Ni el comunismo ni el socialismo existen hoy en esta tierra, hace mucho tiempo que, gracias a Dios y al “capitalismo salvaje”, esa porquería ideológica se fue del “mundo de los vivos” porque ya nadie se traga el cuento de la Caperucita “Roja” repartiendo equitativamente los pasteles de su abuelita entre los animalitos del bosque, es decir, entre lobos y “sirenas”.
Quienes otrora se agenciaron la falsa doctrina de las dictaduras del proletariado, “proletarios de todos los países uníos”, para así justificar la explotación del hombre por el Estado, el maniguiti un peo, el descaro y la sumisión al máximo líder, se dieron cuenta de la reverendísima asquerosidad que eso significa y le dieron vuelta a la tuerca de la decencia, se ajustaron a la marchita del sentido común y aplicaron los principios de la economía de mercado para sobrevivir en un mundo dominado por el avance de la propiedad privada, el progreso, la economía desarrollada y el pan acabadito de sacar del horno con su mantequillita y su café con leche.
La disparatada sentencia de la propiedad social sobre los medios de producción, es decir, todo es de todos, todo lo que tengo es tuyo y eso que me hiciste mami me gustó, me gustó…, quedó demostrado que sólo genera abandono, destrucción, miseria, improductividad, hambre, mucha hambre, y un hueco en el estómago tan grande, pero tan grande, que dentro podríamos meter, bien holgaditos, todos los discursos de fidel castro, sus mentiras alimentarias y tres o cuatro planes quinquenales de la economía planificada por su maldito socialismo.
Los seres cubanos sí sabemos mucho de eso, del hueco en el estómago, quiero decir.
Al final la práctica de la vida, la realidad más real o los jalones que da una barriguita vacía, nos enseñó que el “famoso” socialismo que aceptamos con tanta estupidez, en Abril de 1961, no nos sirvió más que para generalizar, a tres libras por cabeza, el apetito, la miseria, las tonterías, el odio, la envidia, la mariconfianza, la represión, el miedo y la desesperación de quienes tienen que ponerle un plato de comida todos los días a sus hijos sobre la mesa.
Los “científicos” de las ciencias económicas, sociales y políticas, tendrán sus parámetros para medir el desarrollo y la prosperidad de un país, nosotros, los seres cubanos, los simples mortales de esa bendita tierra, tenemos, para saber por qué Cuba es un país tan miserable, el escándalo de nuestras tripas, la degradación física y espiritual que sufrimos, la agonía en que se ha convertido nuestra vida y el no tener siquiera la esperanza de que tanta mierda sufrida tenga algún remedio.
La dictadura del General de la pamela se empeña en mantener a Cuba como el único ejemplo en el mundo de país socialista, pasa que al final ese empecinamiento castrista solo lo padecemos los cubanos pues, mientras los jerarcas del régimen disfrutan de altos niveles de vida, nosotros tenemos que espantarnos una “apingante” involución económica generada por la estupidez, la mediocridad, el oportunismo y la insuficiencia de un fantasma y la de sus continuadores vivos.
raúl castro, un tipejo más muerto que vivo, no va a cambiar su posición de militante comunista recalcitrante, el tipo no pasa hambre y su familia tampoco, viven como Carmelina echándose fresco en la…, han vivido y vivirán de esa fecalidad ideológica, por los siglos de los siglos, mientras le exigen a los seres cubanos que se aprieten los cinturones, otro huequito más que la cosa esta fea y tengan confianza en la revolución que quienes esperan lo mucho tienen que vivir con lo poco, con lo poquísimo.
Los cubanos tenemos que acabar de entender que con el castro-comunismo nuestro país nunca va a progresar y nuestros ciudadanos seguirán siendo esclavos de un régimen criminal que cada vez es más y más salvaje, más y más depredador de la razón y más y más destructor de las esperanzas de vida de una nación y de su pueblo.
No nos dejemos engañar, no permitamos otros sesenta y tres larguísimos años de esos miserables con el mismo apellido manteniendo el control de nuestro destino, concienticemos de una vez por todas que esos bandoleros temen a los cambios sociales porque saben que tienen mucha sangre por la que responder, mucho que devolver al erario público nacional, muchas “promesas” que pagar y, sobre todo, arrodillarse ante la justicia de los hombres por los tantos crímenes cometidos.
Ricardo Santiago.