Hace unos días, en uno de los grupos donde publico mis escritos, un satélite de la dictadura me cuestionó mi actitud tan anticastrista si, y cito sus propias palabras: “A ti la revolución nunca te quitó nada”.
Yo estoy seguro que ese “satélite” de orbita fija, al servicio de la maquinaria propagandística del castro-comunismo, es de los que escriben revolución con mayúscula, de los especialistas en hacer pregunticas aparentemente tontas para enmascarar las malas intenciones de un régimen que, y aprovecho para responderle al “Sputnik tropical”, sí, me desahució, y no solo a mí, esa maldita revolución nos lo robó todo, absolutamente todo, a los seres cubanos.
En realidad, la revolución del picadillo, ni a mí, ni a mi familia, nos quitaron nada material, nosotros no perdimos grandes, ni medianas ni pequeñas propiedades, por ende no fuimos víctimas de las ilegales y fascistas nacionalizaciones “revolucionarias” de los 60s, no éramos “connotados burgueses” afectados por la naciente dictadura del proletariado y no perdimos siquiera altos estándares de vida porque mis padres, antes de 1959, eran simples trabajadores que vivían de un salario digno ganado con el sudor, no de la frente, de todo el cuerpo.
El tema es que esa falsa revolución, y léase fidel castro, no solo erradicó en Cuba la propiedad privada con el cuento de que todo “pasaría” a manos del pueblo, nacionalizó empresas so pretexto de un patriotismo patriotero o intervino industrias con la cantaleta de que los planes quinquenales y “la productividad del socialismo” eran lo mejor para Cuba, no, también, y este fue a mi juicio el peor crimen de ese monstruo dictatorial, erradicó la conciencia individual de los seres cubanos e intentó someternos a un “pensamiento colectivo” que, según él, hacía más “juego” con el nuevo orden mundial y con la política espinal de su revolución socialista.
Y es en este sentido donde, por lo menos a mí, y lo digo bien clarito, esa revolución con minúsculas me lo quitó todo, definitivamente todo.
Muchos cubanos no quieren entender el gigantesco daño antropológico que nos causó como nación esa mierda del ser social y la conciencia social, es decir, el colectivismo socialista, las masas, el proletariado, la lucha de clases, el pueblo enardecido, la “friturita” de claria, los trabajadores marchando hacia un ideal, pin, pon, fuera abajo la gusanera, la unidad y lucha de contrarios, mira la mariela cómo se menea…, el hombre de Maisinicú, la leche hervida y las pipas de cerveza.
El problema, como dice mi amiga la cínica, es que el hombre, antes que todo en esta vida, es un ser individual, de ahí que cada ser cubano tenga el derecho a elegir cómo pensar, qué pensar y cuándo pensar sin que nadie le imponga criterios y mucho menos ideologías.
Pero, si lo analizamos bien, este principio del derecho universal de los seres humanos es el principal enemigo, los fantasmas que me asustan y el viejo del saco de esa revolución piltrafera, de sus ideólogos, de sus seguidores cieguitos, “cieguito Ichi”, de sus querubines guerrilleros y de sus defensores envueltos en melaza aun cuando saben que apoyan a un régimen que es una reverendísima porquería.
Los cubanos después de 1959 dejamos de ser personas para convertirnos en “compañeros”. La revolución castrista nos prohibió a todos pensar con nuestras cabezas porque, según ellos, ese era un “sentimiento” pequeño burgués y un verdadero revolucionario jamás, pero jamás de los jamases, impone su individualidad por encima de la colectividad, cualquier semejanza con el sátrapa es pura coincidencia.
Así fue como nos cercenaron la capacidad de ser y pensar para imponernos que fuéramos a imagen y semejanza de “un fidel que vibra en la montaña…”, nos obligaron a sacrificar nuestras aspiraciones por las necesidades de la “revolución”, es decir, si hacen falta maestros, pues todos a ser maestros, si hacen falta médicos, pues todos a ser médicos, si hace falta cortar caña, pues todos a cortar caña, si hacen falta soldados, pues todos a morirnos hasta por gusto y si hacen falta putas, pues estúpida revolución comunista que ha provocado la mayor destrucción física y moral de un país, y de su gente, en toda la historia de la humanidad.
Entonces, y no sé cómo he podido apartarme del tema, pienso que la línea entre justicia y venganza en el caso de Cuba es muy fina, finísima, porque mientras los castro y su monstruosa dictadura nos exigen un sacrificio sangriento, ellos y sus familias viven como les sale de las nalgas y hacen lo que les da su realísima gana mientras se ríen impunemente de todos nosotros.
Ricardo Santiago.