Cuba es hoy un fantasma a medio camino entre el espanto y la agonía.

Para mi siempre ha estado muy claro, clarísimo, que lo cubano no tiene nada que ver con el castrismo y viceversa, es decir, que a Dios lo que es de Dios y al diablo lo que es del diablo porque, aunque ambas palabras empiecen con “c”, existe una enorme oposición, una muy amplia diferencia, entre ambos conceptos.

Muchos de nosotros, incluso con las mejores intenciones, no quiero ser mal pensado, tienden a confundir y a mezclar a uno con el otro cuando las divergencias, hasta por encima de la ropa o el aspecto físico y espiritual de cada uno, están bien marcados, se pueden ver a diez leguas de distancia, son muy discordantes y es como confundir, por mucho, cualquier aroma agradable a los sentidos con la peste o con los desagradables efluvios que emanan de ese maldito partido comunista.

Por eso me gusta señalar, cada vez que tengo una oportunidad, que no debemos, sobre todo quienes nos enfrentamos a esa execración castro-comunista, mezclar la palabra dictadura con la palabra cubana, el vocablo revolución con el vocablo cubano, al concepto de gobierno con el sentido de tiranía y mucho menos, pero muchísimo menos, a nada que salga de esa gran tragedia nuestra, o estupidez nacional colectiva, con cubano, con cubana, con nacionalismo o con patriotismo.

Porque, amigos míos, por ser cubano, por defender esa cubanía que un día fue el orgullo de una nación entera, murieron miles de seres cubanos dignos y entregaron la vida la mar de hombres y mujeres que veían a Cuba como la pureza misma, como una beldad en medio de nuestra insegura existencia y como una tierra que, aun con la inocencia de una mujer principiante, merecía ser defendida a capa y espada, con sentido común, con uñas y dientes, con el honor, con la vergüenza y con los “cojones” de todo un pueblo.

Pero nos la dejamos arrebatar, nos la dejamos arrancar de nuestros corazones y de nuestra “puta” alma y, por desgracia para todos nosotros, hoy yace como un fantasma a medio transitar entre el espanto y la agonía, entre esta tierra que se van a tragar mis ojos y un infierno putrefacto y gris, maltratada y humillada por ese mismo pueblo que nunca tuvo el valor suficiente para defenderla y sí para plegarse, arrodillarse mansamente, ante las patas de la bestia, ante la ignominia, ante el descaro, ante el oportunismo y ante la cobardía…, yo el primero.

En toda ecuación ideológica siempre existen excepciones, siempre hay quien, gracias a Dios, saca la cara por los demás y siempre están los que, con inteligencia, audacia, valor e hidalguía, defienden a la “mujer” amada o a su Patria querida, de violadores, asesinos, corruptos y oportunistas, exponiendo su propia vida y hasta su santa libertad.

Yo no tengo dudas de que, tantos años, más de seis décadas, de dominio castrista sobre el pueblo cubano, nos hayan dejado como una nación con taras, nos hayan paralizado ese importante sentido que tienen los seres humanos, y deberían tener los seres cubanos, de salvar y proteger su individualidad, de creerse más importantes que cualquier forma de gobierno, más necesarios que partidos políticos, doctrinas, religiones, que una cama calientica y cómoda, que presidentes y que el embullo colectivo, las borracheras ideológicas y la adrenalina sin justificar que arrastran a naciones enteras al abismo pestilente y vil del socialismo legalizado.

Y al cabo de tantos años de encierro y pudrición castro-comunistas de nuestros cuerpos y de nuestros espíritus, algunos seres cubanos, no todos, nos preguntamos hasta cuándo, qué más hemos de sufrir para arrancarnos del alma tamaña agonía, tanta miseria y tanta estupidez mental que es, a la larga, la que nos tiene bien jodidos y sacralizados como uno de los países más infelices y más miserables del mundo.

Mi vergüenza cubana es infinita, una parte de mi tiempo en esta única vida que Dios me dio fui cómplice de esa mierda, hice absoluto silencio ante la degradación sostenida de mi país, ante el envilecimiento de un pueblo que, obligado a sobrevivir cotidianamente, se fue corrompiendo ante mis ojos y llevando la lucha de clases, la famosa lucha de clases, a niveles de traición, de chivatería anónima y pública, a sálvese quien pueda, a inmortalizar la deslealtad y a asesinar, si es necesario, por alcanzar alguna migaja, algún hueso carcomido y fétido, que nos tira esa maldita dictadura castro-comunista para que nos mantengamos como esclavos felices.

Tenemos que decir basta, tenemos que mirar la Patria con orgullo y hemos de partir de las enseñanzas de esos hombres y mujeres que nunca comulgaron con el monstruo y hoy nos miran con lástima y, porqué no, hasta con un poquito de asco.

Ricardo Santiago.

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