Por: Tatiana Fernández y Ricardo Santiago.
En el año 1980 se inician en Cuba, orientadas por el “departamento de orientación revolucionaria”, adscrito al comité central del partido comunista de cuba, las “famosísimas” y temidas asambleas por la educación comunista en las universidades cubanas.
Estos “fetecunes” de la crítica y la autocrítica revolucionaria compañeros, levanten la mano los que estén de acuerdo, para cantar el himno, no fueron otra cosa que desquiciadas cacerías de brujas o enfermizos juicios inquisidores contra estudiantes y profesores bajo el socialista lema de «La Universidad para los revolucionarios».
La exaltación de los “valores” más genuinos de la revolución fidelista, léanse traición, chusmería, intolerancia, desprecio, chivatería, rencor, odio, permiso para ir al baño a hacer pipi, bajezas, doble moral, “robo de identidad” y oportunismo se convirtieron en la lupa de los “consagrados” militantes de la unión de jóvenes comunistas para justificar la depuración de las aulas universitarias de todo aquel que no abrazara la ideología fidelius-ñángara y no caminara, como el mejor de los “hombres nuevos”, por la acera de la “sombrita”.
Las asambleas empezaban entre las 7.00 y las 8.00pm y duraban hasta altas horas de la madrugada. Estaba terminantemente prohibido faltar, no se admitían excusas: “aunque caigan raíles de punta compañeros”, frase muy usada por Alina Montané, estudiante de tercer año de ruso de la Facultad de Lenguas Extranjeras de la Universidad de la Habana, a quien utilizaremos como ejemplo para “recordar” este triste pasaje del extremismo pornochacumbelero marxista.
Pues bien, esta dama del “pitusa cañero”, fue una de las más connotadas terroristas espirituales de aquel período, fue cómplice de la expulsión de estudiantes de cuarto y quinto años, era muy temida por sus posiciones fanáticas al más puro estilo “himmeliano” y que años después, como es lógico y corresponde a toda esa casta de vanguardias de la oración “fidel sí, hambre no”, emigró de Cuba para poder comer bistec y tomarse su vasito de leche a la una mi mula.
En estas asambleas los estudiantes podían ser expulsados de la Universidad por muchos motivos, desde sacar bajas calificaciones, vestir ropas extranjeras hasta por “leer” materiales “subversivos” como El exorcista o una “inofensiva” novela del genial Vargas Llosa.
Se juzgaba “con mano dura” a quienes no asistían a las actividades extra docentes de corte político, llámense marchas revolucionarias, recitales de los “cantautores comprometidos” en la escalinata universitaria, etc.
Otro de los absolutismos de este período gris con pespuntes negros para el estudiantado universitario cubano fue la persecución, caza y exterminio de todo aquel que profesara un sentimiento religioso, la justificación, para estos atropellos, muy sencilla, en Cuba solo se podía “creer” en san fidel el único “dios” que nos daba todo «gratis».
A los estudiantes que se iban del país se les ponía frente a toda la Facultad para que el resto de los alumnos les gritaran “sus cosas”. Una versión “universitaria” de los mítines de repudio callejeros de la revolución pero con mucho más crueldad y sadismo pues se agredía, ferozmente, a un compañero, a un amigo, que hasta ayer se había sentado al lado tuyo. Quienes se negaban a participar en esos cobardes asedios eran expulsados automáticamente de la enseñanza superior.
Los profesores universitarios tampoco escaparon de esa “fiebre del oro” comunista. Muchos fueron expulsados de sus aulas por actitudes ideológicas dudosas o por cuestionar al régimen, incluso, con alguna “crítica constructiva”.
La instrucción académica en Cuba, después de Enero de 1959, siempre estuvo marcada por evaluaciones colectivas e individuales donde las organizaciones políticas y estudiantiles eran los “santos jueces” que juzgaban al resto midiéndolos por unos extraños puntos que, según ellos, demostraban la “valía” de cualquier estudiante para tener el “bendito” derecho a estudiar y graduarse en las aulas de “yo soy fidel”.
Estas asambleas de la educación comunista eran tratadas con mucha solemnidad política. Se ambientaban las aulas con banderas, muchas banderas, con fotos de cuanto mártir existiera aunque fueran recortados de revistas, con la efigie del pim, pom fuera de Birán en el centro del aula y, por supuesto, ni esta meriendita.
En dependencia del tipo de reunión se hacía un acto central con un discurso “muy patriótico” y luego se pasaba a las aulas. Los dirigentes controlaban el “proceso” para que no hubiera ningún tipo de “envolvencia contrarrevolucionaria” y contagiar de “gloria” a las nuevas generaciones de hombres nuevos que, en un futuro, conformarían el prestigioso ejército de la revolución dispuesto a invadir Miami “si fuera necesario”.
Otra locura, siempre nos preguntamos cómo pudimos asimilar tanta mierda, cómo dejamos que un país con tanto talento y tanto potencial fuera arrasado por una banda de delincuentes que convirtieron, hasta las Universidades, en cuarteles castrenses para erradicar el buen pensamiento, la buena virtud y la excelsa grandeza.
¡Por qué Dios mío!
Tatiana Fernández.
Ricardo Santiago.