Resulta la mar de difícil contabilizar la cantidad de seres cubanos que mueren por causas directas, o indirectas, provocadas por un régimen tan cruel, tan despótico, tan corrupto, tan inútil, tan estéril y tan devastador, para la vida física y espiritual de un país, como lo es esa mierda de revolución socialista que, desde hace más de 60 larguísimos años, arrastramos, como una pesada carga de promesas incumplidas, todos los cubanos, incluyendo a los “simpatizantes” de esa maldita dictadura, por las destruidas, ruinosas y malolientes calles de lo que queda de una isla que otrora fue la más hermosa que ojos humanos vieron.
Sin lugar a equivocaciones podemos afirmar hoy que el castro-comunismo, visto, sentido y sufrido sus consecuencias sobre la vida, o la casi vida de cada uno de nosotros, devino en el peor verdugo de un pueblo al que condenó, por soberbia y por la desmesurada egolatría de un tirano cruel, a la desaparición, al espanto, al ostracismo, a la humillación, a la fragmentación, a la locura, a la inercia, al empuja-empuja, al hambre, a las picadas de mosquitos, a de esta agua no has de beber, al adulterio, a la tristeza y a la peor de todas las muertes, a la muerte en vida, a la falsa vida, a la humillante vida o a la degradante muerte.
Por eso digo, con total responsabilidad, que la muerte en Cuba, en cualquiera de sus variantes, desde el mismísimo 1 de Enero de 1959, nos ganó la batalla por la vida a los seres cubanos diez a cero. Una pelea muy dispareja en la que fuimos vencidos por un monstruo de muchas cabezas que regenera constantemente su maldad, su despotismo y su voracidad para someternos y utilizarnos, a su antojo, obligándonos a soportar las peores penurias, los más ridículos sacrificios, los más groseros altruismos y las más inhumanas condiciones de vida solo para satisfacer su infinito apetito de devorar a naciones y a pueblos enteros.
Y es en este punto donde quiero detenerme. De la muerte física, es decir, de los cientos de miles de muertos que nos ha costado esa crueldad llamada castrismo, dolorosamente podemos, aunque siempre temo que nos quedemos cortos, calcular una cifra pues ahí están los fusilados judicial y extrajudicialmente en los “paredones revolucionarios”, los asesinados en las prisiones por violentas peleas o “extrañas” enfermedades, los reprimidos salvajemente en las calles o en los recintos del régimen, en las guerras de rapiña ideadas por el oportunismo de un falso internacionalismo proletario, los que han perdido la vida intentando escapar del infierno socialista, en fin, cientos de miles de seres cubanos que, de una forma u otra, engrosan la enorme lista de víctimas directas de una mal llamada revolución que se despojó de su supuesta capacidad reconciliadora, en Enero de 1959, para convertirse en una sanguinaria máquina de “triturar” cubanos cuerpos y cubanas almas.
Pero, sin lugar a dudas, la muerte espiritual de la nación cubana es el peor parricidio cometido por la revolución del picadillo contra nuestra Patria. Millones de “puñaladas abstractas” que Cuba ha recibido traicioneramente y que los cubanos “cargamos en el costado” pues llevamos 60 años sufriendo un brutal racionamiento, soportando la absurda escases hasta de lo más mínimo, ilusionándonos con un “futuro mejor” que cada vez es más futuro, dejando la vida en conseguir lo indispensable para no morirnos de hambre, de sed o de tristeza, soportando la precariedad, el abandono y la humillación de los más elementales e imprescindibles servicios públicos, aceptando, so pena de sufrir prisión, que nos adoctrinen a nuestros hijos en una ideología en la que nadie cree ni nadie quiere, resistiéndonos al “mal tiempo” sin buena cara, asistiendo a la peor corrupción moral que destruye la decencia de los seres cubanos, pidiendo el último todo el “santo” día, sufriendo el menosprecio y la desidia de una dictadura que, lo poco que nos vende, lo hace a “granel”, en fin, teniendo que vivir en un país donde nadie quiere estar porque la vida digna, la que se requiere por deberes y derechos ciudadanos, se fue a bolina con los primeros vientos del “huracán” de nuestra gran desgracia nacional.
No existe nada más dañino, más devastador ni más catastrófico para un país y su pueblo que tener que sobrevivir diariamente soportando las injusticias de un “gobierno” que tiene secuestradas, a la fuerza, tus libertades individuales. Es la primera razón de la muerte espiritual de una nación y es, además, la causa fundamental de que los seres cubanos nos estemos consumiendo como Patria, como sociedad y como ciudadanos.
Ricardo Santiago.