Pues como les estaba contando, en mi edificio también vivía una mujer que era funcionaria del Banco Nacional de Cuba. La señora de marras exhalaba autoritarismo y partidismo hasta por sus voluminosos cuatro costados. Hablaba con tono grave y su voz retumbaba por todo el inmueble como si estuviera entrenada para dirigir las marchas combativas o los pelotones de fusilamientos. Los jodedores del barrio decían que estaba demasiado gorda para ser comunista y que la revolución se le había colado por la boca y se le había enredado y hecho un nudo en el estómago sin que quisiera salir, que por eso hablaba así, caminaba así y olía así: “Se empachó con el socialismo y vive con una mala digestión perenne…”.
Esta mujer, y que Dios me perdone, era lo más repugnante que usted se pueda imaginar, no sólo por su aspecto físico, que al final es lo menos importante, sino porque para todo usaba el estribillo de: “cobardía política”, y con esto siempre ganaba los debates del Consejo de Vecinos y las poninas para arreglar el motor del agua del edificio, porque nadie podía resistirse a tan “patrióticos argumentos” y la gente se quedaba sin palabras, lelos, asustados, dormidos en el metro y preguntándose: ¿Qué carajo quería decir cobardía política?
Yo a estas alturas de mi vida aun no acabo de descifrar el galimatías ideológico al que nos sometía aquella horrible funcionaria revolucionaria pero, piénselo usted bien: ¿quién no se “caga” en Cuba si lo acusan de cobardía política? es como si le envolvieran el alma a uno con el periódico Granma, picado en trozos de 6”x 6”, y se la pusieran en cualquier baño público para que, los más desesperados, se limpien las urgencias estomacales.
La fulana “banquera”, como toda buena dirigente comunista, arregló su apartamento con los recursos, materiales y mano de obra del Banco Nacional de Cuba, es decir: del “pueblo”, sin ningún pudor y a la vista de todos. La impunidad con que actúan estos oligarcas socialistas es muestra de la corrupción que impera en Cuba y que se origina desde las más altas esferas del gobierno, esta triste mujer es sólo un pequeñísimo ejemplo, pero el pueblo cubano sabe que, amparados en la supuesta construcción del socialismo, los comunistas en nuestro país son los tipejos más corruptos, ladrones, malversadores, estafadores y mentirosos que existen. Por cierto, y antes de que se me olvide, esta tipa también tenía tremendo trapicheo, casi a diario, con los alimentos que supuestamente eran para los trabajadores del Banco Central.
Encima del apartamento de la funcionaria vivía “hueso e’ pollo”. “Hueso e’ pollo” no era revolucionario, ni comunista ni la cabeza de un guanajo, era uno de esos muchos cubanos que vivía poseído por la inercia de la vida y su mayor ilusión era poder irse pa’l Norte. A veces resultaba monotemático pues sólo hablaba de encontrar una vía para cumplir su desesperado sueño.
A mí el “hueso” me caía bien. Yo creo que yo era uno de los pocos que le aguantaba la “muela bizca” de su locura con Miami. Recuerdo que un día me tocó la puerta y me dijo: “Oye loco, tú que tienes niños chiquitos, ¿no tendrás un pedacito de cinta roja que me des?
No sé que tienen que ver los niños chiquitos con las “tiras rojas” pero lo cierto es que entre las cosas de mi mujer encontré una y se la di: “Nada mi hermano que esta mujer me tiene cansado con su cobardía política y le voy a gastar una buena broma a lo cubano”.
Agarró una manito de plátanos bien maduros, la amarró con la cinta roja y la puso en la puerta del apartamento de la funcionaria ideológica.
Al rato los gritos retumbaron en todo el edificio. Los cubanos cuando oímos un escándalo enseguida corremos a ver qué está pasando, yo el primero. Lo único que les puedo decir es que, por encima de la molotera, alcancé a presenciar a aquella desagradable mujer levantarse el vestido frente a todo el mundo y orinar encima de la inocente manito de plátanos mientras gritaba al borde del infarto: “Conmigo brujerías ni p…., yo no creo ni en la madre que me parió, esto es cobardía política…”.