El socialismo, el castrismo, la “olla de presión”: ¿Y la carne con papas pa’ cuando?



Increíble, doloroso, apabullante, desconcertante e inaudito esto que voy a decir pero, la verdad, la pura verdad, es que existen ahora mismo en Cuba varias generaciones de cubanos que nunca en su vida se han comido un bistec de res.
Algunos me dirán que soy un exagerado, me acusarán de difamación, de torcer la “realidad de mi patria”, de que si continúo por ese camino me convertiré en millonario por hablar tanta porquería de Cuba, que me haga un nudo en la lengua antes de ensuciar la “buena” imagen de “la patria entera agradecida”, que ojalá me muera ahora mismo y un montón de sentencias más pero, la realidad, nos guste o no compañeros, es que la revolución del picadillo no solo pulverizó la libertad, la esperanza, el amor, la espontaneidad, los sueños, las aspiraciones y el buen gusto de los cubanos, no, también nos enemistó para toda la eternidad con algo tan común, tan natural, tan trivial y tan sabroso como un buen bistec de palomilla con su guarnición de papitas fritas. Así de simple.
Pongo como ejemplo, o “mal” ejemplo, “la palomilla al rescate” pero lo cierto es que esa dictadura, ese régimen depredador y oportunista, nos convirtió a los cubanos en guerrilleros de la miseria, en milicianos de esquina, en un pueblo condenado eternamente al racionamiento de todo tipo, en un país de hombres, mujeres y niños subalimentados y mal nutridos mientras nos obliga a cargar sobre nuestras espaldas mochilas repletas de piedras, de huesos, de “platos rotos” porque la esencia de ese socialismo, la mal sanidad de esa tiranía totalitaria, es que el sacrificio por la revolución nos conducirá a la victoria, a un futuro mejor y a: ¿Qué cosa…?
Pero, lo que ha quedado demostrado, es que quienes se rejodieron la existencia en los 60s y los 70s del siglo pasado por esa maldita revolución, el futuro tan alardeado por fidel castro les pasó por encima como tres veces y lo único que han recibido es la multiplicación de sus desgracias, el reciclaje de sus tragedias cotidianas, nuevas goteras en el techo y el pánico, un miedo atroz y desesperante a que les quiten lo “baila’o”, porque si algo ha aprendido el cubano, en estos 60 larguísimos años esperando a que se cumplan las profecías de la chispa de Birán, es que la mierda que te venden hoy por la libreta mañana te la quitan a nombre de la revolución, del partido y del comandante en jefe, ordene, un cuartico de pollo, un pan, una plasta de picadillo de soya, seis onzas de café y tres patria o muerte por cabeza.
Porque la indefensión que tenemos los cubanos es una de nuestras mayores debilidades y es, en esa misma dimensión, el mayor poder que tiene la dictadura para sojuzgarnos, esclavizarnos, minimizarnos y convertirnos en esa masa amorfa y manejable en que se transforman los pueblos cuando aceptan, como “gobierno”, a los partidos de izquierda, a las revoluciones “sociales”, a las democracias turbulentas y a los lideres caudilleros que el primer día que aparecen están flaquitos, flaquitos, y a los tres meses se ponen inmensamente marranos.
Dice mi amiga la cínica que a los cubanos nos durmieron con el cuento de las ollas, los refrigeradores, los bombillos y hasta con el de los “radios” ahorradores, que ni siquiera los chinos de China utilizan esa cantidad de artefactos pa’ cocinar, que la producción de energía eléctrica en un país es tarea de los gobiernos y pagar por el consumo es responsabilidad de sus habitantes, que esa estupidez de la revolución energética fue una estrategia para tapar el desastre en que convirtieron la producción de energía en Cuba pues apostaron, a que después de cuarenta años batallando con los fogones de luz brillante, los cubanos nos deslumbraríamos y alumbraríamos con la mano de cacharros “un chino cayó en un pozo” que, otra vez, nos vendieron como gato por liebre.
Y es que la ineptitud para producir progreso que tiene ese régimen, consecuencia directa de su ostracismo, su gula política, su egoísmo enfermizo, su miedo a que el pueblo prospere, su corrupción desmedida para poder robar a las dos manos y su simplicidad intelectual, nos ha privado a los cubanos de los más elementales, normales, superfluos, mundanos y tontos placeres de la vida que, en cualquier país del mundo, están al alcance de todos al menos una, dos o tres veces al año.
Ricardo Santiago.



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