El pueblo cubano: De la espiritualidad al socialismo y de la decencia a la vulgaridad.



Mi madre, es decir, mi mamá me ama, mi mamá me mima, siempre me enseñó que la decencia era la mayor virtud de los seres cubanos incluso por encima de títulos universitarios, de doctorados en esto o lo otro y de las puñeteras espinitas que tenemos que sacarle al “jurel” para que no se nos atraganten en la garganta y alguien tenga que darnos un “brinco” para salvarnos de los patria o muerte, venceremos.
También me decía, la pobre, que no me burlara de los mayores, de personas con discapacidades físicas, mentales o de quienes fueran más débiles que yo porque eso no es correcto, ético y: “Algún día puedes verte en la misma situación y segurito no te va a gustar…”. El mensaje era bien simple: No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti. Y yo, ni corto ni perezoso, he cumplido esa máxima materna, al pie de la letra, durante toda mi vida.
Recuerdo que siempre me hacía hincapié en la obediencia a las personas mayores pues veía horrorizada como: “La juventud de ahora no respeta a nadie, yo no sé dónde aprenden tanta irreverencia y falta de respeto…” y terminaba sus sermones con: “Ahí llegarán y entonces sabrán lo que es el pan de piquito…”.
Los comunistas destruyeron, entre muchas de las virtudes y rasgos distintivos de la nación cubana, el civismo, la gallardía, la honorabilidad y el patriotismo. Los desprestigiaron. Los descuartizaron en su afán por convertirnos en “únicos” y en el macabro intento de crear un “hombre nuevo” a la imagen y semejanza de esa maldita revolución pordiosera, miserable y pedigüeña.
La educación cívica, como asignatura fundamental e imprescindible en la formación ciudadana, ética y moral de los seres cubanos, fue eliminada del sistema de instrucción pública en Cuba como parte de los nuevos programas educacionales de la revolución castro-comunista: “no nos hace falta, no nos importa que los revolucionarios hablen bien o coman con cuchillo y tenedor, pa’ cortar caña, construir terraplenes y gritarle al imperialismo no hace falta tanta finura…”, ese era el pensamiento básico de los comisarios políticos que, desgraciadamente, regían el destino de la Cuba que se destruía bajo las botas rusas del castrismo.
Entonces se formó el desastre, el reguero, el querer resolverlo todo a golpes, a gritos, con ofensas, con mala educación, con el quítate tú pa’ ponerme yo, con el empuja-empuja, con la maldición, con las brujerías, con la chusmeria, con el rencor, sacando trapitos sucios a quien se me atraviese en mi camino, con la envidia revolucionaria, con los méritos comunistas y cavando trincheras cada vez más hondas y más largas entre la buena virtud, el decoro, la responsabilidad y convirtiendo a Cuba, a nuestro lindo país, a la isla que una vez fue la más hermosa del mundo, en una letrina pestilente de proporciones universales.
Pero la revolución del picadillo “adelante, victoriosa e invencible”, aun en medio de tanta chabacanería, chusmería, mal gusto y vulgaridad, “nuestros líderes o representantes” se paran en cualquier tribuna a gritar que somos el mejor pueblo del mundo, el más instruido, el más preparado y el más educado, no les importa mentir, tergiversar la realidad cuando nuestros jóvenes se matan en las calles en broncas tumultuarias, se fajan por cualquier motivo en las escuelas, gritan de acera a acera para reclamar cualquier cosa o simplemente le niegan el asiento a una persona mayor, a una embarazada o a una mujer, en cualquier condición, en el transporte público.
Nada: La “patria” castrista sofocando y la chusmería detrás, a la marchita, a se formó la piñacera, el molote, un pasito adelante que hay personas abajo, cuidado que hay niños, arriba caballeros pasando la peseta, yo llegué primero, quien se cuele lo mato, no me grites hijo’eputa y la enajenación y la locura desenfrenadas en un país donde, se suponía, todo iba a estar mejor y la “suerte” tocaría parejita para todo el mundo.
El daño causado a Cuba y a los cubanos por esa enfermedad llamada castrismo, revolución fidelista o socialismo dictatorial, es mucho mayor, y mucho peor, que la destrucción física del país, que la aridez e improductividad de nuestros campos, que la mortandad de nuestra industria y que la involución total en la producción de bienes y servicios.
La mayor “herida” causada a nuestra Patria por esa pandilla de delincuentes, encabezados por fidel castro, fue la que nos hicieron en el alma, en nuestra inteligencia nacional y en nuestros corazones de seres cubanos, herida que, está por ver, si algún día podremos cicatrizarla.
Ricardo Santiago.



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