El socialismo, la izquierda, o el peligro de hundirnos en una letrina miserable y hedionda.



Dice mi amiga la cínica que no existe mejor imagen, para explicar con mayor realismo qué carajo es el socialismo, la izquierda, el populismo, el caudillismo y la pasión de Lola la miliciana, que un ser humano, o cubano, que camina por la calle, resbala, se cae de cara sobre una mierda de perro, y se levanta de un brinco, se relame los “bigotes”, y dice, muy convencido, que esa “caca” la puso ahí el imperialismo, la derecha o los enemigos del pueblo enardecido, para dañar el progreso, el desarrollo y el equilibrio en la cuerda floja de una revolución victoriosa.
Y nada más alejado de la verdad. Los seres humanos, y principalmente los seres cubanos, nos dejamos “engatusar” fácilmente por “castillitos pintados en el aire”, somos propensos a tragarnos, sin tomar ni un buchito de agua, mucho menos de café, las promesas de caudillos populistas que utilizan una verborrea triunfalista para sacudirnos la “adrenalina proletaria”, sin detenernos a pensar, ni un solo segundo, que la mayoría de esos ofrecimientos grandilocuentes son irrealizables, son ilógicos, son cuestionables y son mentiras.
Por desgracia Cuba es un ejemplo, bien ilustrativo, de los “excesos de confianza” de un pueblo cuando sucumbe ante la retórica triunfalista de quienes proclaman que el socialismo es la única opción para salir de la miseria, para matar el hambre, para tapar los “huecos” de los techos y para que encontremos un timbiriche de “pan con tripa”, y refresquitos de esencia, en cada esquina de nuestros campos y ciudades.
Pero la realidad, la triste realidad de un régimen que limita las libertades individuales y prohíbe la propiedad privada, supera con creces la “ilusa” fantasía del cretinismo funcional de los “obreros y campesinos”.
El ser humano, y sobre todo el ser cubano, se acostumbra muy rápido a vivir en una sociedad dominada por consignas, avasallada por la exaltación indiscriminada al máximo líder, por la propaganda populachera de la fe en la victoria y por el disparate traicionero de echarle la culpa a otros para justificar la ruina, la miseria, el caos y la involución que generan su propia comemierdería revolucionaria.
Esta más que demostrado que el socialismo, o cualquiera de sus variantes, no funcionan, no proceden y no permiten que ningún país, y ninguna sociedad, avancen y logren prosperidad o confort para sus habitantes.
Pudiera extenderme la mar de tiempo enumerando los estragos causados en Cuba, por ese desagradable sistema, pero eso todo el mundo lo sabe porque las imágenes están ahí, en Internet, en las redes sociales, en la mismísima Cuba y hasta en la casa de los tomates, solo que, algunos cretinos estomacales, defensores de la revolución del picadillo, ahora de las tripas, se empeñan en mentir y dicen que tamaña destrucción, tan lastimosa situación y tanta pudrición física y espiritual, son obra del imperialismo “con su política de agresión sistemática hacia el pueblo cubano”.
Yo digo que lo de nosotros, es decir, lo de quienes aun apuntalan a esos sádicos verdugos, únicos responsables de nuestra gran tragedia nacional, trasciende la lógica humana, brinca todo tipo de “sanidad mental”, se ensucia en la decencia natural de los pueblos, y se convierte en una patología arrastra-panza que sobrepasa la sumisión, la dependencia, la autocensura, la cobardía, la ceguera política, la autorrepresión y el autoengaño.
El resultado constante y sonante, por tanto adoctrinamiento revolucionario, es patético, es “fantástico”, y ha dado como resultado una especie de ser-robot que no siente vergüenza propia ni ajena al decir estupideces, que miente cobardemente sobre la causa real de la miseria, la indigencia, el horror, el hambre y el dolor que padecemos los cubanos con esa mierda de socialismo castrista, que insiste en adular a un régimen que nos ha podrido miserablemente la Patria y que, además, anda por el mundo, disfrutando las comodidades del “capitalismo salvaje”, con un pedazo de boniato comunista atragantado en el gaznate y enarbolando las banderas de una revolución que nos hundió a todos los cubanos, absolutamente a todos los cubanos, en la letrina más pestilente y hedionda de toda la historia de la humanidad.
Para terminar quiero apuntar que, más allá del síndrome castrista que hoy muchos, muchísimos padecemos, la existencia de nuestra desgracia vivencial es responsabilidad nuestra, es el resultado de mantenernos sobreviviendo en esa espiral de rarísimas medidas económicas, de ajustes absurdos a la vida y a la muerte, de “empujones” para fortalecer el no sé qué de esa maldita revolución y la bobería vanguardista de quienes aun, con la mierda al cuello, gritan yo soy fidel y glu, glu, glu…
Ricardo Santiago.



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