Nosotros los cubanos y el peligro de las ideas de “segunda mano”.

Yo digo que nosotros los cubanos, nosotros los seres cubanos, en sentido general, siempre existen quienes se les escapan a las reglas, somos una cosa muy seria, somos una comunidad digna de estudio, somos algo así como una especie que muta con tanta facilidad, con tanta ligereza, que cuando nos vamos de Cuba, nuestra tierra solitaria, enseguida perdemos nuestros atributos nacionales, es decir, se nos va el acento a la una mi mula, se nos olvidan las penurias que pasamos con ese maldito socialismo a las dos mi reloj, se nos olvida nuestra trayectoria revolucionaria a las tres mi café, enterramos en la memoria y en el tiempo nuestra cobardía política a las cuatro mi gato y nos convertimos, a las cinco te hinco, en ultra-derechistas recalcitrantes, tan intolerantes, como los izquierdistas de la revolución de las sombras largas de la que, supuestamente, escapamos para nunca regresar.

Dicho esto quiero resumir mi muela bizca, adquirida al calor de mis tantos años de adoctrinamiento, instrucción mental sofisticada, sostenida e impuesta por la ideología castro-comunista desde que uno nace en Cuba hasta el día que se muere sin importar dónde, con la idea de que, según mi criterio, el cubano, el ser cubano, es el resultado de un experimento aterrador que se inicia, desde edades muy tempranas, yo digo que demasiado pronto, con la violación, la destrucción y la profanación de la ingenuidad y la inocencia, de la fe, de las creencias, de la inteligencia natural y del sentido común, hasta dejarnos como seres humanos y cubanos, sin un pensamiento propio, sin una idea fija, sin amor del bueno y sin un razonamiento individual que nos permita entender, desde la posición de cada cual, no importa si es en tierra firme o al borde del “dulce abismo”, los desastres del mundo en que vivimos.

Y es aquí donde radica, digo yo, la mayor desgracia que tenemos nosotros los cubanos, pues al ser una comunidad a la que le extirparon sus neuronas de pensar, a la que le modificaron su ADN histórico y a la que programaron para seguir ideales ajenos, hoy no somos capaces de ver con claridad cuándo es un gato o cuándo es una liebre, cuándo son galgos o cuándo son podencos, cuándo son patriotas o cuándo son oportunistas y cuándo son de derechas, cuándo son de izquierdas y cuándo son intolerantes, reaccionarios, anti-cubanos, bandidos, dañinos, cómplices y traidores.

Es que estamos tan ciegos, y a la vez somos tan propensos a que se nos cuelen por el ojo de una aguja, que no somos capaces de advertir el peligro que significan los radicalismos, cualquiera que sean y vengan de donde vengan, cuánto daño nos hacemos nosotros mismos como comunidad siendo partidarios de los extremos y cuánto ayudamos a nuestro propio deterioro, el que inició el castro-comunismo en Cuba en 1959, manteniéndonos como cubanos, como seres cubanos, extremistas, fanáticos del radicalismo y defensores de un jacobinismo ideológico que más que bien nos destruye como Patria, como pueblo, como país y como nación.

En los últimos tiempos se ha exacerbado un extremismo que, considero yo, nunca se había visto ni siquiera en los Padres Fundadores de este exilio eterno, doloroso e histórico. Existen muchos ejemplos de la capacidad, de la inteligencia y de la tolerancia de nuestros predecesores a la hora de poner a Cuba, a la Patria nuestra, por encima de intereses personales, de rabietas «redentoras» para obtener votos, para aumentar vistas en las redes sociales o acceder a donaciones para luchar por la independencia, por los derechos humanos y cubanos y por el fin de la dictadura en nuestra isla querida.

Y no queremos darnos cuenta que ese extremismo calculado, selectivo y traicionero que asumimos hoy en nombre de nuestro “anti-comunismo”, esa intolerancia que tanto nos define a la hora de ser contrarrevolucionarios y ese radicalismo, ahora de derechas, que tanto queremos exhibir como patriotas o mambises de sillas calienticas y cómodas en las redes sociales, mas que una actitud o una definición de intransigencia, es una manifestación de nuestra incapacidad como hombres y mujeres de mentes, de cerebros cercenados por años y años de recibir un adoctrinamiento feroz.

Los cubanos, los seres cubanos de estos tiempos, tenemos que aprender a diferenciar los bordes del camino conciliadores a las guardarrayas y a los terraplenes infecundos si es que aspiramos a convertirnos en seres humanos y cubanos felices, si es que queremos transformar a nuestro país en una tierra próspera y repleta de oportunidades, si es que aspiramos a vivir sin dictaduras de ninguna especie y si es que pensamos construir una Patria con todos, sin pasarnos, claro, y sin que tengamos que reciclar ideas de segunda mano de nadie, de absolutamente nadie, así de simple…

Ricardo Santiago.

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