La envidia es un sentimiento que no tiene cura, es una degeneración del carácter y un huésped vitalicio del alma de quienes la padecen, la sufren y la cargan.
La envidia es universal, es humana y a veces divina, pero en las sociedades donde se ha intentado implantar el comunismo es una de las malformaciones que más hondo ha calado entre los súbditos y sufrientes de esa ideología abstracta, ponzoñosa y senil porque lleva implícita la mezquindad como sustrato para su desarrollo y subsistencia.
Por envidia se calumnia, se cela, se traiciona, se delata, se lastima, se odia y se mata.
Los envidiosos no tienen una personalidad propia, generalmente copian de otros hasta el gusto por los sueños, son entes de ideas cortas que se pasan la vida minimizando cuanto le rodea y magnificando ambiciones que saben que nunca van a lograr. Se desgastan en quejas triviales para no ver el mal de fondo que tiene su mediocridad, su incompetencia y sus fracasos.
Son personas muy dañinas, jamás reconocen los logros ajenos y van por ahí diciendo que pueden hacer cosas mejores, que lo de ellos si vale y que no necesitan ayuda para lograrlo.
Los portadores de este terrible y asqueroso mal son cucarachas hediondas. Culpan a los demás de sus fracasos y para ellos la vida es injusta y las personas imbéciles, ellos no, ellos nunca se equivocan y tratan de predisponer a unos contra otros porque cumplen como nadie la máxima de “divide y vencerás”.
Gritan, ofenden, lastiman y lloran para generar compasión, pero: ¡cuidado!, detrás de cada una de esas lágrimas hay una maldición contra lo ajeno, un puñal listo para clavarlo en la espalda de sus víctimas y contemplarlas desangrarse como solo ellos pueden disfrutar del dolor de los demás.
Los envidiosos nunca están conformes, hagas lo que hagas ellos siempre quieren más porque en sus mentes creen que es su derecho, su mandato y que nada es suficiente porque lo merecen todo, no importa si tienen mucho o no tienen nada, es igual.
Por lo general son tipos muy cobardes, extremadamente miedosos que disimulan el terror que sienten en un odio enfermizo contra sus semejantes, incluso contra los más cercanos, a sabiendas de que son las únicas personas que les pueden ayudar y se esmeran tirándolo todo, escandalizando para que los demás oigan y crean que son las víctimas, los sufridos y los condenados. Son excelentes manipuladores, serpientes que se arrastran para no dejar ver su paso por la vida porque en definitiva ni ellos mismos saben lo que quieren.
Para mayor desgracia estos infelices saben que su infecundidad radica en el peor de todos los miedos posibles: el miedo a la vida, un miedo que les devora desde dentro y que los enclaustra y les impide moverse, luchar y exigir lo que les pertenece.
La personalidad toxica de estos individuos lo contamina todo, asusta. Son asociales desde la raíz hasta el cogote, algunos lo disimulan muy bien pero otros languidecen aplastados por su propia baba de remordimientos y se hunden día tras día en una fealdad de alma y de espíritu que termina por devorarlos y convertirlos en zombis come-cacas.
Un envidioso es un mequetrefe, un Don nadie, es alguien que no perdona los triunfos ajenos, la risa, los buenos olores, el gusto de los otros por hacer lo que quieren, la alegría, las canciones de amor y el deseo de vivir que se manifiesta hasta en un sorbito de café.
Cualquier similitud es pura coincidencia…
A quien le sirva el sayo…