Yo afirmo, con toda responsabilidad, que los cubanos, los seres cubanos, estamos hasta la mismísima coronilla de tanta revolución, de tanto socialismo, de tanto sacrificio a cambio de miles de toneladas de miseria, de tanto nadar pa’ morir en la orilla, de tanta peste y de tanto, de tantísimo energúmeno arengándonos a jodernos, otro poquito, “muchito” más, para salvaguardar las conquistas de…, de Dios sabe qué…
Es que ya son muchas generaciones naciendo, mal desarrollándose y muriendo, con la misma cantaleta, que si el bloqueo imperialista, que si fidel, que si la rectificación de errores, que si el producto interno bruto, que si la bancarización, que si los tamalitos de Olga están perdidos, que si la mujer de Antonio se metió a cederista, que si somos continuidad y que si nos esforzamos, otra vez, una vez más, y espero que ésta sea la última, ahora sí lograremos perfeccionar ese maldito socialismo de alcantarillas que, por muchas mentiras que metamos, y a lo descara’o, no cuadra la caja ni en una mesa redonda.
Porque lo cierto, la verdad de mi corazón y mis sentidos, es que así no hay quien viva, así no hay quien crea que la vida es bella pues desde el 1 de Enero de 1959, es decir, después de más de sesenta y cinco larguísimos años de una muy extensa revolución de los apagones, los seres cubanos, todos, no hemos visto pasar ante nuestros ojos más que miserias físicas y espirituales, más que sacrificios sin sentido, a más muertos de tristeza y de hambre que a vivitos y coleando, a más héroes y mártires que resultados de una buena gestión económica, a más patrias o muerte que medicinas para curar el alma y a más discursos, arengas, lemas y consignas, que sanguisis de jamón y queso con su respectivo batido de mamey con bastante hielito.
Y, también yo digo, que la culpa de tanto desastre, de tanta destrucción, de tanta indigencia del cerebro, del estómago y de tanto maletín sin fondo, la tenemos nosotros mismos, los seres cubanos, quiero reafirmar. Y digo que la tenemos nosotros mismos porque permitimos que esa bola de fango, de desechos tóxicos, de harina de otro costal o de excrementos malintencionados, concebida como una revolución de los humildes, echara a andar y rodara cuesta abajo destruyendo cuanta cubanía se encontrara a su paso, arrasando con todo lo logrado por muchos años de trabajo individual, de iniciativa privada, arruinando un país que era un paraíso bajo las estrellas y subyugando a un pueblo que, de ciudadanos libres pasó a ser una dotación de esclavos medio conscientes entonando, a todo pulmón, himnos y marchas, una pequeña serenata diurna, un buey cansa’o, cánticos patrioteros y, quienes lograron salirse de tan triste coro, fueron fusilados, cumplieron y cumplen largos presidios del cuerpo y/o del alma, se exiliaron en otras tierras del mundo o, como dice mi amiga la cínica, se quedaron locos de remate por ver tanto absurdo, tanta mediocridad y tanto disparate.
El caso es que, como he dicho otras veces, esa revolución socialista, de los humildes y para los castro, es un monstruo que nació muerto, que desde su primera primavera, diecisiete instantes de una primavera, ya estaba condenada al fracaso pues lo único que hizo bien fue la creación de un enorme y monumental cuerpo represivo, un adoctrinamiento masivo con efecto inmediato desde que uno nace hasta que muere y la centralización del poder, del verdadero poder, en un solo apellido con denominación de origen, con pedigree ancestral y con intenciones conscientes de ser los únicos dueños de Cuba.
Porque de buena economía nada, de desarrollo eficiente y sostenido mucho menos, de bistec con papitas fritas y con bastante cebollitas requetemenos, de maní pa’ cogerlo vivo ni soñarlo, de luz divina ni pa’ nombre de mujer y de libertades individuales, de respeto a los derechos humanos y de desarrollo económico, político y social de los individuos, según su capacidad y según sus habilidades nada, nada de nada, nada, nadita, nada…
Lo terrible de todo esto es que tras seis décadas de infortunio, de traspiés y de cagar espinas en vez de rosas, un tiempo que se dice rápido pero que pasa más lento que el carajo, los seres cubanos estamos en el mismo lugar, qué digo en el mismo lugar, hemos retrocedido, involucionado, la mar de tiempo al punto en que hoy no nos parecemos a nada ni a nadie, ni siquiera a lo que un día fuimos…
Ricardo Santiago.