Yo digo que la mayoría de nosotros los cubanos, de nosotros los seres cubanos, estamos muy confundidos con este tema de la libertad de expresión y con mucha promiscuidad soltamos la lengua indiscriminadamente creyéndonos amparados por ese importante derecho humano.
No es menos cierto que para una comunidad como la nuestra, cercenada y censurada en todos sus derechos existenciales, por haber nacido en la revolución de las sombras largas o de los apagones más largos del mundo, encontrarnos de repente en un país donde se respetan las leyes y donde el sentido de la libertad es sagrado, a nosotros, por ser unos reprimidos confesos y sentenciados, y lo digo como pueblo, la imaginación se nos descarga y damos riendas sueltas a todo el mascón de palabras que tenemos atragantadas en medio del pecho.
Pero bien, a lo que vamos, ahora resulta muy común ver a ciertos personajes que, con el pretexto de que somos libres para exponer nuestro criterio, se sienten con la potestad de atacar a quienes emiten una opinión diferente, muy diferente, a la de ellos. Hasta ahí todo bien pero, como siempre sucede, en el caso nuestro, o no llegamos o nos pasamos y esto último, en casi la totalidad de los casos, es lo que sucede.
El tema es que si nos ajustamos al concepto de la ley, es decir: “La libertad de expresión es el derecho fundamental que tienen todas las personas de buscar, recibir y difundir información e ideas, ya sea de forma oral, escrita o a través de cualquier otro medio, sin censura previa…,” entonces sí , es cierto que podemos expresarnos con total libertad aunque, digo yo, la mayoría solo leyó el principio y no continuó donde dice que: “La libertad de expresión no es un derecho absoluto y puede tener límites, especialmente cuando entra en conflicto con otros derechos fundamentales como la protección del orden público, la seguridad nacional, la reputación de otros, o el respeto a los derechos de terceros.”
Yo, en ese sentido, quiero hacer un llamado de atención a quienes indiscriminadamente se escudan tras la polémica para desatar tempestades, ofensas, agresiones y faltas de respeto, contra quienes difieren de ellos argumentando que si usted dio su criterio yo puedo emitir el mio y todo vale.
La realidad es que nosotros los cubanos, como pueblo, insisto, somos muy dados a una vez que emigramos, a que nos largamos de aquel maldito infierno, comportarnos de manera diferente a como cuando estábamos en Cuba y nos creemos los tipos más contestatarios del universo, pensamos que los demás tienen que escucharnos sí o sí y, lo peor, que tienen que tragarse nuestras estupideces porque, por fin, estamos en tierras de libertad y ahora podemos decir lo que se nos venga en ganas sin importar que aquí hay niños escuchando.
Pues muy mal, terriblemente jodidos tenemos que estar como comunidad cubana para pretender que la libertad de expresión es absoluta y si otro dijo ocho yo puedo decir, con total desparpajo, ochenta y ocho te “meto” el mocho.
La cosa es que bajo esa absolución inventada somos víctimas, en las redes sociales y otros espacios públicos, de un aluvión de improperios, de idioteces, de diatribas, de asquerosidades y de insultos, emitidos bajo el concepto de la libertad de expresión pero que no son más que una muestra absoluta, muy definitiva, de nuestras limitaciones como ex-pioneros por el comunismo, que dan al traste con el derecho que adquirimos una vez que nos encontramos dispensando ideas en tierras verdaderamente democráticas.
Es decir, atacar a otros con groserías, acusarlos de ser agentes de la seguridad del estado castro-comunista, de ser espías del régimen castrista, de querer dividir a este exilio tan “unido”, de ser unos comunistas rezagados, de no querer la libertad de Cuba o de hacerle el trabajo sucio al enemigo, son algunos de los tontos argumentos que usan estos libertarios de la revelación para arrojar sobre sus “enemigos jurados” la sarta de imbecilidades que tienen acumuladas en sus escasas neuronas de pensar y que, cuando vivían en Cuba, las decían igual pero de los enemigos de su revolución.
El ser cubano tiene que cambiar mucho como ser social e individual, tiene que abrir bien las entendederas y no dejarse llevar por manipulaciones de quinta categoría que solo desprestigian nuestra “raza”. Entender de una buena vez que la libertad, por muy “libre” que sea, tiene límites, tiene principio y final, pues donde empieza la de otros termina la nuestra y viceversa, es decir, nadie tiene el derecho o la razón para blasfemar sobre los “muertos” ajenos que andan en busca de los besos que nadie les dio, así de simple…
Ricardo Santiago.