Para la dictadura castro-comunista, sus esbirros, su enorme ejército de ciber-milicianos, sus aduladores alquilados, sus defensores pagados y para sus “amantes” seducidos y abandonados, quienes nos enfrentamos abiertamente a ese régimen dictatorial y despótico llamado revolución del picadillo, nosotros, los anticastristas de al duro y sin guante, somos unos tipos que estamos llenos de odio y rabia contra Cuba y los cubanos.
Pero eso es una mentira tan grande como decir que fidel castro fue un humanista, un revolucionario, un hombre humilde, altruista y un ejemplo de vida para los seres cubanos.
El problema, el terrible problema, es que convirtieron ese ridículo discurso en una bandera que han enarbolado por más de 60 años y, de tanto ir de aquí para allá y de allá para acá, muchos infelices e “ingenuos defensores del izquierdismo”, dentro y fuera de nuestra patria, han terminado por abrazarla, izarla, masticarla y tragarla.
Pero pongamos los puntos sobre las íes: No fuimos nosotros quienes inventamos esa maledicencia, ni siquiera creo que ese sea el sentimiento, fue el propio fidel castro quien, con su asquerosa intolerancia de estás conmigo o contra mí, obligó a odiar a los cubanos y creó la división más grande y duradera a la que ha sido sometida un pueblo, “por no ponerse de acuerdo”, en toda la historia de la humanidad, es decir, o eres revolucionario o eres contrarrevolucionario, así de simple, cruel, fascista y disparatado.
La revolución castro-comunista de 1959 en Cuba, en su afán por demostrar su “superioridad moral” sobre cualquier otro sistema económico-social, le impuso a los cubanos detestar, eliminar y “sepultar” a sus enemigos de clase o a todos los que no pensaran como ellos o fueran como ellos.
El cubano, de la noche a la mañana, se vio rechazando a muerte (y pobre de quien no lo hiciera) a la burguesía, al imperialismo, al capitalismo, a sus vecinos, amigos, familiares, hermanos, padres, madres y a la Gallega, a todos sin excepción, no importaba quien fuera: “Delata y desprecia a tu propia madre que la revolución nunca te va a abandonar… soy comunista, toda la vida, o bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao…”
Odiar se convirtió en Cuba en la palabra de orden: “te odio mujer ingrata…”.
Dicen que el uniforme de miliciano y las “ppchas” armaban a los individuos de cierta moral superior que les permitía juzgar con rabia y saña revolucionaria a quienes no querían ser como ellos, acatar las ideas del comunismo, ser como el che o, simplemente, vivir en Cuba con tantos aspavientos “revolucionarios”, consignas coquito prieto, desquicios ideológicos, barrabasadas económicas, pisar mierda de noche en guardias interminables o en aparatosas concentraciones revolucionarias donde aplaudir las tonterías del líder nos daban méritos para subir al cielo con una escalera sin peldaños y mal atornillada.
Los castristas, de cualquier nivel, odian “los buenos olores”, es su principal característica, basta con oír sus discursos, arengas, manifiestos, tribunas, homenajes, actos de reafirmación o mesas redondas, no importa quién o quiénes protagonicen los chillidos, sea quien sea el orador de turno siempre escucharemos las mismas idioteces y pendejadas: No nos vencerán, no les tenemos miedo, el huevo no tiene sal, el pueblo unido…, son unos traidores, vende patrias, la mota negra, gusanos, escorias y estos durofríos no son de fresa, son de rojo aseptil…
¡Cuánto nos obligaron esos hijos de fidel a odiar y a maldecir! ¡Cuánto odio sembraron en generaciones enteras de cubanos! ¡Cuánta rabia repartieron entre un pueblo que siempre fue uno de los más amistosos del mundo y que de tanta “revolución” transformó sus manos de amar en puños de golpear y de matar!
El rencor revolucionario es una patología funesta, es contagioso, maligno, tenebroso y lascivo. No permite la vida porque la esencia de ese tormento ideológico es la propia incapacidad que tiene el castrismo para lograr paz, amor y armonía entre los seres cubanos.
El socialismo genera mucha envidia, traición, oportunismo, doble moral, egoísmo, arribismo e inmoralidad en las personas.
No se dejen confundir por la propaganda del régimen, nosotros no odiamos a Cuba y mucho menos a los cubanos.
En mi caso estoy vacunado contra la rabia del cuerpo y del alma y lo que sí emana de mis escritos, y a borbotones, es un dolor inmenso por no ver el final de esta maldita tiranía que nos ha causado un daño y un dolor irreparables a todos los seres cubanos, mucho dolor y muchísima angustia.
Ricardo Santiago.