Por supuesto, como siempre digo, para no herir susceptibilidades y evitar que se me tiren al gaznate, no son todos los cubanos quienes están en esa “lista” ni están todos los que son pues una realidad, muy grande, es que, nosotros, como comunidad, como “raza”, como nación y como pueblo, en estos últimos años de unos defendiendo a su maldita revolución y otros acabando con el manteca’o, la raspadura y los cucuruchos de maní aquí en el exilio, es decir, de ese terrible dale al que no te dio sin contemplaciones que aquí hay niños, los seres cubanos, andamos muy, pero muy, pero muy «agresivos».
Y es natural, de tantos años con la espada del castro-comunismo sobre nuestros cocotes y la inercia tardía de una contrarrevolución que solo vaticina el final de la dictadura sin que nunca llegue, a nosotros, como simples mortales de ese inmenso mar dividido entre un Caribe caluroso y un Golfo de México implacable, se nos ha formado un enredo tan grande en la memoria que no sabemos, a estas alturas del partido, desvincular libertad de esclavitud, Patria de adulterio, independencia de trabajos voluntarios y comunismo de oportunismo.
Así van las cosas para Cuba y para los cubanos. Un torbellino de bajas pasiones, de oscuridades y de traiciones, que lo mismo arrasa con una ministra del trabajo que dice estupideces, con un títere-presidente que no entiende que está más muerto que vivo o que pone en la cima de la montaña, léase una nueva Sierra Maestra, a “influencers” y youtubers de la carne con papas para arengar a los que vivimos desterrados, y muchas veces “decapitados”, de cómo tenemos que pensar, a dónde tenemos que ir y qué tenemos que gritar para que ellos, los muy cabroncitos de la cultura, se llenen sus bolsillos con piedrecitas brillosas y con espejitos de doble filo, perdón, con doble reflejo para ocultar sus verdaderas caras.
Porque nosotros éramos un pueblo que avanzaba tranquilo, es decir, a nuestro aire, construyendo una República basada en la propiedad privada, en el respeto a la individualidad creadora y a los principios de la democracia hasta que llegó Colón, digo, hasta que llegó fidel castro con sus discursos interminables llenos de odio, con su represión fundamentada en la envidia de clases y a las clases hay que llegar puntual, con sus mentiras sobre la dictadura del proletariado y con el cuento de que el fantasma que recorre el mundo nos va a salir por la noche, caímos, nosotros los seres cubanos, en una terrible espiral sin fin donde se odia al hermano por pensar diferente, donde se envidia al vecino porque le brillan los ojos, donde se delata al amigo para quitárnoslo del camino y donde se mata a cualquiera por tal de sobrevivir en esta perra vida que nos ha tocado morir.
Hoy, por desgracia, y en este punto quiero ser muy claro, a nosotros los cubanos, a una inmensa mayoría de nosotros, el odio nos ciega, la rabia nos entumece las neuronas de pensar y la animadversión, hacia quienes no coinciden con nuestras ideas, contra quienes piensan con su propio cerebro, nos domina y nos hace actuar como perfectos trogloditas, como seres unidireccionales que no entienden que, en la vida, los matices, el pluripartidismo, la leche condensada, el agua de chicha, el respeto, la inteligencia y la concordia, también existen.
Yo, a veces, pienso que el odio entre nosotros, los seres cubanos, se ha convertido en un negocio muy lucrativo. El cubano de ahora, es decir, el ser cubano de los últimos años, vive subido a una carroza donde solo “mueven la cinturita” quienes piensan de la misma manera, donde se destripa lo ajeno por no coincidir con nuestros intereses, donde se ataca a quien contradiga nuestro castrista discurso y donde se lapida, se destruye y se denigra, a quienes expresan un criterio más amplio que nuestros estrechos razonamientos.
Dicho de manera más simple: Hemos convertido en enemigos jurados y en oponentes políticos y de lo otro, a quienes ejercen su derecho a, por ejemplo, viajar a Cuba, tener su propia opinión con respecto al embargo económico, tener un pasado como pioneros por el comunismo, haber hecho guardias en el comité, realizado trabajos voluntarios o graduarse en la Universidad que solo es para los «revolucionarios».
Yo digo que no existe actitud más castro-comunista que expresarse de esa manera.
De la envidia como arma de la revolución, traspolada a la nueva hornada de luchadores independentistas en el exilio, hay mucha tela por donde cortar, así que, como es lógico, esta disertación…
Continuará…
Ricardo Santiago.