Bueno, en la vida real, eso de tres comidas al día, para un cubano de pueblo, en Cuba socialista, es cosa de la prehistoria, de la Edad Media, anterior a la Revolución Francesa, del pasado “pluscuamperfecto”, de si te he visto ni me acuerdo, de dame un susto pa’ que se me quite el “hipo” o de cuando en nuestro país había algo de decencia y los fogones se encendían al cantío de un gallo, a la hora que mataron a Lola o cuando el cañonazo de la vieja fortaleza hacia retumbar las paredes, los edificios, el asfalto y las “tripas” de mi maravillosa ciudad.
Por cierto, un aparte y hablando como los locos, yo creo que al cañonazo de las nueve, una de las tradiciones más antiguas y veneradas de Cuba, también lo agarró el socialismo y le “racionalizó” la pólvora, el estruendo y hasta las ganas de gritarle a todos los seres cubanos para que dejemos de comer tanta catibía con la revolución de las salchichas, los patria o muerte, los yo soy fidel, los somos continuidad y con María moñitos se fue a bañar y dejó los moños en el platanal…
Pero bien, a lo que vamos, comer decentemente en Cuba se ha convertido en la peor de las pesadillas para la familia cubana. Una tarea titánica, desgastante, agónica y violenta si se tiene en cuenta que para vivir es imprescindible que, al menos una vez al día, nos caiga algo “calientico” en la barriga.
Quién iba a pensar, en aquellos primeros años de tanto jubileo desquiciante, de tanta entrega al “proceso revolucionario”, de tanto sacrificio por “los pobres de la tierra” y de tanta sumisión a una doctrina tan macabra como la castrista, que tras más de sesenta y tres larguísimos años de permanencia en el poder de esa pandilla de delincuentes, ladrones y criminales, el régimen castro-comunista, prometiéndonos villas y castillas al tutti play, es decir, la mantequilla por sacos, los vasitos de leche “repleticos hasta la mitad”, el café sin “amarguras”, el jugo de mango por tuberías, las papas calientes, digo, rellenas de “abundancia”, los bisteces de vuelta y vuelta, el camarón que se duerme se lo lleva la corriente y aquí el que no salte es claria, nosotros, el pueblo cubano, íbamos a padecer la peor hambruna que ha soportado un pueblo en toda la historia de la humanidad.
Yo siempre digo, y le aclaro muy bien a quienes se hacen los dormidos para no darle el asiento a los viejitos en la guagua, que Cuba, después del 1 de Enero de 1959, se transformó en el país más desgraciado del mundo porque en ningún otro, desde que los seres humanos cerraron fronteras e izaron sus banderas nacionales, existió un degenerado que se autoproclamara gran y único líder por más de cinco décadas, que él mismo se nombrara “presidente” de todo lo que vale y brilla, que le prometiera al pueblo “butifarra por la libre” y que a cambio, por nosotros ser tan comemierdas y creérnoslo todo, todito, y con la boquita cerradita, nos condenara a la peor de las miserias, a la miseria del alma.
De ahí el hambre tan tremenda que hoy, como pueblo, estamos sufriendo. Cuba es un país donde, a pesar de su espléndido clima, de su tierra tan fértil y de estar rodeado por un mar envidiable, no hay nada que comer, sus habitantes se están muriendo literalmente de hambre y donde, por primera vez en la historia, ha surgido una “figura” estrambótica, surrealista y alucinante, que es la “cola preventiva”, es decir, que los seres cubanos hacen una fila en los mercados para cuando llegue “algo” intentar comprarlo.
Por supuesto que esa “violencia alimentaria” trae aparejada riñas de todo tipo, personas inescrupulosas que lucran con la necesidad de los más indefensos, diferencias abismales entre los individuos, salvajismo, crímenes estomacales y una deshumanización tan marcada entre los cubanos que, como dice mi amiga la cínica, si no nos ponemos fuertes y nos enfrentamos a la bestia castro-comunista de una vez por todas, muy pronto seremos una tribu de caníbales revolucionarios.
Y, es cierto, ella tiene razón, el único responsable y mayor culpable de la horrible hambruna que hoy sufrimos los cubanos es ese régimen oprobioso, incapaz de producir bienestar, corruptor de conciencias, enemigo de la prosperidad popular y castrador de las libertades individuales pues con su egoísmo, sus disparatadas políticas y, fundamentalmente, sus delincuentes personeros, constituyen la razón de que, por poner solo un ejemplo, dos viejitos se caigan a trompadas en una desesperante cola para comprar un mísero paquete de pollo imperialista.
Ricardo Santiago.