La destrucción física de Cuba comenzó con el deterioro moral de los cubanos.

Es cierto, es una realidad, es un hecho anti-natural que comenzó el mismísimo 1 de Enero de 1959 y que no se ha detenido por más de sesenta y seis larguísimos años de revolución, de socialismo y de castro-comunismo, sin ton ni son, para Cuba y para todos los seres cubanos.

Y digo para todos los cubanos porque esa debacle socio-económica, cultural y política, nos afectó a todos los vivos y los “muertos” por igual, nos marcó para siempre desde el cuerpo hasta el alma y nos dejó, incluso sin que muchos de nosotros lo sepamos o lo sintamos, como reflejos, es decir, como malos ejemplos de un país donde se perdió la decencia, donde se fue a bolina la inteligencia, donde se deshizo en mil pedazos la individualidad y donde se desapareció, se esfumó y se redujeron, al cero por ciento, la libertad creadora, la independencia física y emocional, la vergüenza y el patriotismo, de casi todo un pueblo, de casi toda una nación y de casi toda una sociedad.

Porque muy pocos, poquísimos seres cubanos, para no ser absolutos, escaparon a tan abominable asonada terrorista que llevó al poder, para enquistarlo eternamente sentado en el tibor del totalitarismo en nuestra Patria, a un fidel castro que, tras mentiras, grandilocuencias, chantajes, mariconadas históricas, asesinatos y traiciones, hizo de nosotros una masa de obedientes esclavos físicos y espirituales para que materializáramos sus pajas mentales, sus atrocidades sociales, sus desprestigios de la lógica pura y sus deseos de ser el centro, la estrellita luminosa, de un país que era un sol refulgente y que lo había despreciado por inepto, por mediocre y por imbécil.

Pero algo cambió, algo se trastocó en nuestras cabecitas ese maldito Enero de 1959 y, de ser un país casi desarrollado, iniciamos, nosotros solitos, impulsados por extraños apetitos de clase “desprotegida”, el peor retroceso que se ha visto en la historia de la humanidad pues de una economía envidiable, próspera y fructífera, nos transformamos en el país más miserable del mundo, sin valores destacables, sin índices económicos sustentables, sin un producto interno bruto creíble, sin comunicaciones, sin alimentos, sin medicinas, sin turismo y sin vida.

Y es en este punto exactamente donde los cubanos perdimos el derecho a ser un pueblo de respeto, o sea, al abrazar con tanta ceguera mental a un régimen que desde sus mismos inicios nos lo prohibió todo, nos lo censuró todo y nos lo quitó todo. Nosotros los seres cubanos cavamos nuestra propia tumba y a gritos de patria o muerte fuimos perdiendo, uno a uno, todos los logros que obtuvimos como República cuando fuimos libres para crear, a puro golpe de propiedad privada, las industrias, los mercados, la infraestructura económica, política y social, de una isla en medio del Mar Caribe que fue catalogada como la más hermosa del mundo.

Así nos fuimos por el tragante de la vida y en muy pocos años, los seres cubanos, nos degradamos como sociedad, primero al ser cómplices de esa maldita revolución, después al vitorear a un líder auto-impuesto que, por medio del terror, de historias inventadas y de engañifas desvergonzadas, nos hizo creer que era un mecías, otro padre de la patria y por último al convertirnos, gratuitamente, en ejecutores directos de un sistema que por su propia naturaleza es destructivo, es incapaz, es mediocre y es improductivo.

Porque el cubano con cada grito de paredón, paredón, paredón, con cada aplauso efervescente que dimos apoyando a fidel castro, con cada histeria lanzada en favor de ese monstruo “revolucionario” y con cada marcha hacia un ideal que cada vez está más lejos, muy lejos, nos desmoralizamos, perdimos nuestros valores ancestrales, deterioramos nuestra inteligencia emocional y nos hundimos todos, absolutamente casi todos, en la peor letrina espiritual y moral de la historia donde yacen, a modo de castigo, los pueblos que por no oír consejos no llegaron a viejos.

Y una cosa dio paso a la otra, la inmoralidad se impuso, a modo general, en una sociedad que prefirió ser comunista por encima de ser auténtica, que aceptó lo políticamente correcto más allá de la capacidad creadora y que antepuso una falsa revolución colectivista al desarrollo individual de los seres humanos y cubanos.

Por supuesto, con tantos malos ingredientes ningún país avanza, se desarrolla y el final, el triste final de Cuba, es el que hoy tenemos, un fantasma que recorre el mundo donde al caminar por sus calles hay que abrir muy bien los ojos para no morir sepultados por un derrumbe o, en el mejor de los casos, para no pisar mierda…

Ricardo Santiago.

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