Yo, ahora con el tiempo, y en el exilio, sobre todo con este último, he comprendido, con mucho dolor, mucha tristeza, mucha vergüenza y mucha agonía, que la “educación” que recibí en Cuba, desde que me enfrenté por primera vez a los tormentos de dos más dos es igual a…, a los incomprensibles mi mamá me ama, yo amo a fidel, la revolución es buena y los yanquis son malos, que fuimos víctimas, todos los cubanos, sin excepción alguna, del peor adoctrinamiento, de la más mala formación espiritual, del más vergonzoso concepto de la ética y de la más destructiva creación de valores a los que pudo ser sometido cualquier individuo, en cualquier sociedad, en cualquier país del mundo y en cualquier momento de la historia antigua o contemporánea.
Una verdad que causa un bochorno del carajo porque, en la vida real, en la concreta, en la práctica de quién es el último pa’l pollo, lo único que de verdad aprendimos, lo único que de verdad nos enseñaron los comunistas con sus maestros Makarenkos, con sus profesores del destacamento Manuel Ascunce Domenech, con sus egresados de las Escuelas Formadoras de Maestros y con sus maestros emergentes de a tres por kilo, fue a odiar, fue a despreciar, fue a dividir, fue a vulgarizar, fue a destruir, fue a mentir y fue a decir ocho cuando teníamos que gritar ochenta y ocho.
Y muy poco pudieron hacer, o mucho tuvieron que ver, nuestros padres, en nuestras casas, en esa mala educación que recibimos como esperanza del mundo, en esa malísima formación de valores éticos y morales que adquirimos cuando, para sobrevivir al juicio constante por blandenguería combativa, por diversionismo ideológico, por poca seriedad, compañero, o por cualquier estupidez que no encajara con los preceptos del libro sagrado de conducta comunista, teníamos que engañar, teníamos que asumir falsas actitudes, teníamos que chivatear de lo lindo al primo de Jeffrey, teníamos que estar de acuerdo con el colectivo y teníamos que tragarnos, en seco y a cun-cun, nuestros verdaderos pensamientos.
Por eso no es de extrañar que el cubano, después de tanta y tanta mala “práctica como criterio de la verdad”, deviniera en un ser anodino, en un ente sin un juicio propio de la vida que le rodea, sin argumentos que le permitan enfrentar la palabra ajena y, sobre todo, sin un discurso coherente para definir la desgracia, los tormentos y la depauperación que sufre como ser humano, la terrible crisis que afecta profundamente a su país y la dolorosa tragedia existencial que padece por no entender que Cuba, esa isla grande que todos decimos amar, necesita un cambio profundo que transforme desde sus raíces todas sus estructuras y alcance todos los niveles de la sociedad.
Dice mi amiga la cínica que somos un pueblo que provoca mucha vergüenza ajena. Que solo basta con ver la superficialidad con la que actuamos, las groserías que proferimos hasta para decir que nos “amamos”, cuánto hemos desprestigiado nuestro lenguaje y cuántas justificaciones y tonterías esgrimimos para no reconocer, públicamente, que el único causante de nuestra gran desgracia nacional es ese oprobioso régimen de represión, miseria y muerte.
Pero yo digo que la mayoría de los cubanos ya somos grandecitos, que estamos lo bastante creciditos para no continuar regodeándonos en la mierda y arrastrando, a donde quiera que vamos, tanta mala educación, tanto adoctrinamiento y tanta impertinencia.
Es cierto que gran parte de la culpa la tuvieron nuestros “maestros”. Crecimos y nos formamos en un país donde la libertad es sinónimo de sumisión, ofender y agredir son considerados actos patrióticos, aceptar sin chistar la orden del líder es amor a la revolución, dar un paso hacia la muerte es internacionalismo proletario y, entre otras muchas, aceptar la miseria, la indigencia y el hambre, es la manera de defender a fidel, al socialismo, a nuestra bandera y a una Patria que nos contempla horrorizada.
Pero, ahora, la culpa es nuestra, es decir, continuar siendo unos borriquitos ideológicos, unos semianalfabetos funcionales o unos estómagos-pensantes defendiendo lo indefendible, es únicamente responsabilidad nuestra.
Muchos tenemos la posibilidad de reeducarnos, de instruirnos, de crecer con una “verdad” que nos es negada en Cuba por el castro-comunismo, con valores éticos que van más allá del agresivo, hiriente y lastimoso “que se vaya la escoria”, con la creencia de que no por divergir somos diferentes y con la conciencia de que Cuba, de que ser cubano, están por encima de ideologías, de intereses personales, de ambiciones trogloditas y de revoluciones, de partidos, de militantes, de canallas y de patriotas, de opositores, de dioses y de «santos inocentes».
Ricardo Santiago.