Verdaderamente yo alucino. Al cubano le puede faltar cualquier cosa, puede carecer de lo más elemental, padecer hambre, sed, frio, calor o dolor de barriga pero nunca, fíjense bien, nunca, le puede faltar la imagen de la “Resurrección” de Birán colgada en la pared. Es como una condición de “vida o muerte, venceremos” para ganar la emulación de las apariencias, porque si algo nos ha enseñado esa maldita revolución es que en el socialismo es mejor aparentar que ser, fingir que demostrar y mentir para “sobrevivir”.
Y es que la lección nos quedó muy clara, clarísima, desde el mismísimo 1 de Enero de 1959: “Quien no crea o apoye a la revolución se muere…”. Y muchos, la mayoría, decidimos ‘vivir” gritando y bachateando al compás de los tambores del socialismo, sin querer entender que nosotros mismos nos poníamos la soga al cuello y empujábamos el banquito lanzándonos hacia la muerte más lenta que “ojos humanos han visto”.
Lo primero fue lo primero: La Ley de Reforma Agraria, y la revolución confiscó, nacionalizó, “repartió”, fragmentó y partió la tierra cubana en tantos pedazos que, como bien dice el refrán “quien reparte y reparte se queda con la mejor parte” hasta que los revolucionarios latifundistas dispusieron de más del ochenta y cinco por ciento de las aéreas cultivables de Cuba y provocaron la involución total de la producción agrícola y ganadera hasta llevarlas a los niveles del marabú, marabú, ni el carbón de marabú… La Patria, con sus nuevos dueños, se convirtió en la finca más improductiva del mundo.
Así fue con todo, los cubanos, más por temor que por convicción, cambiamos la imagen del Sagrado Corazón por la de los “santos” tira tiros que irrumpieron en nuestras vidas, “poseídos” de total ausencia de divinidad y sí cargados con mucho de prepotencia, de ferocidad, de malnutrición mental, de terrorismo y como falsos profetas de los humildes.
Lo segundo fue lo segundo: “Esta es tu casa Fidel”, y el tipo se lo creyó tanto que tiró una Ley de Reforma Urbana que parecía socialista, que beneficiaría a los humildes, pero que en realidad le daba la potestad al “Estado revolucionario” para ser amo, dueño y señor de las propiedades en Cuba, otorgando poderes extraordinario a la crápula, perdón, a la cúpula dictatorial para regalar casas, ofrecerlas como pago por “servicios” prestados, “arrebatárselas” a quienes ellos consideran enemigos del pueblo, extorsionando a quienes se iban al exilio y obligándolos a entregarlas a cambio del “permiso de salida”, declarándolas patrimonio u “objetivo” de interés estatal, congelando zonas de la ciudad al más puro estilo apartheid, en fin, acaparando y destrozando el fondo habitacional cubano y justificando el deterioro urbanístico con el cuento de que el bloqueo americano no nos quiere dar ni este ladrillito, ni este cementico y ni esta “cabillita”.
Con esa nueva efervescencia ideológica las imprentas cubanas dejaron de imprimir las imágenes rococó de las doncellas con sus galanes y las del “bello cisne” en actitud idílica para reproducir a cuanto sátrapa le tirara “un tiro a los americanos”, las “victorias” de la patria socialista o a la mujer de Antonio que camina así, camina así…
Lo tercero fue lo tercero: La nacionalización de todo, la nacionalización hasta de lo nacional porque aquí el verdadero dueño de las industrias, las fábricas, los almacenes y todo cuanto produzca algo pa’ comer y pa’ llevar es el pueblo. Los cubanos gritábamos a todo pulmón nacionalizar, nacionalizar, nacionalizar como si estuviéramos en un carnaval de la alegría, nunca quisimos entender la aberración jurídica, ética y racional que apoyábamos con nuestros gritos otorgándole a la crápula, perdón otra vez, no entiendo qué me pasa hoy, a la cúpula dictatorial, el poder para adueñarse de la propiedad privada, convertirla en propiedad “del Estado”, del pueblo de eso nada, de los humildes muchísimo menos, y hundiendo la producción de valores en Cuba hasta el último “fanguito” con la administración socialista, los planes quinquenales, la economía política del comunismo, el chocolate sin leche, la miel sin las abejas y muchas, pero muchísimas, mierdas mas.
La historia de los disparates en nuestro país es “extraordinaria”. No quiero mencionar nombres porque en la vida real son muchos y van desde aquel imbécil que una vez compró barredoras de nieve para “limpiar” las calles de La Habana hasta la del que circunnavegó la Tierra creyendo que podía tocar la Luna. Son muchas y algunas parecen más sacadas de los cuentos de Pepito que de nuestra real historia nacional de los últimos 58 años.
Pero el absurdo más irracional, más aterrador, más desconsolador, más humillante y más increíble es observar hoy a las nuevas generaciones de cubanos perpetuando la oscuridad de la Patria con los gritos de yo soy Fidel o fidelista por siempre.
Ricardo Santiago.
La hipocresía se apoderó de nuestro pais; se enquisto junto con los lemas, consignas y promesas… Deshacerse de ella es como eliminar una parte del propio cuerpo, de los hábitos y costumbres… así quedó arraigado el tema de la apariencia.
Es bochornoso y se fue adquiriendo junto con los gritos, el Un, Dos, Tres, las concentraciones en las plazas, los gritos de Yanquis, No…
En un país colmado de engaños, las mentiras repetidas fueron permeando las mentes y el devenir de muchos que hoy viven con ellas como abrazados al último tren y quedaron
» poseidos » por un régimen que los utiliza como trapos de piso para limpiar sus debacles.
Aquellos siguen congelados en la CARETA castrista.
Los del Exilio abogamos, fuimos por un cambio radical en nuestra existencia y NO sustituimos al Creador, a los Héroes y Mártires por el Antifaz y la Hipocresía comunista.