Quiero arrancar este “fideicomiso” espiritual con la vida aclarando que todo lo que escribo parte de mis experiencias, son el resultado de mi visión de un mundo que, en mi caso, se me ha presentado cortico algunas veces y la mar de ancho, lo que se dice extenso, en la mayoría de ocasiones en las que me ha tocado experimentar los sabores o los sin sabores de la existencia humana y cubana.
Sí, lo digo porque no es lo mismo vivir la vida en Cuba que fuera de ella. Algunos de mis críticos dirán que vida es una sola y que respirar es la misma mierda en todas partes, pero yo, que viví muchos años en esa isla maldita, que fui adoctrinado desde el círculo infantil hasta la universidad, pasando por cada rincón de mi ex-revolucionaria alma, es decir, toda mi formación intelectual o pensante, les puedo asegurar que parece lo mismo pero que no lo es, que una cosa es tener que ser revolucionario por mandato obligatorio del partido comunista y la otra es tener la capacidad, como ser humano o cubano, de elegir cómo pensar, qué decir, qué comer, cuándo ir al baño y quiénes son las personas con las que quieres convivir.
Dicho esto me gustaría exponer, insisto, mi criterio, que nacer en Cuba, después del 1 de Enero de 1959, más que un determinismo geográfico es una maldición, porque hay una realidad insoslayable y muy difícil de ocultar, ser ciudadano cubano por origen, por nacimiento y por condición, más que una ventaja, más que orgullo nacionalista y más que un sentimiento patrio, es una calamidad, es una tragedia, es angustioso, es desolador, es repugnante y es una vergüenza.
Y paso a explicar mi teoría. Nadie, que no haya experimentado el socialismo en carne propia, es decir, ese régimen socio-económico que le quita a los ricos para supuestamente repartirlo entre los humildes, que elimina la propiedad privada física y espiritual a todos los niveles, que implanta la colectividad como un igualitarismo de clase, que uniforma todos los sentidos humanos y cubanos para parecer políticamente correctos, que prohíbe toda libertad del cuerpo y del corazón y que convierte al Estado en el único ente con el derecho a regir tu destino, puede entender la tamaña desgracia que significa nacer, educarse, comer, reproducirse y morir, en un país como Cuba.
Soy consciente de que tanta desgracia nos la buscamos nosotros solitos, tengo la certitud de que fuimos los cubanos, la inmensa mayoría de los seres cubanos, los que propiciamos que un monstruo como fidel castro se sentara para siempre en el tibor del poder en Cuba y condenara a una muerte intelectual, física, improductiva y segura, a una nación que era de las más prósperas del mundo, que era la envidia de cuanto imbécil había en este pueblo y que era el sueño cubano de muchos, de millones de habitantes, de este planeta azul, colora’o o del color que a usted más le guste.
Y de ser un sueño paradisíaco, obligado y apetecido, de ser una tacita de oro flotando con rumbo fijo en medio del Mar Caribe y de ser una sociedad casi feliz, en muy pocos años, en un pequeñísimo tiempo de revolución socialista, Cuba pasó de ser la quinta economía del continente americano a ser el país más miserable del mundo, a ser el país donde el hambre, la locura, la vulgaridad, la violencia y la miseria, están a la orden del día, a ser el país donde la gente muere por las enfermedades más absurdas, a ser el país donde sus habitantes no tienen derecho a nada, a ser el país donde nadie quiere vivir y a ser el país con menos libertades de las que alguien, con solo dos gramos de materia gris, se pueda imaginar.
No voy a entrar en detalles para justificar mi sentencia sobre nuestra realidad, no voy a justificar mis argumentos porque, sencillamente, la verdad cubana, la triste y vergonzosa condición nacional de todos nosotros, está ahí, expuesta a todo grito, a todo desgarro y a todo dolor, en las redes sociales, en Internet, en todos los espacios de denuncias donde llega un ser cubano decente, en cada lugar donde se tenga empatía con la tragedia de un pueblo martirizado, reprimido y abusado, por una tiranía criminal, asesina y retrógrada, que se ha encargado de convertir a Cuba, y a los seres cubanos, en ciudadanos desechables, en habitantes miserables y en individuos que, desde que nacen, están marcados para tener una vida trágica, agónica, sufrida y vergonzosa.
Ricardo Santiago.