Cuba es un Estado policial donde los cubanos somos reprimidos desde niños.



Siempre me cuestiono si en realidad a Cuba, después del 1 de Enero de 1959, se le puede llamar Estado, país, nación o sociedad, definiciones todas muy alejadas de en qué nos convirtieron la Patria los castro-comunistas, y en qué nos convertimos nosotros, con ese maquiavélico, impúdico y retorcido invento del tibor del socialismo, del nacionalismo patriotero, del fidelismo contagioso y de las dos libritas de papas por persona una vez cada tres meses.
En Cuba usted le da una patada a una lata, a una “puerta”, a una piedra, a un boniato de la acera o a un basurero, y le sale un policía, un guarapito meapostes, un chivato, un represor, un coco-macaco, un cederista, un agente 008, una rata, un traidor, un yo soy fidel, un comisario político o una castro-claria, así de terrible y peligroso.
Es fundamentalmente por eso que el castrismo es una brutal dictadura, porque incentivó en los seres cubanos “el lado oscuro del corazón” y sembró en cada uno de nosotros una extraña “semillita” que, quienes tuvieron el cerebro “fértil” para la mariconá diabólica, para el odio, la envidia, el resentimiento, la venganza y la trampa, les germinó como un estrambótico matorral de miserias humanas hasta convertirlos en los fieles guardianes de un régimen que los utiliza como carne, qué digo carne si allá la “carne” es delito, como yerbajos de cañón.
Yo digo que sería bien interesante, bien ilustrativo, para entender porqué en Cuba la democracia y la libertad brillan por su ausencia, hacer un análisis de cuántos represores hay en nuestro país por “metros” cuadrados y cuántos le tocan a cada uno de los seres cubanos.
Porque la represión en Cuba es de muchos tipos y maneras, y los represores, es decir, quienes accionan el “látigo” de lo políticamente correcto, de lo “legalmente” autorizado, de lo acorde con los lineamientos del partido comunista, de los se puede y los no se puede, “¡abre ramirito!”, pásame un par de saquitos de cemento, la casita en la playa y apunta en esa lista a los enemigos de la revolución, tienen tantas formas, ejercen desde muchas aristas su asqueroso oficio de observadores, que nos han puesto la Patria “flaca” con tanta vigiladera y tanta “rascabuchadera”.
Desde niños, muy niños, apenas si sabíamos escribir “mi mamá me ama”, recuerdo que la maestra, cuando por alguna necesidad ideológica o fisiológica se ausentaba del aula, le decía al más “fidelista” de la clase que quien hablara lo apuntara en “esa” lista: “maestra no sé escribir”, “no importa, hazle una cruz”.
Quiero reconocer hoy públicamente que otro de mis grandes traumas infantiles, junto a los clásicos vampiros y el camión de la basura, fueron las puñeteras listas del socialismo en la que se entraba con tremenda facilidad pero para salir era de Padre Nuestro y Señor mío.
Pero bien, para no apartarnos del tema principal de este comentario, el listero, digo, el alumno designado para llevar la lista de la “disciplina”, se convirtió en el primer represor que tuvimos que soportar los seres cubanos. Con los cursos sucesivos esa recia figura se transformó en jefe de destacamento de pioneros y jefe de colectivo estudiantil hasta alcanzar el non plus ultra de la chivatería revolucionaria como secretario del comité de base de la unión de jóvenes comunistas.
En nuestros lugares de residencia tenemos otros especímenes con la misma función de apuntarnos en la dichosa “lista”, los presidentes de los comités de defensa de la revolución, el de vigilancia, los delegados del poder popular y los jefes de sector de la policía nacional revolucionaria.
Así, sucesivamente, en cada actividad de la vida, incluso en la vida misma, el cubano es un ser sometido a una desenfrenada “revisión”, a constantes “análisis” para detectar si tiene “parásitos”, si le sube o le baja la presión social, si tiene la hemoglobina sospechosamente alta, si habla más de la cuenta, si oye a Willy Chirino a to’ meter, si le dice pájaro a raúl castro o si cuando se va la electricidad, se le rompe el refrigerador, tiene mucha hambre, se le rajó el pantaloncito chino o no pasó el listero de la bolita, le mienta la madre al comandante y… eso no, compañeros, que nuestro comandante está muerto, muerto de risa burlándose de todos nosotros.
La lista es muy larga, larguísima, los análisis también, y ese era entonces otro trauma de mi madre pues cada vez que yo regresaba de una escuela al campo, la pobre, se empecinaba en que me hiciera “análisis” porque estaba muy flaquito y se volvía loca buscando “pomitos” para tales menesteres…
Ricardo Santiago.



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