La mayoría de los cubanos aceptamos, sin oponer mucha resistencia, o en realidad casi ninguna, que el castro-comunismo nos “durmiera” con sus diabólicas mentiras, que nos apaciguara nuestra gallardía mambisa, que nos mantuviera marchando hacia el “futuro”, de uno en fondo, y por una “aguerrida” guardarraya comunista, que nos tratara a patadas por el c…, a buchitos de agua y que nos exigiera el máximo sacrificio, incluso más allá del límite humano, a cambio de meternos en el cerebro su retorcida y monumental miseria, a la que llaman “educación socialista”, sintetizada en los absurdos, ridículos, grotescos y fascistas, “patria o muerte, venceremos”.
Y lo más triste de ese cambio climático, digo, de la transformación, de la involución del hombre en miliciano sin fusil o del ser cubano en revolucionario culisucio, es que nos acostumbramos, nos adaptamos rigurosamente a ser objetos utilitarios, carne de cañón, esclavos felices o frituritas de claria, de una poderosísima, despiadada y monstruosa maquinaria de opresión que no tiene escrúpulos en utilizarnos para su provecho, para que sirvamos a sus innobles intereses, para que seamos nosotros quienes nos comamos los huesos mientras ellos se embuchan con la carnita, para que seamos unos peones baratos en su gigantesca finca, para que nos matemos llenándole sus bolsillos sin fondo y para que les valgamos como burda propaganda ripiera engañado al mundo con las falacias de que la revolución del picadillo, la que inventó fidel castro, el más grande asesino de la nación cubana, es hoy más fuerte que nunca, marcha victoriosa hacia el porvenir, es invencible, la apoya todo el pueblo y, así, un montón de estupideces más.
Dice mi amiga la cínica que el que por su gusto muere…, y que nosotros, el pueblo cubano, aceptamos de muy buen agrado, y nada tiene que ver con que el 1 de Enero de 1959 fuimos engañados, estábamos muy contentos con “se fue Batista” o estábamos demasiado borrachos para ver la trampa que el destino nos ponía en el camino, cada una de las maquinaciones y manipulaciones de un tirano que fue, como serpiente salida del mismísimo infierno, torciendo las promesas que hizo de entregarnos una “Cuba mejor”, igualdad de derechos para todos, reinstaurar nuestra Constitución de 1940, rescatar la democracia y hacer elecciones libre, participativas y plurales, para decidir entre todos el mejor rumbo para la Patria.
Y es cierto, los cubanos no tenemos justificación, no podemos escudarnos en la gran borrachera nacional de 1959 para justificar nuestra insensatez política continuada, para decir que éramos jóvenes, inexpertos y unos tremendísimos comemierdas pues más de sesenta años después, de aquella metedura de pata histórica, hoy otros “jóvenes”, tan comemierdas como aquellos, pero testigos directos de la verdad dictatorial, apoyan conscientes, con la mismitica ebriedad disfuncional, esa porquería a la que insisten en llamar “revolución cubana”.
Porque la realidad es que la imbecilidad ideológica de nosotros los cubanos ha ido pasando de generación en generación como si fuera el gusto por los tamales, por la comida grasosa, por el café muy dulce o por la miseria extrema, la angustia de vivir, el sufrimiento existencial y el maldito racionamiento con el que llevamos viviendo desde hace más de seis décadas.
A eso yo le llamo agonía placentera, quiero decir, a que los cubanos aceptamos nuestra “gigantesca hambruna” como muestra de la resistencia a los “ataques del imperialismo yanqui”, como ejemplo de nuestros valores como proletarios y como parte del sacrificio que hacemos para defender la revolución, al socialismo y a fidel.
Y yo pregunto: ¿No es esa la mayor prueba de nuestra enorme comemierdería revolucionaria?
Aceptamos la mentira castro-comunista por imbéciles, la propagamos por sanacos y la hemos mantenido de por vida, aun costándonos la buena vida, porque somos los más grandes esclavos mentales que han existido en toda la historia de la humanidad.
Un pueblo que escoge y prefiere la escasez, los tumultos, el café muy mezclado, los durofríos de la Gallega, las colas interminables, los empujones, la indecencia, la peste a grajo, el agua maldita, los calzoncillos sin elásticos, el socialismo, la represión, el chantaje político, el adoctrinamiento, la violencia estatal, a los militantes del partido comunista, a los policías sin acento y al mismo apellido en el poder, es un pueblo que merece vivir de rodillas, castigado, sometido al cepo, a la tortura y suplicando por un pedacito de carne, un mísero cachito de carne, para creer que así se puede “celebrar” la llegada de un “año nuevo”.
Ricardo Santiago.