En eso terminó el experimento castro-guevariano-comunista de construir, mejor dicho, de deconstruir a la juventud cubana, a los jóvenes cubanos de la década de los sesentas, en un modelo de virtud, en ejemplo de sacrificio, de bondad y de altruismo, en seres obedientes, uniformados y alineados incondicionalmente a la línea del fantasma que recorre el mundo y en máquinas, en robots o en autómatas, prestos a repetir, como pan pa’ la cotorrita, toda la propaganda, la ideología, la retórica y las doctrinas, de la revolución de los apagones más largos del mundo.
El resultado, al principio de esa industria ideológica de jóvenes adoctrinados, disciplinados y homogeneizados por los patria o muerte venceremos, fue un muchacho sin cerebro, privado de su capacidad de pensar y analizar el mundo en que vivíamos, ajeno a su propia realidad, a su convulso contexto histórico pero fiel a mantener, a lo que costara, incluso anteponiendo su propia vida, a una maldita revolución de los humildes que lo privó desde su libertad física y emocional hasta del amor, de los abrazos y de los cariñitos de sus progenitores.
Así surgió el hombre nuevo del castro-comunismo, un humanoide, bastante parecido a un ser humano, con la macabra intención de diferenciarse de cualquier manifestación pequeño burguesa o rezagos del capitalismo, con la aspiración de ser los máximos exponentes de la nueva ola de jóvenes consagrados a cambiar el planeta Tierra o Marte y con el deber, sobre todo el compromiso, de ser abanderados de una creencia que, por desgracia y por cobardía política, se iba imponiendo en muchos movimientos juveniles de este mundo azul, verde o rojo, dependiendo del grado de “daltonismo” espiritual con el que usted lo vea.
Pero esa mierda, en realidad, nos duró lo que un merengue en la puerta de un colegio. El altruismo devino en egoísmo, la lealtad en oportunismo, la ética del bigotico y la camisita a cuadros en vulgaridad y chusmería, el patriotismo en chovinismo, el sacrificio en vaya a que le den por culo y la revolución, el socialismo y fidel castro, en comerse un buen sanguisi de jamón y queso en cualquier esquina de la calle ocho de la Ciudad de Miami.
Yo digo, es más, afirmo con total conciencia de ex-hombre nuevo, nuevecito, que esa malísima instrucción revolucionaria devenida en violento adoctrinamiento anti-cívico, inmoral, anti-cultural y anti-social, se torció en algún momento de esa extraña alquimia y el resultado, para hedor de la Patria, para putrefacción de nuestra nacionalidad y para defecación de la cubanía que tanto esfuerzo nos costó conformar antes de 1959, fue un cubano muy alejado, muy distante, del joven lindo y bonito, bien arreglado, oloroso a deseos de vivir y prosperar, bien alimentado y muy educado, que caminaba por las calles de Cuba saludando a su paisano con una mano y con un suspiro en la otra al ver pasar a la mujer de Antonio.
Hoy los cubanos, en una inmensa mayoría, somos la degeneración de ese experimento, de ese maquiavélico intento de hacernos “mejores” revolucionarios y comunistas, somos, por acción y sabotaje a la humanidad, la degradación total de la esencia de cualquier sociedad que pretenda ser decente, que quiera prosperar sobre la base de la inteligencia y la consagración al trabajo y somos, para tristeza de nuestros Padres Fundadores, la estirpe más despreciable, más deplorable y más horrible, por la que nadie debió sacrificar la vida, la muerte y la libertad.
Es muy triste, muy lamentable y muy estremecedor, ver en lo que nos hemos convertido los cubanos a todos los niveles. Resulta increíble que tras más de sesenta y seis larguísimos años de revolución sin sentido, de socialismo con maldad y de comunismo se nos fue el tren, hoy hemos involucionado tanto, pero tanto, nos hemos atrasado tanto, pero tanto, que la vulgaridad nos precede, que la violencia física y verbal nos domina, que el odio y la envidia son nuestros más grandes placeres, que la chivatería nuestra es el don del magisterio y que la indigencia espiritual, tengamos mucho o tengamos poco, son las banderas que enarbolamos en nombre de una isla que fue de las más decentes del mundo.
No existe la libertad con malas palabras, no puede haber independencia con indecencia y no ocurre la emancipación de cualquier tiranía sin inteligencia, sin conocimiento, sin sinceridad, sin defensa de los derechos individuales y sin el rescate de nuestros verdaderos valores ancestrales. El cubano, el ser cubano, para salvarnos del comunismo, si es que de verdad queremos, debemos reencarnar en el hombre “viejo” que una vez fuimos, increíble pero cierto…
Ricardo Santiago.