¡Y quien tenga dudas que nos pregunte a los seres cubanos!
No existe nada peor, más dañino, ni más destructivo para un ser humano, para un pueblo o para un país, que aceptar, como remedio “coyuntural” para “alcanzar” la soberanía, el progreso o el desarrollo, asumir, afiliarse o someterse, a las teorías de rosca izquierda del perverso castro-comunismo.
Es bueno que las personas abran los ojos, las entendederas y el corazón. Lo que empieza como una gritería efervescente, popular, empalagosa, masiva e “ilusionista”, es decir, el pueblo, unido, jamás será vencido, abajo el imperialismo, sí se puede, yanquis go home o gringos asesinos, siempre termina con un “socialismo” pandillero en el poder, con una inflación escalofriante, con países destruidos por la soberbia, la mezquindad y el abandono, con una alta tasa de pobres pobrísimos, con personas durmiendo en las calles, comiendo de los latones de basura y con una endemoniada mendicidad que se apodera de los cuerpos, de las almas y de todo cuanto encuentre a su alrededor hasta extirparles para siempre la esperanza.
Triste pero cierto.
Vuelvo y repito: ¡Pregúntenle sin pena, sin miedo, a cualquier ser cubano!
Porque, en la vida real, nosotros somos los mejores testigos de cómo una mala idea, un incontrolable entusiasmo, una ideología nauseabunda, un discurso atravesa’o, una mentira repetida millones de veces o una retorcida trampa para cazar inocentes, ignorantes, incautos y al “buey cansa’o”, es capaz de desgraciar vidas, revertir conciencias, echar a perder buenas educaciones, podrir inteligencias nobles, idiotizar pueblos enteros, elevar la mediocridad hasta el infinito, apestar ciudades, monumentalizar estercoleros, ensuciarse fuera de la taza y cachicambear, sin consuelo, el orden logrado por una sociedad solo para satisfacer las apetencias dictatoriales de un individuo o de un grupito de ellos.
No hay que ser un erudito en sociopolítica, ni en economía de la “economía”, ni un experto en relaciones internacionales, ni un científico del huevo o la gallina, ni un avezado de las ciencias políticas y ni siquiera un ginecólogo decente, para comprender que, después de sesenta y tres larguísimos años, los más largos en la historia de los fulanitos sapiens, la revolución de los apagones, la que inventaron los hermanos castro, la que hemos soportado con “abnegación”, con estoicismo, con cobardía política y con insensato antipatriotismo los seres cubanos, es una reverendísima porquería, una gran estafa, un “manantial” de involuciones y solo sirvió para que una pandilla de criminales, y sus holgazanes descendientes, de cuyos nombres no quiero acordarme, se conviertan en “personajes” extremadamente ricos a título de una revolución, de un socialismo y de un fidel que, todos juntos, cambiados por caca, perdemos el envase.
¡Si no me crees pregúntale a cualquier ser cubano, a cualquiera, no te pongas a escoger que quien menos tú te imagines te va a soltar una retahíla de mariconadas que le hemos tenido que aguantar a esa revolución de los infiernos que te vas a caer de c…!
Pero sí, son ciertas, más que ciertas.
Yo siempre he pensado que el 1 de Enero de 1959, en Cuba, las fuerzas del mal emergieron de las profundidades, de lo más oscuro de las entrañas de la tierra, como un humito siniestro, apenas perceptible, muy parecido a los “gases” silenciosos y rompe grupos, tipo el que tenga la oreja caliente fue quien se lo tiró, y nos envolvió a casi todos los cubanos, a la inmensa mayoría, en una especie de nube de pudrición que, junto a todo el alcohol bebido, a la adrenalina descontrolada y a una euforia disparatada, nos sumió en un profundo letargo de estupidez, de docilidad, de obediencia, de vulgaridad, de colectivismo egoísta, de guapería barata, de “viejos pánicos”, de asco a la plusvalía, del noticiero de las ocho y de “aquí no se rinde nadie”, que nos dura hasta nuestros días y no nos permite ser personas.
Es eso nos convertimos, en una nación dormida, ebria, viviendo sueños ajenos, vegetando y dejándonos mangonear de aquí pa’llá y de allá pa’cá como una masa fofa, atrofiada, sin gallardía, sin espíritu, sin amor ni deseos de defender la Patria ultrajada y vencidos, muy vencidos, tremendamente vencidos aunque, la mayoría de nosotros, por necedad, oportunismo o pavor, nos sigamos tragando el cuentecito de que venceremos, venceremos, venceremos.
El castro-comunismo se vende como pan caliente porque es una “engañifa popular”, una trampa para los imbéciles que llenan las plazas del mundo lanzando consignas “revolucionarias” porque, en la vida real, quieren vivir de los aspavientos sin tener que trabajar.
Ricardo Santiago.