Yo, para hablar de Cuba y referirme a nosotros los seres cubanos, he de ser honesto, debo arrancar de mi “discurso” cualquier aire que huela a lástima, a blandenguería y a pásame la mano cariño y tengo, por sobre todas las cosas, que ser crítico juzgando lo que fuimos, auto-crítico sentenciando lo que somos y responsable dirimiendo lo que seremos en muy corto plazo, en muy corto plazo, especialmente en lo que nos vamos a transformar, pues al paso que llevamos, como masa compacta de obreros, campesinos, estudiantes e intelectuales de ocasión, nos veo muy jodidos, nos vislumbro la mar de fastidiados y nos auguro un porvenir más oscuro que la mismísima Luna Nueva o que la “casita” del Conde Drácula.
Porque, en la vida real, en esa vida cubana de vivir que hoy tenemos, en la que muy pocos encuentran abrigo, amparo y redención, somos muchos los que, como he dicho otras veces, miles de veces, tenemos una altísima cuota de responsabilidad, toneladas de vergüenzas muy grandes con las que atormentarnos, ya que de una forma u otra todos, absolutamente casi todos los seres cubanos, somos culpables de que esa maldita revolución de los apagones más largos del mundo lleve sentada, en el tibor del socialismo en Cuba, más de sesenta y seis larguísimos e interminables años.
Muchos por miedo, otros por negocios ilícitos, otros por complicidad, otros por parsimoniosos y la mayoría, la inmensa mayoría por comemierdas e imbéciles, permitimos que Cuba, esa isla tacita de oro que flotaba a su aire en el Mar Caribe, cayera en las garras de un delincuente como fidel castro que, al más puro estilo de piratas y corsarios, se apoderó de nuestra Patria y nos condujo a patadas por el culo, al noventa y nueve por ciento de los seres cubanos, arreándonos por las guardarrayas del castro-comunismo, condenándonos a una muerte trágica y metiéndonos de cabeza, completicos, completicos, en una letrina ubicada al borde del socialismo.
Dicho esto me gustaría puntualizar, como siempre hago, que algunos de nosotros, muy pocos, en comparación con la cantidad de cubanos que somos, salvaron su responsabilidad y se revelaron, se enfrentaron a la bestia, con el pecho descubierto en una batalla desigual, para no enfangar sus conciencias y para intentar salvarnos, al resto de implicados en ese desastre nacional, del gran error que cometemos pues, en la vida real, en la concreta del arroz con huevo frito y platanitos, los seres cubanos ni somos revolucionarios, ni somos socialistas, ni somos comunistas ni somos na’.
Yo tengo la convicción de que el problema sustancial, medular y básico de Cuba, es decir, el gran apocalipsis a todos los niveles que hoy tenemos, el gran excusado en el que nos hemos convertido, tiene que ver, está directamente ligado, fundido y hermanado en primer lazo de consanguinidad, con el cubano, con el ser cubano que hemos llegado a ser, con ese modelo de ser humano muy alejado para mal de nuestra esencia nacionalista, un ejemplar muy distante del verdadero origen de la especie cubana, un espécimen de rara y dudosa procedencia y un individuo que no sabe pensar con sus propias neuronas y necesita de un impulso extra para hablar, para comer, para reproducir ideas ajenas y para ir a evacuar, cualquier mierda, levantando su mano por unanimidad.
Tengo la fuerte percepción que una sociedad o una nación, no pueden avanzar, hacia ninguna parte y hacia todas partes voy, cuando sus actores fundamentales, cuando la materia prima con la que debe ser constituida, está en tal mal estado, es pura carroña existencial y se debate, como el objetivo fundamental a alcanzar, entre apoyar a un régimen asesino y criminal por miedo o por oportunismo, entre dejar las tiras del pellejo detrás de una migaja de pan o un huesito de pollo, entre tapar los huecos de su casa para que no entre un vendaval y arrase con las cinco o seis generaciones que viven dentro de ella, entre largarse para siempre de aquel maldito infierno y en inventarse un nuevo líder, al estilo castrista, para tener otra guía, otro “faro”, que los conduzca a otro precipicio.
El ser cubano tiene que ser consciente y hacerse responsable de su propio desastre, asumir las consecuencias de lo que entre todos hemos creado y entender, de una buena vez y por todas, que con socialismo no hay paraíso, que con castro-comunismo no se toca el cielo con las manos y que con oportunismo, con ese que algunos aprovechan para enriquecerse con descaro y alevosía, viva otra revolución de los humildes, compañeros…
Ricardo Santiago.