A los cubanos, por no querer caldo, por ser tan “guapos” y no tomar “sopa” para’os, nos dieron tres tazas, tres tristes tazas, y de las grandes, de las grandísimas, así de simple.
Yo siempre he dicho que el castrismo utilizó la miseria, el hambre, el dolor y la picazón en Cuba, como una unidad “métrica” para medir la capacidad de aguante de nosotros los seres cubanos.
A ese ejercicio de depauperación humana, de degradación física y moral de una nación y sus habitantes, lo llamó, “resistencia de un pueblo frente al bloqueo imperialista…”, para darle un toque de patriotismo adrenalínico bullanguero y que nosotros, como mansas palomitas de maíz, cayéramos en la trampa de que irnos a dormir con el estómago vacío, vivir rodeados de basureros y escombros, hacer colas interminables para adquirir cualquier cosa, transformarnos en un pueblo chusma y vulgar, vaguear, aplaudir, marchar, cantar el “himno” tres veces al día, donar una librita de café a los pobres del mundo y estrangularnos el cinturón, a más no poder, para salvar la patria, la revolución y el socialismo, eran actos de valentía revolucionaria y no un suicidio de mierda que acabaría con nuestra existencia y destruiría el país al punto de convertirlo en una tierra árida y mezquina.
Porque, si somos honestos, si tenemos algo de memoria, si hemos leído la historia real o escuchamos a los “viejos” que vivimos en Cuba desde los sesentas del siglo pasado, comprenderíamos, con total facilidad, que la indigencia, la destrucción, el retroceso, la involución, la roña, el chapoteo ideológico, cambiar una caja de cigarro suave por un paquetico de café, el desprestigio, la agonía, la maldita agonía, y la esclavitud, se iniciaron en nuestra Patria aquel fatídico 1 de Enero de 1959.
Desde esa fecha los seres cubanos hemos vivido a medio atragantar, es decir, nunca hemos podido “llenar el tanque” porque la revolución castrista siempre se encargó de racionarnos hasta el agua fría pa’ los muchachos y convertirnos la vida, jabita en mano todo el tiempo, en una constante lucha por la supervivencia inventando pa’ no comer la misma porquería todos los días, pa’ no bañarnos con el jabón “picosito” de la libreta de racionamiento, pa’ embetunar el único par de zapatos que tenemos pa’ que parezcan nuevos y pa’ mirar pa’l cielo tratando de que “alguien” nos explique, milagro por medio, qué hicimos, como pueblo, para merecer tanta mariconá’ y tanto sufrimiento.
Porque en la Cuba de los castro, en la Cuba del socialismo de tempestades y de la revolución del picadillo, es decir, en la de estos más de sesenta y dos larguísimos años de raquítica existencia, lo único que de verdad hemos vivido, hemos tenido y hemos “disfrutado”, es una necesidad, una escasez, una “chupadera” y un estrago estomacal del carajo y la vela, una situación que ha puesto al borde de la “locura” a cientos de miles de cubanos y que ha ubicado a nuestro país entre los primeros con la más alta tasa de suicidios del mundo.
Por supuesto que para la dictadura castro-comunista, para ese régimen de generales, de doctores vaciladores y “jodedores” de la élite dictatorial del castrismo, incluyendo a sus familias, esta es una verdad que los “agarra por sorpresa”, calumnias de la “gusanera” de Miami y de la escoria sublevada pues, a pesar del “criminal bloqueo” yanqui, único culpable de las desgracias que padecemos, según ellos, la revolución del picadillo hace todo y lo invierte todo para que el pueblo tenga una vida digna, una educación gratuita y una salud pública de las mejores del planeta.
Quien haya vivido en Cuba, quien haya estudiado en Cuba, quien se haya enfermado en Cuba sabe, porque lo sintió en carne propia, que todo eso es mentira, que esa revolución de las jabitas es puro cuento y una gran estafa, una descomunal mentira diseñada para embaucar tontos, para masificar la idiotez, para generalizar la cobardía política y para someter y esclavizar a un pueblo bajo la doctrina del socialismo que, como todo el mundo sabe, es un sistema económico fracasado, improductivo, improcedente e inhumano, que convierte la prosperidad en miseria y a las personas en miserables.
Yo digo que los cubanos nos desquiciamos con tantos himnos y marchas y desarrollamos una extraña y sobrenatural conformidad para no morirnos, para no enloquecer del todo, para salvarnos del cepo y la tortura del castrismo, para “creernos” que no hay otra vida más allá de ese “paraíso socialista” en el que la dictadura nos obliga a vivir, fingiendo una macabra y dolorosa “alegría”, sostenida y perpetuada durante más de seis ennegrecidas décadas, con la que disimulamos este dolor que llevo dentro y que me está consumiendo día tras día…
Ricardo Santiago.