Yo digo que nosotros los cubanos, los seres cubanos, de tanto querer ser revolucionarios, sin lograrlo, más bien todo lo contrario, hemos caído en un craso error de sentido común pues lo que tanto se decía, era para sacarnos del subdesarrollo, para ubicarnos como uno de los países más avanzados del mundo y ponernos a bailar “el buey cansa’o” o “el toca-toca” en la pura abundancia, felices y contentos, ha devenido, con el transcurso de estos últimos sesenta y seis larguísimos años, en una agonía superlativa, en un callejón sin salida, donde nos hemos perdido, sin remedio, como comunidad, como nación y como Patria.
Algunos, incluso, no coincidirán con mi idea porque argumentan que fuimos engañados miserablemente por una poderosa maquinaria propagandística al servicio de una mano negra internacional, que el proceso involutivo nuestro se debió a un profundo y sostenido adoctrinamiento sicológico, mental, estomacal, de principios y de valores y que por tanto, por esa triste aceptación de lo trivial, de lo superfluo y de lo infinitamente estúpido, con los que siempre actuamos, nosotros no somos totalmente responsables, somos víctimas más que ejecutores y somos, en resumidas cuentas, un pueblo que perdió su esencia, su ancestral buen gusto y sus “sólidas” raíces, por aceptar una ideología, una forma de pensamiento y una condición de vida, muy alejada de nuestra idiosincrasia y que nada, pero nada, tiene que ver con nuestra tropicalísima forma de ser.
Pero otros, como mi amiga la cínica, por ejemplo, apoyan mi reflexión con argumentos palpables como que nosotros los seres cubanos, de tanto marchar, al resistero del sol, con los zapatos prestados y con un hambre de tres pares, en busca del ideal “perdido” por los proletarios del mundo uníos, hemos terminado asumiendo y patentizando que somos unos inconclusos, unos faltas de materia gris, unos descerebrados y un pueblo que prefirió la “salsa” desabrida del comunismo a mantener las buenas tradiciones, las buenas costumbres y el excelente ritmo de vida, que habíamos logrado como República entre 1902 y 1958.
Y la verdad, la única realidad que nosotros, como supuestos revolucionarios, hemos construido después de 1959, es que el socialismo te ahorca, que una dictadura totalitaria te asesina y que un partido comunista sentado eternamente en el tibor del poder en cualquier país, te involuciona, te retrotrae el sentido común, idiotiza las masas, las paletas y los perniles, convierte la nieve en fango cochambroso, los centrales azucareros en chatarra, las esquinas de mi barrio en basureros, la nariz de Pinocho en un árbol seco y mustio, a las lagartijas en dragones devoradores de hombres y a un país entero en un inmenso lupanar de cuerpos, de ideas y de sombras.
Por eso, precisamente por eso, los cubanos estamos como estamos tanto en Cuba como en el exilio. La mayoría de nosotros actuamos como cuerpos sin nombres, pululamos por el planeta como fantasmas que recorren el mundo y no entendemos que la libertad, la verdadera autodeterminación del cuerpo y de las ideas, al fin, nos pertenecen a cada individuo y que actuar por nuestra propia cabeza, sin que nadie nos diga qué tenemos que hacer, cómo tenemos que pensar y cuándo tenemos que hablar, es el principio de ese camino por el que tanto decimos “luchar” y que es el divino sentimiento de sentirnos libres.
Existe una retórica consecuente en esos cubanos sin nombre, es decir, en quienes van detrás de profetas improvisados, de caciques oportunistas y de mesías del arroz con potaje, y es que les vale todo aquel que se enfrente a la dictadura castro-comunista, les sirve quienes denuncien las atrocidades del régimen dictatorial castrista o que están a favor de quienes “levanten” la voz para gritar, berrear o blasfemar, contra el socialismo porque con eso vamos a “tumbar” a los castro del poder y vamos, por fin, a construir una democracia.
Bendita la democracia que pregonan muchos pero yo, la mar de veces, no creo en ella precisamente por eso, porque a algunos la palabrita les suena bonita y con ese cuento, con la historieta de una “democracia” participativa, de todos y para el bien de todos, fidel castro y sus secuaces nos tumbaron, esos sí que nos derribaron de verdad a los cubanos, y nos tienen cagando sufrimientos, enfermedades, hacinamientos, colectivismos baratos y a una revolución de los apagones más largos del mundo que, parece, no tener fin.
Yo digo que los cubanos debemos desarrollar, cada uno de nosotros, nuestras propias iniciativas y dejar de repetir las estupideces, las sandeces, que dicen otros, oportunistas de cerebro y de bolsillos en la mayoría de los casos, y empezar a pensar en cómo vamos a reconstruir nuestra República, la que teníamos, cuando “tumbemos” esa criminal tiranía castro-comunista…
Ricardo Santiago.