La malevolencia, la perversidad y el ensañamiento de los comunistas para permanecer en el poder no tienen límites, cuando muerden una “presidencia” no la sueltan y hay que darles candela como al maca’o para que suelten el “carguito” o abandonen los Palacios de Gobierno en los que se anclan y a los que convierten en sus guaridas, bunkers, cloacas o “casitas de caramelo”.
Con el cuento de los pueblos explotados por el imperialismo, cuento que ni ellos mismos se creen, los comunistas son los tipos que más temen la democracia, por eso le tienen tanto odio, currucucú y tratan de silenciarla aunque tengan que masacrar por cualquier vía, es decir, racionamientos, hambre, prohibiciones, limitaciones, represión, “crimen y castigo” a todo un pueblo.
A esos enemigos de la libertad y la democracia no les van ni las consultas populares, ni los plebiscitos y muchos menos las elecciones libres con más de un candidato. En la práctica se niegan al escrutinio popular porque saben, que el desastre que han causado es tan monumental, que los pueblos, si los dejan elegir sin presiones, chantajes, amenazas y coacciones, les darían una patada en el trasero para enviarlos con los chinos de China.
Las dictaduras comunistas arrasan con las economías, la vida, las calles, los edificios, la salud, los estómagos y con países completos, de ahí que tarde o temprano las personas se harten de ellos y terminen cogiéndoles asco.
El comunismo es una ideología siniestra, si es que se le puede llamar ideología a esa mierda, es la más funesta, descojonante, aterradora, fantasmagórica y cruel de todas las ideologías porque sencillamente no es coherente, creíble, se dispersa en el aire como los olores nauseabundos, es un invento, otro cuento “chino”, es una mala interpretación de una conversación de cafetín utilizada por algunos caudillitos “pícaros”, sin nada de honestidad y sí mucho de maldad, para “amarrarse” al tibor de las revoluciones, por los siglos de los siglos, haciendo lo que les da la gana, enriqueciéndose a trocha y mocha y promoviendo la corrupción, las cogiocas universales, la eternidad de las vacas flacas y el saqueo a los erarios públicos nacionales de sus respectivas naciones.
El comunismo fue la indecencia mental de dos burgueses medio oportunistas, u oportunistas y medio, que quisieron llamar la atención con teorías de plusvalías de la discordia y proletarios del mundo uníos para ellos no tener que trabajar, sudar la gota gorda o empapar la camisa como es menester de los hombres honestos, de ahí que sea una doctrina que promueva la improductividad, el atraso y la involución de las “especies”.
La “propiedad social sobre los medios de producción”, la más cacareada de todas las leyes marxistas-leninistas, y que al final es la mayor mentira de los comunistas, no existe. En la vida real la “propiedad” es propiedad única y exclusiva de quienes ostentan el poder y que, además, la mal administran y la “distribuyen” a su antojo, despilfarrando los recursos nacionales y generando una improductividad, un desastre económico, un hambre, una sed y una frustración que terminan por devorar las expectativas de vida de quienes sufren esos espasmos cerebrales.
El pueblo cubano nunca fue ni comulgó con las ideas del comunismo antes de 1959. Para los seres cubanos “comunismo” era una muy mala palabra, una desgracia monumental que le pasaba a algunos países por allá por casa del carajo y por ende lo opuesto a cuanto necesitábamos nosotros como nación. De ahí que los comunistas en Cuba no pasaban de ser un piquete de desafectos y facinerosos. Ese partido estaba integrado por dos o tres sindicalistas protestones y unos cuantos agitadores compulsivos que no eran bien vistos ni seguidos por el resto de la población. Al menos eso fue lo que siempre me contaron los viejos de mi barrio.
Yo soy un anticomunista furibundo, es evidente por las cosas que digo y por cómo las digo, porque aprendí y aprehendí, con los años que tuve que sufrir, padecer y soportar calladito aquella porquería de régimen en Cuba, que no existe en esta bendita tierra nada peor para la vida, la vida mía, la vida de mi vida, oh, vida, vida, divina, vida, gracias a la vida, la copa de la vida, sí a la vida, eres mi vida y hasta una vida loca, que un ser cubano pueda soportar, querer para sus hijos o desearle al peor de sus enemigos.
Ricardo Santiago.