A nosotros los cubanos no hay quien nos haga un cuento de “venir de abajo”, es más yo digo que para la mayoría de nosotros ha sido como una ley de vida.
En los 60s, 70s y 80s, cuando éramos simples trabajadores y estudiantes que creímos en el sacrificio a ultranza porque este nos iba a reportar una vida llena de esperanzas, luces y sabe Dios cuántas cosas más, nos entregamos a la reconstrucción de la patria con la ilusión de que “todo futuro tiene que ser mejor”, de que el hambre, la sed, el calor y los bichos en los cañaverales, en las escuelas al campo y en el campo, en la construcción de obras sociales, en las labores industriales y en la vida misma eran necesarios porque el país lo requería y porque todos, o la gran mayoría, empezábamos desde cero.
Ilusión mental. Pura ilusión de pacotilla. Después de rompernos el lomo, roto y bien despedazado, durante más de 30 largos años, las esperanzas se fueron al carajo y las luces se volvieron apagones eternos y desconsolados, los años 90s nos saludaron con una cruel e inmerecida crisis económica que muchos, la inmensa mayoría, no entendimos porqué, ¿qué hicimos para merecer esto?, ¿dónde nos equivocamos?, ¿hasta cuando Dios mío? ¡Sana Papucio, Cristóbal Colón!.
Pero nada que hacer, la realidad estaba ahí, de frente, mordiéndonos cada día, despedazando a la familia cubana desde la raíz, una vez más dividiéndonos y atormentándonos, sólo que en esta ocasión por culpa de un muro que tumbaron en vaya usted a saber qué parte del mundo y muchos de sus pedazos saltaron y destrozaron nuestra “sólida economía”.
Yo digo que este fue el momento en que la emigración cubana se hizo realmente pública, masiva y se manifestó como las verdaderas ansias de libertad de los cubanos. Entonces nos dimos cuenta del tiempo perdido, de la vida entregada por nada y de los sueños convertidos en un mísero pan por persona al día. Contemplamos con horror como la patria menguaba y menstruaba a sus hijos y que estos por escapar hasta arriesgaban la vida en verdaderos actos de desesperación.
Una vez más el cero, pero ahora en el destierro, en tierras diferentes y con lenguas distintas y difíciles, ajenos a lo normal y común y presos del asombro de nuestros nuevos vecinos, los rubios, porque lo primero era convencerlos de que Cuba no es Fidel, mulatas y mojitos, que somos gente trabajadora y sacrificada y que vinimos aquí a integrarnos y a respetar las leyes, a hacernos de una vida porque al final eso fue lo que cada cubano siempre soñó, un plato de comida caliente para sus hijos y libertad, aire puro para respirar y volar.