¿Cómo definir el castro-comunismo y no morir en el intento?

El castro-comunismo es una ideología que avanza pa’tra, no tiene “desenvolvimiento” propio y depende todo el tiempo de lo que logra arañarle, chuparle, lamerle y mendigarle a los demás, a los incautos y a los bobalicones: ¡Así de simple!
El castro-comunismo no es capaz de producir siquiera para mantenerse y alimentar su morbosidad y egoísmo. Es una ideología improductiva, hueca y sin curvas. Desempeña su ferocidad sobre la base de que su “desgracia” es provocada por terceros y por eso hay que enfrentar al mundo y, “obligatoriamente”, cerrar filas a su lado porque: “La tinta blanca no pinta y el papel negro te mancha las manos”. Un absurdo.
El castro-comunismo seduce a los tontos (a cualquiera, sean de donde sean), los utiliza, los exprime y los deja a su suerte cuando les son inútiles, no les importan las personas porque para esta ideología el ser humano es absolutamente descartable, un numerito político restado y dividido de la ecuación de la vida, jamás sumado o multiplicado.
El castro-comunismo es como un perro de pelea, muerde y no suelta, se aferra y cierra los ojos para no sentir lástima por nada ni por nadie, se pega a las paredes del blanco toillet igualito a una caquita que no se quita ni con salfumán.
El castro-comunismo destroza todo cuanto toca y lo convierte en escombros, humedad y peste. Lo más terrible de la destrucción castro-comunista es su permanencia y estatismo, por los años de los años, a la vista de todos, a la buena de Lenin y de Carlos Marx, erguida como tronco podrido que resuena y que amenaza con derrumbarse pero que por un milagro de última hora se sostiene sin explicación lógica. Para entender la terquedad del castro-comunismo lo voy a explicar de una manera muy sencilla: Cuando un edificio o un inmueble se deterioran el gobierno no los derriba, no, los deja ahí, omnipresentes en la geografía citadina, a la vista de todo y de todos, como un monumento o recordatorio de que en las dictaduras del proletariado suicida no se tumba nada y “mucho menos al gobierno”. ¡Tengo creolina a 10,00 pesos la botella!
El castro-comunismo mata, envenena, paraliza y revuelca. Es una ideología virulenta que ataca la lengua y obliga a los hombres a repetir sandeces e idioteces sin que les importe hacer el ridículo frente a los demás. Mucha consiga patriotera y bazofia grandilocuente sobre “su majestad el invencible”. Cantos de guerras amenazantes, gritos desesperados de idolatría, de impunidad asistida por el oficialismo, de muerte por la muerte y de llantenes espeluznantes cual coros de sirenas acechantes a marineros deseosos de cuerpos de mujer: Para decir el lema uno, dos y tres…
El castro-comunismo es la ideología del embudo social, del caos, controla las riquezas para unos pocos y universaliza la miseria para el resto, para la inmensa mayoría, porque su máxima es que el pueblo viva en austeridad, sacrificio, obediencia, mendicidad y: ¡Ay Dios mío qué hemos hecho para merecer esta mierda…!
El castro-comunismo corrompe la mente y el alma de los hombres, degenera el espíritu, los principios morales, la vergüenza y la dignidad de las personas porque obliga a la subsistencia y no a la existencia, los seres humanos, bajo esta criminal ideología, viven para morir y no para vivir.
El castro-comunismo es un invento ideado para justificar el robo del patrimonio nacional, la riqueza física y espiritual de la nación cubana, un cáncer bullanguero que se ramifica hacia donde encuentre debilidad, conformismo, apatía y cinismo, es una mentalidad bribona y lujuriosa, ejercida a la fuerza por una cúpula, que sólo persigue la extorsión y el control de todos los índices de la sociedad.
En síntesis: El castro-comunismo es una porquería muy peligrosa, es un chupa-chupa gigante convertido en un gobierno descara’o y desvergonza’o. ¡Siá cará!