarnos” a democracias lejanas y por más que intentemos olvidar este episodio tan desastroso de nuestra historia nacional.
Y es que son más de sesenta y seis larguísimos años de contemplar impávidos, desde las gradas de los perdedores, cómo una banda de facinerosos, de truhanes, de pandilleros, de ladrones, de asesinos y de delincuentes, han saqueado sin remordimientos, sin escrúpulos y con alevosía, para provecho propio, las riquezas naturales de Cuba, nuestro erario público nacional y lo que es peor, lo que resulta más descojonante y asfixiante, cómo han pervertido la inocencia del ser cubano, cómo han masacrado nuestro candor histórico y cómo arruinaron nuestros valores humanos y cubanos sin miramientos y con la incompetente justificación de crear un hombre nuevo, nuevecito, que nunca sirvió pa’ un carajo ni tuvo utilidad alguna.
Nosotros, sin querer queriendo, unos por comprometimiento con el monstruo castrista, otros por complicidad con la bestia tiránica, algunos por oportunismo, también por tontos útiles y la mayoría, como yo, por cobardía política o de la otra, ayudamos que a todos, sin excepción, se nos adelantara el juicio final, sufriéramos el apocalipsis más terrorífico de la historia y viviéramos una muerte inconclusa que nos arruinó la poca vida que nos permitieron tener, que redujo nuestra existencia a ciudadanos fantasmas sin categoría y que deshumanizó nuestra raza cubana a niveles nunca antes sufrido por ningún otro pueblo del mundo.
Cuba, con el castro-comunismo, es hoy, y desde un poquito antes también, un país reducido a cenizas, un terraplén inhóspito donde nada, absolutamente nada, germina y donde se pudren hasta las buenas intenciones porque, sencillamente, lo poco que nos ha permitido “cultivar” esa porquería de socialismo tropical, son la desidia, el odio, la desunión, la barbarie y la muerte.
No creo que nadie haya experimentado tamaño daño antropológico en ningún otro rincón de este planeta. La crisis física y espiritual que padecemos los seres cubanos escapa a la comprensión humana, a la razón pura-purísima y se pierde entre los recovecos de la historia porque, sencillamente, resulta increíble que un pueblo, que una nación entera, soporte tanto escarnio, se arrodille con tanto servilismo ante un puñado de delincuentes geriátricos, acepte sin protestar el cepo y la tortura dictatorial, sobrelleve sin chistar sobre sus hombros la malicia de un régimen tiránico y mire hacia otra parte, entre los que me incluyo, cuando la Patria es desvirgada con violencia, con saña y con sadismo.
Pero, atención, no asumamos con descaro el papel de víctimas por tener hoy una Patria fermentada, de alguna manera todos somos responsables de tan oprobiosa destrucción nacional, cada uno de nosotros, estemos donde estemos, tenemos una cuota de responsabilidad en los cientos de miles de basureros en las esquinas de mi barrio, en cada fila hecha para comprar algo de supervivencia, en cada enfermo que muere por falta de una simple aspirina, en cada ser cubano que se larga de aquel maldito infierno, en la locura dueña de la cordura, en matarnos entre nosotros como esparcimiento carnavalero o por cada castro-comunista que se hace inmensamente rico frente a nuestros propios ojos.
Porque es exactamente eso y lo digo sin tapujos, lo peor que nos robó esa criminal dictadura castro-comunista a los cubanos, a los seres cubanos, fue el alma, es decir, nos despojó de nuestra espiritualidad, de nuestra gracia, de nuestra antigua decencia, de nuestra sublime educación cívica y de nuestro gran amor a la Patria, a Cuba, por la que muchos, muchísimos de nuestros antepasados, ofrendaron hasta su propia vida.
De ahí que hoy seamos una nación sin valores, seamos un pueblo mal educado, mal hablado, con una exorbitante violencia verbal y gestual, con muchos jalones de pelos hasta quedarnos “calvos” y con demasiada arrogancia sin justificar para creernos más de lo que somos, para pretender que todo nos lo merecemos y para pensar que somos el ombligo del mundo.
El castro-comunismo nos jodió la vida a los cubanos, nos limitó la capacidad de ser verdaderos seres humanos y nos sepultó para siempre en el lodazal del socialismo, por eso nos toca ahora sacarnos de adentro y de afuera tanto excremento y regresar al tiempo de antes, es decir, volver a ser los magníficos cubanos que siempre fuimos.
Ricardo Santiago.