A quienes les sirva el traje, o la sayita, que se los pongan…

Nosotros los cubanos, la mayoría de nosotros, casi siempre, digo yo, nos pasamos de castaño oscuro, nos pasamos siete u ocho pueblos sin mirar pa’l la’o, se nos va la mano por exagerados o pecamos más por exceso que por lo que adolecen el resto de los mortales de este mundo.

Estas son aseveraciones que pueden parecer inocentes, inofensivas o superficiales si se analizan a la ligera, si uno no le pone toda la responsabilidad que implican y si las miramos superficialmente sin percatarnos que, desde el mismísimo 1 de Enero de 1959, nos la hemos pasado adorando a otro ser humano, o cubano, necesitando de un “pastor” que nos diga qué tenemos que hacer, siguiendo a un falso mesías que quita pero que no dice de dónde son los cantantes y adorando a un mortal que muchas veces, o la mar de veces, es mucho peor que nosotros como ser humano o cubano.

Dice mi amiga la cínica que este es uno de nuestros principales defectos como pueblo, que es una de nuestras mayores desgracias pues no hay nada, es decir, no existe nada más fácil de manejar, de someter o de manipular, que una masa compacta de entusiasmados que se desviven, que se babean o que se excitan, tras unas frases huecas, tras un discurso de propuestas vacías, tras arengas incendiarias cargadas de amenazas y de odio, tras el sueño eterno de que vamos a estar mejor en el futuro o tras la promesa de una casita en la playa, por trabajadores «vanguardias», con su cajita de cerveza y todo.

Yo digo que a nosotros los seres cubanos, a casi todos, absolutizar es un pecado discursivo y mortal, se nos suelta la catalina loma abajo en eso de ser crédulos, inocentes y medio zonzos, cuando tenemos delante a un estafador, a un manipulador o a un oportunista que, a todas luces, nos quiere engatusar para su beneficio, pues le hacemos muchas reverencias, le creemos ciegamente todo lo que dice, nos agáchate niña y vuélvete a agachar y nos entregamos en cuerpo y alma a ese patán por tal de que nos diga lo que queremos oír o lo que no tenemos el valor de decir, aunque tanta mierda nos cueste la libertad, nos cueste el aliento o, incluso, nos cueste la vida.

En eso llevamos más de seis tristes y revolucionarias décadas, en eso llevamos casi toda una vida socialista y eso, en la vida real, en la concreta de lo palpable, lo terrenal y lo soportable, nos ha denigrado al punto donde hoy estamos, nos ha bajado como nueve categorías como seres humanos, y cubanos, nos ha podrido desde el cuerpo hasta el alma y nos ha hundido en el peor basurero existencial de toda la historia de la humanidad.

Pero así andamos por la vida, errantes por Cuba y por el mundo, así mismo no nos importa morir de angustias, no nos detenemos para “pensar” más allá de nuestras narices y no meditamos en el hecho, en el simple hecho, de que el mal nos llega disfrazado de diferentes maneras, una y otra vez, por nuestra terrible condición de incautos, por nuestra falta de fuerza espiritual, por nuestra ausencia de valores humanistas y por nuestra obstinada inclinación al relajo, al bonche y a la jodedera, que son, al final de nuestra existencia como raza, como pueblo, como nación y como país, los que nos han llevado a la destrucción, a vivir en la miseria total, a tanto nadar pa’ morir en la orilla y a pedir el agua mediante súplicas para después morir deshidratados.

Y es que nosotros los seres cubanos, insisto, la mayoría, tenemos que acabar de despertar, tenemos que acabar de abrir bien grandes los ojos y dejar de andar en Belén tras los pastores, de vivir esperando a que un pico fino nos caiga de Dios sabe donde y nos marque la vida con una equis, nos diga qué tenemos que pensar porque, según él, es lo que más nos conviene, lo que mejor nos sirve y lo que no nace no crece…

La realidad, la única verdad, es que todo lo bueno del mundo, incluyendo la mismísima libertad, está dentro de nosotros, es alcanzable con nuestro esfuerzo y sacrificio, es merecedor si abrimos las entendederas y creemos en nosotros mismos y es alcanzable si estamos plantados en siete y medio y no dejamos que nada ni nadie venga y nos cambie el destino, así de “simple”…

Ricardo Santiago.

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