A Cuba nos la pudrió el castro-comunismo, nadie más.



Se ensañaron con ella, la pobre, los muy hijos de fidel le metieron las manos por los cuatro costados, la ultrajaron, la violaron, la desprestigiaron y la desangraron, de tal manera, que hoy parece una isla piltrafa, chupada, sequita y abortada, hundiéndose en un mar de estiércol, de inmundicias, de traiciones y de pensamientos pecaminosos.
Los castro-comunistas podrán sacar, para intentar desmentirme, algunas postalitas “hermosas” de una Cuba fabricada para sonsacar al turismo internacional y con las que el régimen engaña, falsea y le miente al mundo diciendo que todo allí está bien, “más que bien”, que los cubanos somos un pueblo feliz, “más que feliz”, y que los esperamos, pasen, pasen, que la función va a comenzar, con los “brazos abiertos”, mejor dicho, con una cervecita fría en una mano, unas maraquitas en la otra y cantando La Internacional, digo, la Guantanamera…
Pasa que eso es pura propaganda de chibiricos cederistas, mojitos revolucionarios y orquesticas de la canción “comprometida”, una tonelada de mentiras que, sin pudor alguno, lanzan esos traidores para falsear la verdadera realidad de un país que han podrido, infestado, corroído y corrompido, desde la raíz y que hoy sucumbe a muchísimos, pero muchísimos, años de ostracismo, de negligencias, de chabacanerías y de corruptelas ministeriales.
Pero las imágenes de verdad, las que dan vergüenza, las que le parten el alma a cualquiera, las que dan ganas de llorar, las de una Cuba profunda, vencida por el abandono dictatorial, lastimada de punta a cabo y de cabo a sargento por décadas de olvido, lacerada por más de sesenta y tres larguísimos años de desastres naturales, de catástrofes sociales, de estúpidos planes de planificación socialista, de degradaciones espirituales, de desintereses, de chapuceras medidas “constructivas”, de culpas ajenas, en fin, esa parte de Cuba donde sobrevive de mala manera el cubano de infantería, el que tiene que ir a pie a todas partes, el que delinque porque no tiene opciones de vida, el que ha hecho del marginalismo un escudo para defenderse o el hombre que una vez fue tristemente nuevo, esas no, esas imágenes las esconde el “clan” castrista debajo de sus colchones de plumas, las entierra bien hondo en las letrinas del proletariado, las maneja como propaganda “enemiga” para decir que nosotros, quienes los denunciamos sin piedad, atacamos a Cuba, a los cubanos, y las justifica como la causa directa del embargo imperialista para, al final, con plena conciencia de dictadores inescrupulosos, ignorarlas porque, en la vida real, esa parte de nuestro escuálido, avejentado, horrible y descompuesto país, no les aporta dividendos a sus bolsillos sin fondos o a sus arcas familiares en paraísos fiscales en casa del carajo.
Por desgracia, como dice mi amiga la cínica, el hijo de puta está que da al pecho en cualquier parte del planeta y el castrismo lo sabe, los utiliza, se nutre de ellos, difunde sus “caritas felices” en “la playa más hermosa del mundo” como el acto más cruel de propaganda política cuando, a sabiendas, detrás de esa calculada alegría, existe todo un pueblo pasando las de Caín y sufriendo porque no tienen, siquiera, la más mínima esperanza de vivir esos “sueños de verano”.
Resulta muy triste hablar de este tema. Por lo menos a mí, que sufro la Patria desde la distancia, se me arma un “masacote” en medio del pecho cada vez que veo las cientos de miles de fotografías, que circulan en Internet, denunciando los horrores físicos y espirituales que les ha causado el castro-comunismo a nuestro país, a los que nos ha obligado a padecer a todos los seres cubanos, en los que ha comprometido a varias generaciones de nosotros y que, definitivamente, no tienen perdón de Dios porque, y disculpen mi pesimismo, no sé si podamos recuperarnos algún día de tamaña catástrofe antropológica.
Por eso a Cuba tenemos que mirarla con los ojos de la vergüenza, del dolor y de la rabia. Nuestro clamor de justicia y de libertad tiene que ir mucho más allá de la simple sentencia al castrismo por crímenes de lesa humanidad. El daño que nos ha ocasionado esa maledicencia disfuncional a todos los cubanos es tan grande, pero tan grande, que solo merecen que los arrasemos de la faz de la tierra como ideología, como pandilla de facinerosos, como partido comunista, como sanguinarios depredadores, como esbirros y como bestias de los infiernos hasta declararlos proscritos para siempre, para siempre, para siempre…
Ricardo Santiago.



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