La visa, digo, la vida en Cuba está del carajo, parte el alma, te arranca las alas del corazón y te reseca las lagrimitas en el mismísimo cerebro.
El régimen castrista promueve el enfrentamiento violento entre cubanos por un pedacito de “pollo”, por un chorrito de aceite, por cualquier “cosa” que pueda tragarse o por una simple idea que le permita a los hombres y mujeres de ese pueblo expresar lo que sienten o llevar un bocado de comida decente a sus hijos.
Lo terrible de esta película de terror, de la peor factura, es que los seres cubanos estamos tan desesperados persiguiendo el muslito’epollo, el cachito’epan, el puñadito de arroz, el tin de aceite y la palabra libre, que nos desgastamos salvajemente en odiar, apedrear, fajarnos y hasta matar a nuestros vecinos, en esa cruenta batalla por la supervivencia, que nos hemos vuelto incapaces, insensibles, atontados e idiotas, para darnos cuenta que el único responsable, el verdadero culpable y el máximo gestor de nuestras miserias, del hambre que nos está matando y de todas las desgracias que padecemos, es ese maldito socialismo, esa asquerosa revolución del picadillo y esa banda de delincuentes, represores, criminales y ladrones, encabezados por raúl castro y su monigote díaz canel.
Es triste pero es la realidad. El cubano de la “revolución” se transformó en una especie de robot mal atornillado, mal concebido, chapucero, que solo reacciona por propulsión a chorro detrás de lo que sacaron aquí, lo que están vendiendo allá, de qué vino a la bodega, márcame en la cola del pollo imperialista mi amiga, quién es el ultimo, no empujen que aquí hay una mujer embarazada… y, si te enteras quién venda un par de chancleticas me avisas.
Dice mi amiga la cínica que es lógico, que más de sesenta y tres larguísimos años persiguiendo a los mamuts, digo, a los productos vendidos por la libreta de racionamiento, nos desarrolló mucho más el instinto de despiadados depredadores que el de seres humanos, o cubanos, conviviendo en una sociedad civilizada donde cada cual obtiene lo que necesita según su capacidad de trabajo o de emprendimiento.
Porque tamaña crisis que sufrimos hoy no es nueva, no es un trance pasajero, un mal cálculo de la bolsa de valores habanera, un desajuste “mecánico” en una de las computadoras del comité central del partido comunista castrista o un olvido involuntario de algún revolucionario y comprometido compañero-funcionario que, el muy hijo de puta, no envió a tiempo los cheques “al portador” para que a Cuba llegaran los barcos cargados de alimentos, medicinas y todo lo necesario para hacer que un país funcione…, no, no y mil veces no, esta crisis que hoy padecemos como pueblo empezó el 1 de Enero de 1959 y es tan real, tan material, pero tan material, que se crea y se transforma pero no se destruye.
Y los que tengamos buena memoria, y vergüenza, sobre todo vergüenza, saben que cuanto digo es la pura verdad. Recuerdo desde muy niño los apagones eléctricos, a personas viviendo en la indigencia, al mueble remendado en una esquina de la sala, a mi madre gritando malas palabras porque se rompió el refrigerador o quitaron el gas, ir a la carnicería dos y tres veces en un día a ver si llegaron los huevos, los alimentos racionados, la ropa cupón, los juguetes “una vez al año”, el viejito “Santicló” no existe eso es un invento de los americanos y, entre miles de “cosas” más, caminar como unos trastornados porque nos agarró la confronta y la guagua, bien, si la he visto ni me acuerdo.
Pasa que el castro-comunismo siempre apeló a nuestra mala memoria y jugó magistralmente con los tiempos del baño de María, la fe en la victoria, el sacrificio necesario y eterno, la palabrería hueca, sarcástica, rimbombante, las órdenes del “comandante en jefe”, las orientaciones que vienen de arriba y el bloqueo imperialista, que terminamos creyéndonos todos esos cuentos y, con el bonche, la jodedera, la aguantadera y la comedura de mierda nacional, legalizamos, materializamos y oficializamos el absurdo, la mentira y la estafa más brutal que ha soportado un pueblo en toda la historia de la humanidad.
El castrismo tergiversó ex profeso el concepto de prosperidad, bienestar y abundancia y lo cambió descaradamente por arengas patrioteras, subidones de adrenalina revolucionaria, discursos propulsores de la moral revolucionaria y cuanta bazofia ideológica creyó pertinente para mantener a los seres cubanos persiguiendo una simple “aspirina”, dos miserables libritas de papas por persona, un repugnante picadillo de cualquier “cosa” y el sueño de que, “después” de este período especial que tiene más de seis décadas, tendremos un país donde el pan será pan y el vino no estará amargo, amarguito, tan amargo como esta perra vida…
Ricardo Santiago.