En un lugar del Caribe, cuyo nombre siempre recuerdo con mucho dolor y espanto…, en una isla destrozada, podrida y pestilente, apareció “electo”, por “votación unánime”, un guayabito mugriento al que, por nadie sabe qué extrañas razones, o “méritos propios”, la vieja rata dictatorial en jefe nombró “presidente” del basurero nacional.
Algunos, con algo de sentido común, criticaron de inmediato tamaño disparate, tan enorme aberración, pero nada, en muy poco tiempo la alimaña empoderada, puesta a dedo, beneficiada por algún secreto “irrevelable”, se pegó con su “caca” muy dura al tibor sagrado de la revolución, como costra de calcañal, y entre risitas de complacencia, obediencias temerosas y meteduras de pata monumentales, se creyó el cuento de que era presidente y se soltó a repetir las mismas absurdas mentiras del fundador y jefe eterno de la hediondez, la infección, la contaminación y los catarros revolucionarios que destruyeron esos hermosos parajes.
El guayabito se cayó en la olla por tracatán y por huele c…
A quienes defienden el socialismo, dependiendo de la intensidad de sus histéricos gritos, los “premian” con un jabón mensual, un tubito de pasta de diente, un paquetico de picadillo de claria, una medalla o un diploma.
Las verdades dichas de frente, con tono certero y sin titubear, con elegancia y firmeza, son para las plagas defensoras del castrismo el peor de los venenos, el más efectivo, el que más les duele y el que más les incomoda pues se sienten desarmados, desalmados y sin argumentos para infectar.
¡Nuestras críticas al castro-comunismo funcionan como enemas para esos asquerosos roedores!
El guayabito se retuerce y agrede, ofende, riega su baba contaminante y su líquido pestilente, se hunde en su cuevita dictatorial, se escabulle sigilosamente para tragarse a escondidas todo cuanto se ha robado y para que no salga otro “gracioso” publicando imágenes de su mesita bien servida y de sus atracones “proletarios”.
El guayabito grita, sermonea, balbucea los “discursos” heredados y propaga el mal, no puede distinguir de entre todas las mentiras que dice cuál es la menos asquerosa y repugnante. Insiste en su retórica, miente, suplica para reunirse con los exiliados del destino, rumia su maldad y repite la misma ridícula cantaleta sin comprender las burlas que provoca y el asco que sienten quienes lo ven articular tantas estupideces.
El castro-comunismo tiene que ser una ideología repetitiva y asfixiantemente compulsiva porque ni sus mismos practicantes creen ni confían en ella.
El guayabito quiso “volar” y se estrelló contra un muro de vergüenza, no vio las señales de rechazo+ porque siempre anda cabizbajo para no ver el daño que causa con sus mordidas, su ambición, su egoísmo y su cobardía.
Tiene dientes afilados para corroer la vida, para dar mordiscos de odio y fuego, para envenenar y prohibir los sueños, las aspiraciones y la libertad de quienes le rodean.
El guayabito viaja, viaja mucho y no para de hablar m…
Se hunde en la olla por la “golosina” y el muy desgracia’o flota porque es especialista en la doble moral, en la guataconería, en las traiciones, en el engaño, en la obediencia ciega y en la subordinación.
El castrismo es felonía y muerte, es el manto negro, negro manto y negra vida de los seres cubanos. Perenne presencia en la existencia de varias generaciones y causante de la asfixia física y espiritual de un pueblo que hace mucho, pero muchísimo tiempo, olvidó sus libertades.
El guayabito, en su púlpito de estiércol y orina, se siente todopoderoso, ha logrado acaparar la atención de los imbéciles y ha convertido la mierda en verborrea, la incredulidad en sangre, la esperanza en odio y la prosperidad en hambre.
El guayabito salta y engendra demonios, los reproduce en serie y los programa para repetir su ferocidad, su gula y sus miedos. El guayabito es sibilino y rastrero, prefiere morir tras la “golosina” que caer en la ratonera de la justicia.
El guayabito es traicionero, su miedo le hace morder y contagiar de enfermedades a sus víctimas, por eso mata. Su peor enfermedad, de transmisión oral, es la propagación de esa estafa llamada revolución del picadillo, un purgante fabricado con toxinas, con toques de asesinatos y con toneladas de represión.
El peor enemigo de un pueblo es la inercia, dejarse arrastrar obedientemente por un falso “ideal” sin querer identificar con coraje, valentía y patriotismo, quiénes son sus verdaderos enemigos.
El guayabito se cayó en la olla y por glotón se atraganta y muere…
Cualquier semejanza es con toda la intención.
Ricardo Santiago.