Me escribe una amiga que acaba de regresar de Cuba y me cuenta que encontrar y comprar analgésicos en las redes de farmacias para el pueblo, es una tarea para titanes, es decir, una “actividad” que le provoca un verdadero “dolor de cabeza” al más pinto de la paloma.
También me dice que en el mercado negro venden todo tipo de medicamentos, incluso los que llegan a los hospitales por concepto de “donaciones” y que, por otra parte, resulta muy triste ver que los seres cubanos ya están tan acostumbrados a ese fenómeno que ni se molestan en acudir a los dispensarios en busca de los fármacos esenciales para “salvarse” porque, cuando lo hacen, por uno u otro motivo, siempre se encuentran con las mismas respuestas: no hay Salbutamol, ahora mismo se acabó el Bicomplex, no ha llegado la Dipirona, el último paquete de Meprobamato se lo llevó la vieja esa… o, hasta la más ridícula de todas las justificaciones: “Al camión que reparte las medicinas se le ponchó una rueda y “a la rueda, rueda de pan y canela dame un besito y vete pa’…”.
Es triste pero es cierto. En Cuba es tan grande la escasez de cualquier cosa, incluyendo los fármacos vitales para “soportar la vida”, que las personas desesperadas acuden a las “infusiones de la abuela” como paliativo a los padecimientos y ante los elevados precios en la bolsa de Nueva York, digo, en “la bolsa negra”, de las medicinas.
Recuerdo que tenía un amigo allá en mi barrio que la madre le daba un cocimiento de cualquier “yerba” para curarle las “inquietudes” del cuerpo o del alma: “Tómate este tecito de hojas de salvia con mejorana y pasiflora pa’ que se te quiten esas calenturas que te están matando.”
Un día, en plena madrugada, tuvimos que salir corriendo con el infeliz para el hospital porque la barriga empezó a inflársele y si no es por Calixto, el camionero, que nos hizo el favor de llevarnos, yo creo que se hubiera reventado como un sapo.
Por eso la “situación” que me cuenta mi amiga, con la escasez de medicamentos en nuestro país, me da pie para reflexionar sobre cómo una dictadura, que ha querido mantenerlo todo bajo el control más asfixiante, ha generado, a su vez, la corrupción más grande del mundo y nos ha convertido en uno de los pueblos más corruptos de este planeta.
Tristemente en Cuba la corrupción funciona a todos los niveles. La nación se desangra y díaz canel cantando (parafraseando al juglar de la revolución del picadillo). El ser cubano ante la insolvencia, “el frio”, el dolor y el hambre, se ha visto en la necesidad de “robar” aquí y vender allá, generando una cadena interminable de malversación y fechorías que terminan en un desagradable e impúdico vendo esto para comprar aquello, acercándonos más al trueque medieval que a las grandes economías modernas de los países con alguna o mucha decencia.
Pero es que la corrupción en Cuba la origina el propio régimen castro-comunista y su entramado de “funcionarios” parásitos y vividores.
Se reparten entre ellos los puestos estratégicos y designan a sus familiares y secuaces en cargos donde puedan “vigilar y controlar” el flujo y “reflujo” del “money”.
Tal práctica está tan arraigada a la médula del castrismo que no existe nada en ese maldito régimen que no esté podrido o dañado por tan horrible flagelo. Un país corrupto no avanza ni en el orden económico ni en el social: SE MUERE, así de simple…
fidel castro fue el tipo más corrupto que hubo en Cuba. Recuerdo que uno oía que, así como si nada, regalaba casas, carros, “cargos de ministro” y sabe Dios cuántas cosas más a cualquier mequetrefe que lo adulara, lo obedeciera ciegamente, asintiera a todas sus locuras, hiciera una proeza “picadillera”, ganara una medalla olímpica en las alturas o, simplemente, agrediera a algún “contrarrevolucionario” por decir que el cambolo de Santa Ifigenia era un tremendísimo hijo de puta.
Así, entre otras muchas formas, disfrazó su corrupción como si fueran “premios otorgados por el Consejo de Estado”.
Dispuso de nuestro país, de sus recursos, del cielo, del aire, del mar, de la tierra y de todos nosotros a su antojo, de una manera tal que a veces pienso cómo no nos tatuaron a los cubanos su nombre en el c…, a modo de marca de propiedad, para que no nos perdiéramos “por los senderos de la vida…”.
Ricardo Santiago.