Yo siempre he dicho que ser cubano, cubano de Cuba, de esa Cuba grande y linda que llevamos clavada en el alma quienes sufrimos su ausencia, más que una nacionalidad, es una actitud ante este pedazo de vida que nos ha tocado vivir.
Y lo digo porque es cierto, no existe peor angustia, peor nostalgia, peor tristeza, que la que se siente cuando se sabe uno distante, muy distante en kilómetros físicos, de la tierra que nos vio nacer y que es la única, en todo este bendito mundo, que nunca nos mirará como “turistas” aunque “algunos” se empeñen en todo lo contrario para sacarnos hasta el último suspiro.
Dice mi amiga la cínica que Cuba es la única tierra que puede ser y es maternalmente cómplice de nuestros más claro-oscuros secretos.
Aun así he visto a muchos buenos cubanos que no comparten este sentimiento o lo interpretan a su propia manera, lo cual admiro y respeto muchísimo. “El amor madre a la Patria…” es una definición muy personal que cada cual tiene el derecho de sentir como le dé la gana.
Pero, para mí, y esta es otra idea muy personal, la tierra cubana es única en su especie. No sé si será porque Cuba es una isla, porque está en el centro de dos monumentales sub-continentes, es decir, entre América del Norte y América del Sur, porque está en una zona climatológica ¡bendita seas!, porque reúne el magnetismo de todo un continente por su posición geográfica, por estar bañada por un mar y un golfo espectaculares, por tener habitantes de razas mezcladas, muy mezcladas, por recibir un sol que raja las piedras, por tener arenas finas y a Pilar, por ver caminar a la mujer de Antonio, por ser música eterna y de la buena, por “mira, mira la batea cómo se menea”, por ser la cuna de los durofríos de la Gallega o, porque, y es realmente lo que la hace grande, muy grande, por tener al pueblo más noble que existe en todo este universo infinito.
Pero a veces siento que un día Cuba se va a quedar vacía. Un poder oscuro se abalanzó sobre la vida de todos los cubanos el 1 de Enero de 1959 provocando la mayor estampida de seres humanos que se haya visto en toda la historia de la humanidad.
Cuba lleva 60 años viendo partir a sus hijos. Los ve marcharse con un “one way” estúpido sobre sus cabezas que lacera el alma y que está condicionado por las disparatadas políticas impuestas por una dictadura que nos ha convertido la Patria en la más amarga experiencia de vida.
Por eso yo digo que la dictadura castrista convirtió a todos los cubanos en exiliados obligatorios vivamos donde vivamos.
Los cubanos que viven en Cuba porque la tiranía les ha arrebatado sus derechos civiles y viven sujetos a los caprichos de un régimen que los pisotea y los esclaviza sin que puedan hacer valer sus reclamos, sin tener una Constitución que los proteja, un sistema de leyes que los defienda o, sencillamente, un gobierno que responda a sus necesidades.
Y los de afuera, los cubanos que vivimos eternamente exiliados, los desterrados de todo y de todos, porque el castrismo nos obligó a una salida “definitiva”, porque también sufrimos el vapuleo de un socialismo que “autoriza” o prohíbe nuestros sagrados derechos, inventa leyes de esto o de lo otro cuando le conviene o cuando necesita un balón de “oxigeno” de la “gusanera”, de su odiada, amada e idolatrada gusanera para “aliviar” el asma crónica que la está matando, consumiendo, disminuyendo y asfixiando porque tanta maldad, al final de la vida, termina siempre devorando a quienes la crean y la perpetúan.
El castrismo convirtió el orgullo de una nación en rechazo, en algo inservible, devaluó, tal como lo hizo con el peso cubano, la aspiración de millones de seres humanos a la categoría de emigrantes, nos ridiculizó ante el mundo y transformó el mayor sueño nacional en una debacle migratoria que alcanza la triste y horrible cifra de más de tres millones de seres humanos.
La ciudadanía cubana es hoy solo un instrumento de coacción, chantaje, extorción y maltrato que esgrime la dictadura castrista contra todos los cubanos. Una violación descarada de un derecho genuino y otro de los crímenes por el que el castrismo tendrá que responder en su justo momento.
Ricardo Santiago.