Un ser cubano de infantería un día se levanta en la mañana, se acerca a la ventana, se percata de que cada vez está más desvencijada y que no tiene cómo arreglarla. Se encoje de hombros y se reconforta pensando que hay otras “cosas” en Cuba que están peores y que aun así la gente sigue tirando, viviendo, respirando, machacando, en la marchita y pugilateando muy duro porque: “Esto está de p… queridos amiguitos, papaítos y abuelitos”.
Con mucho esfuerzo intenta abrirla, la ventana, digo, lo hace despacito, la sostiene con ambas manos, con mucho cuidado para que no se caiga y mate a cualquier hijo de vecino que pase por debajo. Increíblemente, milagrosamente lo logra, la luz del Sol penetra e ilumina lo que él hace la mar de tiempo considera que es su casa, su morada, el único refugio que ha logrado “construir”, en Cubita socialista, tierrita de fidel, para despojarse de sus máscaras, para llorar sus miserias, para arrepentirse y para cagarse en la hora en que nació por ser tan comemierda, tan imbécil, tan conformista y por no escuchar a su hermano de toda la vida cuando le dijo que en este país, en su país, no había futuro y que lo mejor “era largarse de aquí pa’l carajo”.
Se acerca al fogón y cuela un poquito de café, de algo que se asemeja al café, con la intención de que le caiga algo calientico y le entone el estómago pues presiente que este será otro día muy largo, pero el elixir de los dioses caribeños le juega una mala pasada y el brebaje de Mamá Inés le provoca unos retorcijones de los mil demonios, por los cuernos de Belcebú qué es esto… y se va de cabeza para el baño, bueno, para su “baño”.
No tiene agua, hace dos semanas que no “entra”, no tiene papel sanitario, agarra un pedacitico del periódico granma, el órgano oficial de los comunistas, y mientras alivia sus rencores intestinales lee con estupor, alucinando, escrito con letras grandes, “la revolución avanza vic…”, se persigna, se seca las lágrimas de los ojos por los tremendos dolores de barriga sufridos, por la frase leída y, haciendo una “cubanísima” economía de recursos, tal como nos enseñó nuestro comandante en jefe, se limpia el c… y termina “triunfante”, según cree, la primera batalla del día.
Después de deshacerse como pudo de las “cumbres borrascosas” se acerca a la ventana, mira hacia afuera y se da cuenta que las manchas de humedad del edificio de enfrente amanecieron mucho más grande esa mañana, que el basurero de la esquina creció sin que a nadie le importara la perorata “sanitaria” del delegado de la circunscripción o del jefe de sector, que en la tiendecita de la esquina la gente duerme marcando en una cola, desde hace tres días, pa’ cuando saquen pollo, que muchos caminan por el medio de la calle con la mirada perdida y sin rumbo fijo, como los zombis de una película “revolucionaria”, y que la ciudad, su ciudad, el pedazo de isla que lo vio nacer, está peor, cada vez peor, que hiede, que confunde, que mezcla olores y sabores empobrecidos y que está hecha una reverendísima porquería, una ruina y un “paisaje después de la batalla” pero sin bombas caídas y sin tratados de paz firmados.
Entonces, por primera vez en su vida, se cuestiona de qué coño le sirvieron tantos trabajos voluntarios en la agricultura y en cada mierda que necesitó la revolución del picadillo, de qué valieron tantos pasos al frente para defender ese socialismo, a dónde fueron a parar sus tantísimas donaciones gratuitas de sangre, para qué tantas “guardias cederistas” si la bodega del barrio cada vez está más vacía, pa’ qué le sirven tantas medallas y diplomas por “méritos” ganados, cuál es el resultado por tantos sacrificios, incluso hasta cuando abandonó a su familia porque la “patria” lo necesitaba, y qué será, Dios mío perdóname, de la vida de aquel compañero que delató, con el secretario del partido, porque le dijo que el socialismo jamás solucionaría los problemas económicos y sociales del país.
Esta historia de “amor” es pura “ficción”, les aseguro que cualquier semejanza con la vida en Cuba es pura coincidencia o el resultado de mi “rabia” contrarrevolucionaria, de mi “odio” profundamente anticastrista, de mi papel como “mercenario” al servicio de la CIA o de mi “gusana” capacidad para no valorar los tremendos “esfuerzos” y la cantidad de “recursos” que empleó la revolución fidelista en mi formación, “educación” y desarrollo como ser cubano.
¡Ah, bueno…!
Ricardo Santiago.
Hace un par de años visite Cuba y aunque disfrute conocer la isla, si pude notar que la mayoría de las personas tienen muchos problemas para sobrevivir. Desafortunadamente no les pedí sus datos para seguir en contacto. Si alguien hombre o mujer quiere un amigo mexicano escriba a lic.juan.hernandez@protonmail.com para platicar y conocer un poco más sobre nuestros países. Saludos y suerte con el coronavirus.