Por Tatiana Fernández y Ricardo Santiago.
El Período Especial en Cuba, la opción cero, o cero todo de todo, para el pueblo cubano humilde y trabajador, fue un tiempo tan negro que cuanto más podamos documentar, para la memoria histórica contra el castrismo, más útil nos será para combatir a esa plaga salida del infierno.
Si bien esa malsana y trágica realidad empezó para los cubanos el 1 de Enero de 1959, cuando esa banda de cuatreros, criminales, asesinos y delincuentes se robó la Patria mediante un golpe de estado, no fue hasta inicio de los 90s que, ante el fin de la subvención soviética a los Castro, la llamada “economía cubana” nos mostrara su verdadero rostro de fracasos, improductividad, ineficiencias y globos inflados.
En los 90s los cubanos nos despertamos del largo letargo del cuento chino, perdón, ruso, sin la acostumbrada “tacita de café” en las manos. Abrimos los ojos para sufrir hasta el tuétano la verdad de la mentira que habíamos vivido y entendimos, con sangre, sudor, lágrimas y hambre, mucha hambre, que en realidad llevábamos más de treinta años padeciendo una crisis detrás de la otra que se camuflaban tras la tragedia de la vida cotidiana.
Los cubanos, en Cuba, después de Enero del 59, hemos sufrido la crisis del arroz, la crisis de los frijoles, la crisis de la leche, la crisis de la carne de res, la crisis de los mariscos, la crisis de las muchas crisis y hasta la crisis del jabón de baño. Son demasiadas crisis para un solo pueblo y carretones de insuficiencias para ese régimen dictatorial que persiste en perpetuarse en el poder.
Pues, como es lógico, una de esas crisis, de esa gigantesca lista, también fue la del café, la del sagrado café de Mamá Inés que todos los negros tomamos a uno, dos y tres.
Un café acabado de hacer, con su aroma inconfundible, es un regalo, una bendición y un derecho que nos da la naturaleza a los seres humanos. Para la inmensa mayoría de los cubanos una taza de ese santísimo elixir significa mucho, es más, nos representa la vida misma porque el café en Cuba es sinónimo de amistad, de buen vecino, es religión, es medicina y es pasión.
En el Período Especial los cubanos también tuvimos que ingeniárnoslas para poder tomar ese bendito brebaje. El castrismo racionaba a seis onzas de café por persona cada quince días y, como es lógico, no alcanzaban ni para empezar. Del círculo “Culinario Anónimos S.A.” de las bodegas cubanas salió la idea de adicionar chícharos tostados al grano de café y molerlos juntos para que alcanzara y rindiera “un poquito más”. El café en granos se adquiría en el mercado negro a un precio de 25 o 30 pesos la libra. Una vez que tenías el café había que “cazar” el chícharo a como apareciera, con gorgojos o hasta con la madre que los sembró.
Cuando se tostaba el chícharo que, por cierto, desprendía un humo del carajo y un “olor” a “quema’o” que nos duraba en la casa por tres días, se tostaba el café teniendo mucho cuidado de no “pasar” el grano. Los cubanos, a la fuerza, nos hicimos Máster en el uso de alternativas para “hacer rendir” el liquido sagrado. La alquimia cafetera en Cuba se convirtió en una ciencia casi exacta y todo dependía de la cantidad de granos que tuviéramos para lograr un sabor soportable. A veces se usaba más chícharos que café y en esos casos el resultado era un sabor que algunos llamaban “café patria o muerte, venceremos”.
¡Dios mío hablamos de una puñetera taza de café!
Recuerdo que mi madre me decía: “Tápate la nariz, aprieta el c… y trágatelo de un tirón pa’ que te caiga algo calientico en el estómago”.
El cubano puede no tener nada pero no lo dejes sin café pues el día le empieza “vira’o”. De esta crisis cafetera muchas personas comenzaron a vender café en los portales de sus casas, en las colas de cualquier cosa y donde quiera que hubiera un cubano con “dolor de cabeza”.
Pero mientras nosotros mezclábamos desesperados el café con chícharos, comíamos la apestosa masa cárnica y tomábamos aquella mierda de Cerelac, por las avenidas cubanas corrían los camiones de la dictadura, unos con el slogan “Tauro: El más apetitoso de los signos”, que abarrotaban el mercado en “divisas” de buenos cortes de carnes, y otros, con diferentes productos, entre los que destacaban las marcas de café Cubitas, Serrano, etc, un café de alta calidad, de producción nacional, destinado, según esos hijos de perra, a recuperar la “economía” y salvar a los cubanos de tamaña hambruna.
Una pregunta para terminar: ¿Habrá tostado chícharos Mariela Castro alguna vez en su casa?
Tatiana Fernández.
Ricardo Santiago.