Es cierto, nos pusimos fatales, nos salamos, nos “recontrajodimos” y todo porque en medio de la algarabía, del jubileo, de la bachata, de la absurda gritadera y de la borrachera, aquel Enero de 1959, no entendimos que lo que nos venía encima era peor, mucho peor, que la leche con gofio ahumada que nos daban de desayuno en las escuelas al campo.
Recuerdo que en mi época de estudiante en la Secundaria, en el Pre-universitario e incluso en la Universidad, que te acusaran de diversionismo ideológico era peor a que te mentaran la madre o te “tocaran las nalgas”, es decir, era, el diversionismo, como una cruz, una “manchita” en el expediente o una marquita en el carnet de identidad que pendía amenazante, intimidante y acusadora, de por vida, sobre todos los seres cubanos y que no había forma humana, ni divina, de quitárnosla de encima ni aunque nos “comiéramos” tres americanos y un inglés “crudos o sin cocinar”.
Para nosotros la madre es sagrada y que te toquen las nalgas una ofensa, pero ambos agravios siempre los resolvimos con tres o cuatro trompadas y “a quitarse la picazón”, así de simple, o un poco más complejo en dependencia del amor que sintamos por nuestra progenitora o la aversión que le tuviéramos al “jamonero de glúteos”.
Pero el diversionismo ideológico no, nada comparable a semejante porquería, esa era la peor sentencia que podía colgar sobre cualquier mortal en nuestra amada tierra, un execrable estigma, la más terrible calificación y el más “poderoso argumento” de los castro-comunistas para apartarte de la vida “revolucionaria” o prohibirte cualquiera de tus legítimas aspiraciones ciudadanas.
La lista de rasgos, actitudes, aptitudes, preferencias y formas de pensar o actuar por las que te podían acusar de “diversionismo” era enorme, por sólo citar algunos ejemplos diré: querer abandonar el país, mantener contacto con familiares que residían en el “exterior”, leer libros prohibidos por la revolución del picadillo, hablar en inglés, tener un familiar “contrarrevolucionario”, escuchar a los Beatles o la “música del enemigo”, mascar chicle, usar ropa extranjera, tener el pelo largo los varones, las sayas cortas las hembras, imaginarse la bandera americana, desear un plato de arroz con frijoles negros y cerdo asado, ir a la Iglesia, ser homosexual, decirle “bolos” a los rusos, etc., etc., etc., tengo que parar para no hacer la lista demasiado larga y ridícula.
Los “revolucionarios”, los dirigentes y los hijos de “papá”, eran los únicos que podían hacer todo eso, ellos no eran acusados de nada porque “estaba probado y demostrado su amor y sacrificio por la revolución del picadillo”, y aun cuando se daban sus “cañangazos” de whisky y se jartaban de sanguisis de jamón y queso, se paraban frente al pueblo, con la cara muy dura, a gritar consignas y a pedirnos a los cubanos que nos apretáramos los cinturones que la “cosa” está fea…
¿Cuántos de nosotros crecimos temerosos de ser acusados de esa mierda? ¿Cuántos rabiamos ante tamaña injusticia? ¿Cuántos vimos a los hijos de papá campear por su respeto y ser intocables?
Recuerdo que estudiando en el Pre-universitario, en una escuela al campo, expulsaron a un estudiante porque manifestó su preferencia sexual, es decir, salió del closet, “y los revolucionarios no podemos soportar semejante blandenguería y rezagos del capitalismo”, a ver qué tiene que ver el c… con la partitura…, decía mi amiga la cínica.
Fue algo terrible, recuerdo la humillación pública a la que fue sometido y lo más vergonzoso el silencio y la cobardía de todos nosotros. Nos mantuvimos callados y no tuvimos cojones para enfrentar la injustica, para defenderlo y apoyarlo, para estar junto a él y no condenarlo por el simple hecho de que le gustasen los varones. Se fue de la escuela y nunca volvimos a verlo. Hoy me arrepiento de haber sido tan cobarde y tan mierda.
Ese invento de comunismo de fidel castro le impuso males innombrables a nuestras generaciones y a la nación cubana en general. Nos marcó el alma y la existencia con daños irreversibles e irreparables que aun hoy, después de mucho tiempo, nos siguen persiguiendo donde quiera que vamos. La lista de los perjuicios causados es larga, negra y grotesca, por eso debemos combatir, negar y desprestigiar, con todas nuestras fuerzas, y hasta las últimas consecuencias, a los castro y a su maldita revolución del picadillo.
Ofrezco disculpas por algunas “malas palabritas”…
Ricardo Santiago.