La dictadura castrista exporta por toneladas su producto más despreciable, más desagradable, más tóxico, más venenoso y, lo que es peor, mucho peor, es que muchas “democracias” lo compran obviando cuán dañinas llegan a ser las falsedades del socialismo, las gratuidades de la revolución del picadillo y el mal llamado poder del pueblo, sin ser capaces de abrir los ojos, las entendederas y el sentido común, para proteger a sus países y que no se infecten con la peor “malaria” espiritual que ataca y destruye a los seres humanos.
Algo así como una densa niebla que avanza sobre las zonas pobladas y enturbia la visión, embota los sentidos, adormece la lengua, emborracha la libertad, “calienta las directas”, vulgariza las relaciones interpersonales, masajea las almas despistadas, corrompe multitudes, engendra la desconfianza, mira por huecos en las paredes, adoctrina estómagos con café amargo como la vida y se traga los deseos de independencia de quienes piensan que son libres porque viven en sociedades donde no existe la libreta de racionamiento.
Por todos es sabido que el castrismo, en más de sesenta larguísimos años, no ha logrado exponer ante el mundo nada que tenga un valor tangible, alardear de haber desarrollado una industria prestigiosa, lograr vender una marca realmente competitiva, ofrecer servicios de calidad o exhibir instituciones que tengan, aunque sea, un mínimo de vergüenza.
Sin embargo todo, absolutamente todo cuanto ha “creado” esa maldita chapucería criminal, solo ha servido para convertir en desgracia, destrucción y muerte, todo lo que ha tocado, donde quiera que ha llegado y a quien haya “abrazado” con sus tentáculos disfrazados de dictadura del proletariado.
La dictadura castro-comunista, la llamada revolución socialista de fidel castro, el régimen-dictatorial-totalitario que impera en Cuba o, como dice mi amiga la cínica, las mazmorras del alma de todos los cubanos, es el mayor templo a la incompetencia que existe en este planeta, pero es también la más grande factoría de criminales, asesinos, ladrones, estafadores, corruptos, delincuentes y esbirros que la razón humana puede concebir y calcular.
El castrismo, sus principales promotores, siembran en sus serviles lacayos el odio y la intolerancia para que los ayuden a mantener su industria de terror activa, mientras ellos, los jerarcas del picadillo, cultivan la displicencia, la risita complaciente y la guataconería para hacerse los “humanistas” y ganar millones de dólares que van directamente a engordar sus cuentas personales mientras el pueblo de Cuba, el cubano de infantería, muere de hambre en las calles, de tristeza en los rincones o se ahoga con su propia mierda en los baches de las calles.
Triste reconocerlo pero si algo ha logrado hacer bien el castrismo es producir en serie, de carretillas, a un espécimen semi-humano que, durante estas últimas seis décadas, ha ido involucionando y sufriendo transformaciones kafkianas hasta presumir hoy ser el eslabón perdido, más “perfecto”, de la regresión universal y que, para su desgracia, o la nuestra, carga consigo rasgos distintivos tan despreciables como son el odio, la vacuidad, el oportunismo, la traición, la bravuconería pandillera, la intolerancia, la vulgaridad y los complejos viriles.
Inundaron el mundo con este desagradable engendro mediocre y nos obligan a vivir rodeados de sujetos que no son capaces de distinguir entre un asesinato y un cumpleaños, entre una amenaza y un piropo, entre una afección estomacal y el miedo a la verdad o, sencillamente, entre ser instruidos por el castrismo o ser educados por una democracia.
Yo digo, una vez más, que el castro-comunismo está herido de muerte y no teme sacrificar a sus peones de “avanzada” y de retaguardia para provocar el caos profiriendo amenazas de muerte, amenazas de vida, agresiones de todo tipo y dándole de mamar a energúmenos que se prestan para aparecer como “vengadores” públicos, defensores a ultranza, de una dictadura que está cancaneando porque ya todos saben que son los principales promotores de las desgracias de este continente.
Por eso creo que debemos aclarar las ideas y no dejarnos confundir otra vez. El castrismo ha demostrado que tiene sobrada inteligencia para hacer el mal, causar daños, inferir heridas y provocar divisiones profundas entre nosotros. Se sabe agonizante y trata desesperadamente de reptar entre su propio estercolero para intentar salvarse y sobrevivir a la propia mortandad que ellos mismos han creado.
Debemos, los seres cubanos sobre todo, estar bien atentos ante los discurseros de las redes sociales, los súper-revolucionarios del bastión cibernético, los “Rambos” tropicales puñal en boca, los funcionarios invertebrados del sí pero no y de los súper-anticastristas que uno nunca sabe si suben el Empire State o bajan el Pico Turquino.
Prestemos atención, cubanos, a la Patria le urge la honestidad, la vergüenza, la inteligencia y el decoro de quienes, desinteresadamente, queremos verla libre, oronda, alegre y bonita, así de simple…
Ricardo Santiago.