La tragedia más terrible, espeluznante, horrorosa y espantosa que sufrimos los cubanos es que el castrismo no es una enfermedad que se cura tomando una medicina y ya, no, el castrismo es una maldición que se ha apoderado de nuestra Patria, que se nos ha metido hasta el tuétano y que no nos quiere soltar aun cuando es muy evidente, demasiado gráfica, vista hace fe, la destrucción que ha provocado y que continua infringiendo en la vida de los cubanos, en Cuba y en buena parte del mundo también.
El castrismo es un mal tan desagradable y persistente que en estos 58 años de agonía no hemos podido, de ninguna manera, quitárnoslo de encima.
El castrismo ha devenido en la mayor catástrofe, incluyendo las naturales, que ha sufrido el pueblo cubano, y Cuba como nación, desde 1492, cuando el Almirante Cristóbal puso sus intrépidos pies en una de nuestras hermosas playas, de arena fina, hasta el sol de hoy en que la pandilla de los “comandantes” de Birán tienen el poder secuestrado, ultrajado, mordido y masticado con el cuento de que “tumbaron a Batista” para restablecer la democracia en Cuba.
Y la verdad histórica es que a Batista lo tumbaron los americanos cuando le retiraron el apoyo “incondicional”, o alguien aun se cree la “fabula guerrillera” de los barbudos alzados, o alzados barbudos, da igual, los piojos se los estaban comiendo vivos, “rompiendo montes y ciudades y cambiando el curso de los ríos”.
En toda la historia de la humanidad ningún grupo de insurgentes mal armados, mal comidos, mal hablados, mal pensados y mal bañados ha podido derrotar a un Ejército Constitucional si es que este último no lo permite.
¡A otros con ese cuento!
El tema es que esta ha sido la mayor mentira inventada y sostenida por la historiografía oficialista castrista para inculcar en el pueblo cubano la imagen grandilocuente de la invencibilidad de Fidel Castro y de su revolución de rotundos disparates.
Lo que nunca estos mercaderes de la vida pasada se atreverán a decir es la cantidad de traiciones, mentiras, estafas, malversaciones y tergiversaciones de la realidad que han tenido que “documentar” para crear y mantener el mito del “rubí, las cinco palmas y una estrella”.
Y es que el sufrimiento de estos 58 años de castrismo supera con creces todo lo vivido en los más de 450 años que antecedieron la llegada al poder en Cuba de estos pichones de ñángaras con collares, crucifijos y con ideología trastocada.
Los cubanos, como una película repetida, también hemos visto, después del 1 de Enero de 1959, el exterminio de la raza casi igual al que provocó la conquista española, los azotes, el cepo, los barracones y la esclavitud, de la época colonial, cuando decidimos en masa seguir y apoyar las mentiras de Castro, las tiranías y los tiranos de nuestro corto período republicano pero encarnados en un solo apellido y, todo eso, sin que el país gozara, aunque fuera solo un año, de alguna prosperidad o solvencia económica igualitico a, por ejemplo, 1957.
¿Cuántas generaciones de cubanos han vivido racionadas, controladas y desabastecidas comiendo las porquerías más indecentes que ojos humanos han visto?
No quiero mencionar ni criticar los “manjares” de la revolución por decencia, respeto a los hermanos que siguen allí, vergüenza y un asco que todavía hoy me retuerce las tripas de solo pensarlo.
El castrismo llegó a Cuba como una pandemia secreta, como un gas toxico, muy toxico, como una fiebre contagiosa que fue pasando de cuerpo en cuerpo sin que nadie pudiera notarlo, advertirlo, como un brote diarreico que la mayoría achacaba a un alimento mal elaborado y como una plaga invisible que lo fue engullendo todo, absolutamente todo, primero a dentelladas cortas, buches amargos, mordiscos desesperados y tragos interminables hasta succionar las ideas de los hombres, devorar el aire que respiro, apagar la luz “que me ilumina”, desvencijar la naturaleza del verde retoño y devorar la vida de los cubanos completica, completica.
Continuará…
Ricardo Santiago.